Mikel INSAUSTI
DONOSTIA
CRÍTICA «MIS QUERIDÍSIMOS HIJOS»

Cría cuervos y te costarán un riñón y parte del otro

Le qusiera entrar en inútiles comparaciones, pero en el mercado francófono dominan mucho mejor la sátira coyuntural, y saben explotar como nadie el humor costumbrista con los temas de actualidad relativos a los cambios en el modo de vivir cotidiano. Y de todos los posibles asuntos a tratar el más recurrente suele ser el de las relaciones paternofiliales, que de paso sirve para justificar la prolongada existencia de la comedia familiar.

Ya hemos visto de todo, aunque creo que ninguna película sobre el egoísmo y materialismo de las nuevas generaciones ha superado a “Tanguy” (2001), de la que creo que el propio Étienne Chatiliez ha hecho recientemente una continuación, lo cual ya puede ser el colmo, con la vuelta a casa del okupa filial protagonista veinte años después. Sí, parece exagerado, pero no cabe duda de que lo que a su vez muestra “Mis queridísimos hijos” (2021) en clave esperpéntica, se basa en una realidad muy reconocible.

No es otra que la provocada por el conocido Síndrome del Nido Vacío, que aquí afecta a un matrimonio jubilado que ha visto cómo su hijo y su hija se emancipaban, el chico para vivir solo y la chica para compartir piso con su novio.

Ya no les visitan, ni tampoco les llaman con frecuencia, aunque la gota que colma el vaso de la paciencia de la madura pareja es la negativa de ambos retoños a volver a casa por Navidad. Es entoncés cuando idean el plan desesperado de fingir que les ha tocado la lotería, y vaya que si funciona, salvo por el detalle de que, una vez que las presas caen en la trampa, han de aparentar ante ellas llevar una costosa existencia de lujo y despilfarro.

La anécdota cómica funciona gracias al aire de familiaridad que la cineasta Alexandra Leclère ha conferido a su reparto, ya que es la cuarta ocasión en que dirige a Josiane Balasko, quien tiene como hija en la ficción a Marilou Berry, que es también su hija en la vida real.