Naiz

El nuevo futuro de Palestina

El último ataque contra Gaza ha sido un nuevo ciclo de violencia que ha dejado claro que no hay solución militar.

Cada vez queda más claro que no estamos ante un conflicto entre dos realidades parejas. Los falsos argumentos de Israel en torno al dilema de su seguridad y el derecho de autodefensa no se sostienen. Como señalaba recientemente Chomsky, la ocupación es ilegal y no estamos ante «un conflicto, sino ante las consecuencias de una colonización ilegal».

A Israel se le están cayendo todas las caretas que ha mostrado hasta ahora. Un Estado surgido como fruto de la mala conciencia de las potencias coloniales occidentales, controlado por una pequeña élite de políticos, militares, religiosos e industrias de tecnología y armamento, se está mostrando como una entidad de colonización, ocupación y fanatismo.

El auge e influencia de los sectores más reaccionarios ligados al sector nacional/religioso (a día de hoy en el Gobierno, en el Parlamento, en el Ejército y en los medios de comunicación) están trayendo consigo la reafirmación de un Estado por y para judíos, que excluye al mismo tiempo a otros ciudadanos y que impide el retorno de la población palestina expulsada.

La demonización del palestino, el racismo, el mayor peso de políticos y líderes religiosos extremistas y el impulso de nuevos asentamientos están logrando que la intolerancia en la sociedad israelí sea cada vez más común.

La cultura de la venganza. Los arrestos masivos, los asaltos armados, la muerte de centenares de palestinos (muchos de ellos menores), cerrar y sitiar ciudades y pueblos, la destrucción de viviendas, los ataques aéreos, la tortura... son una muestra de la política de Israel hacia el pueblo palestino y todo ello, hasta ahora, con total impunidad.

Es la cultura de la venganza, es la utilización del castigo colectivo, algo que está terminantemente prohibido por la legislación internacional (las responsabi- lidades individuales por una acción no pueden ser entendidas como colectivas), pero ante lo que Israel hace caso omiso.

Palestina ha mostrado otra realidad estas semanas. La capacidad de la resistencia y, sobre todo, la unidad de todas las organizaciones palestinas en las negociaciones, anticipan un nuevo futuro para el devenir del pueblo palestino. El mensaje es claro: «la ocupación es inaceptable e ilegal, y su mantenimiento tendrá un coste económico y político para el ocupante». La nueva estrategia pasa por poner fin a la cooperación de determinados sectores palestinos con Israel y por coordinar los nuevos movimientos en tres frentes: Gaza, Cisjordania y Jerusalén. Sobre el escenario planea lo que algunos han definido como «antesala de la tercera Intifada».

La equiparación con el apartheid es cada día más evidente. Antes de que diese comienzo la última agresión militar contra Palestina, el secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, había afirmado que «Israel corre el peligro de convertirse en un Estado de apartheid». Aunque luego quiso rectificar, es muy significativo que esas palabras proven- gan de un aliado de Israel.

Los que evitan equiparar la situación del pasado de Sudáfrica y la de Israel, no lo hacen en función de que son dos realidades diferentes. Lo hacen temerosos de que se aplique un guión similar para superar la situación de discriminación de la mayor parte de la población.

El argumento demográfico se antepone al democrático. Si en Sudáfrica hubiesen valido los argumentos del status quo de Israel, el sistema de apartheid no hubiera finalizado, ya que la mino- ría blanca estaría indefensa. Y al hilo de esa comparación, si en Sudáfrica la solución pasaba por un nuevo Estado, no dos, ¿por qué no habría de valer lo mismo para Palestina e Israel?

El paradigma de los dos estados no se sostiene. Como señalan muchos analistas, «ha muerto». Se trata de elegir entre democracia (con sus defectos) o discriminación. Israel es consciente de ello, pero prefiere ganar tiempo apostando por el actual status quo, y así evitar que sus violaciones de los derechos humanos y crímenes de guerra acaben ante un tribunal internacional.

La ocupación de Cisjordania no es para proteger a Israel, sino para mantener y ampliar la infraestructura de las colonias. El sitio y agresión constante a Gaza no son para evitar los ataques con cohetes, sino para castigar colectivamente a la población. Hay quien ha señalado que la salvaje agresión a Gaza podría ser una cruel cortina de humo que Israel utilizaría para continuar con su colonización ilegal de Cisjordania, al tiempo que apuntala los pilares de un futuro Gran Israel.

Este status quo supone la solución menos mala para los actuales intereses de Israel. Esa fotografía nos muestra la guettización de Gaza y la ocupación y colonización de Cisjordania, y como señala un historiador palestino, «los guettos inevitablemente tienden a luchar contra los que les someten a esa situación». Por ello, los defensores de la reacción de Israel como «autodefensa» ocultan una premisa: que el pueblo palestino está ocupado y que Israel está defendiendo la ocupación.

Bajo la estrategia de ocupación, permanente violencia y ciclos de treguas y nuevas agresiones, Israel pretende acabar con cualquier intento de unidad palestina, y continuar expandiendo las colonias y el status quo actual.

Crímenes de guerra. Las consecuencias de esta última escalada de Israel se están mostrando cada vez con mayor claridad. A los apologistas del status quo defendido por Israel se les hace cada día más difícil seguir defendiéndolo ante la opinión pública de sus respectivos países. La histórica impunidad del Estado sionista puede tener los días contados, ya que las acusaciones de uso de armas ilegales y de crímenes de guerra ganan peso.

La retórica de la victimización del sionismo puede estar también tocando a su fin y cada día se hace más difícil para los dirigentes de Israel mantener a ese Estado dentro de los estándares internacionales.

Finalmente, los acontecimientos de estos días también están sirviendo para derribar otro mito. No estamos ante un conflicto entre árabes y judíos, sino ante la ocupación de Palestina por parte del Estado de Israel. La actuación de Arabia Saudí, Egipto o Jordania, verdaderos aliados del Estado sionista, nos muestra los verdaderos objetivos e intereses que históricamente han movido a dirigentes de algunos estados árabes en torno a Palestina. La utilización interesada de las deman- das palestinas es abandonada cuando se enfrentan a la geoestrategia de los citados dirigentes.

La clave para entender el conflicto reside en la ocupación de Israel y su opresión hacia el pueblo palestino. No se trata, por tanto, de cohetes, ni de «escudos humanos» o túneles. Estamos hablando del permanente control que Israel ejerce sobre la tierra y el pueblo palestinos.