Daniel GALVALIZI

Macri cobra impulso y se encamina a poner fin al kirchnerismo

En la antesala de la segunda vuelta, el candidato de la coalición Cambiemos supera en todos los sondeos a Daniel Scioli, cuya campaña se debilita al final por las contradicciones internas de su partido. La economía se convierte en el eje del debate de sucesión.

Lo que parecía casi imposible está por suceder. Tras doce años de kirchnerismo, el ciclo parece estar llegando a su fin, a pesar de que antes de las generales del 25 de octubre la mayoría de sondeos decían que dos tercios de los argentinos daban por descontada una victoria nacional del peronismo, en su actual versión kirchnerista.

Sin embargo, una larga secuencia de errores estratégicos del partido del Gobierno, sumado al desgaste de un modelo político basado en la confrontación y de una economía en serios problemas, deja al alcalde de Buenos Aires, Mauricio Macri, a las puertas de ganar la segunda vuelta ante el gobernador de la provincia homónima, Daniel Scioli.

La alianza Cambiemos, que unió al neoliberal PRO con la socialdemócrata UCR, tomó vigor el 25 de octubre al lograr ganar la provincia de Buenos Aires tras 28 años de Gobierno peronista, además de triunfar en casi la mitad de sus ayuntamientos.

Ese hito, conseguido gracias a que la candidata moderada y ajustada al discurso políticamente correcto María Eugenia Vidal (Cambiemos) enfrentó al desprestigiado jefe del Gabinete nacional, Aníbal Fernández (uno de los hombres con peor imagen del país), disparó las expectativas a favor de Macri, al derrumbarse simbólicamente una muralla bien construida en el inconsciente colectivo del argentino promedio.

Todas las encuestas dan entre 4 y 8 puntos de ventaja a Macri sobre Scioli, una diferencia que podría aumentar tras la endeble actuación del gobernador en el debate del domingo pasado. Poco acostumbrado a debatir (lo hizo por última vez en 2003 mientras que su rival participó de cinco debates en los últimos años), Scioli se mostró tenso y repetitivo, con un discurso atemorizante al denunciar presuntas intenciones de ajuste.

Una campaña en problemas

Allí radica uno de los principales problemas de Scioli: su campaña se desmoronó tras las generales de hace cuatro semanas, cuando cayó dos puntos respecto a las primarias de agosto y Macri recortó la diferencia de 14% a 2,5%. Las dos facciones del kirchnerismo, el peronismo más tradicional y la opción más ideologizada que lidera la presidenta, ahondaron en sus contradicciones y exhibieron, los primeros, ganas de cambio de liderazgo, y los segundos, poca convicción de estar fielmente representados por su presidenciable.

«Fernández y Scioli se reunieron y acordaron que él pueda diferenciarse para captar votos independientes, mientras que ella intentará cohesionar a los sectores más duros», explicó a GARA uno de los operadores peronistas. Pero el resultado parece estar siendo poco favorable por la hibridez de la campaña kirchnerista, con mensajes de continuismo por un lado y de retoques por el otro, dificultando la caza de votos moderados, hartos de la crispación retórica.

La semana pasada, en solo dos días, se dieron cuatro ejemplos. El ministro de Economía, Axel Kicillof, calificó en un mitin de «forro (imbécil)» a Sergio Massa, el as&bs;pirante que quedó en tercer lugar y cuyos votantes Scioli aspira conquistar. La presidenta de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, que suele ser portavoz del ala radical kirchnerista, tildó públicamente al presidente de la Corte Suprema como «hijo de mil putas» (sic). Al día siguiente, el filósofo José Pablo Feinmann, muy cercano al matrimonio Kirchner y abiertamente progubernamental, ironizó con que la gobernadora electa Vidal era tan inexperta «que podría terminar en la trata de blancas». Y como corolario, el actor Gerardo Romano, un activista del Gobierno, afirmó que «si un pobre vota a Macri es como que un judío votara a Hitler».

Semejante tono espanta a los sectores independientes que Scioli necesita para ampliar su techo. Pero su aporte a su propia causa también es errático: su apelación constante al miedo al cambio, imitada por numerosos portavoces del kirchnerismo y la propia presidenta, es repetida hasta la irritación, lo que genera burlas en las redes sociales y no cuaja en una sociedad que parece haber olvidado la última experiencia de Gobierno de un partido no peronista (que derivó en la gran crisis de 2001).

Por el otro lado, y contra todo pronóstico, Cambiemos llega cohesionada a la segunda vuelta, con una campaña calcada, en muchos aspectos, a la de Barack Obama en 2008 y con algunos resultados similares: la explosión de voluntarios (más de 800.000), el predominio en las redes sociales y una retórica épica por estar cerca de vencer al supuesto invencible.

Macri, un ingeniero poco sólido en lo discursivo y frecuentemente contradictorio, tiene un sofisticado equipo de comunicación liderado por su jefe de campaña, Marcos Peña, que mantiene un férreo control del mensaje y que ordena evitar entrar en peleas mediáticas, a sabiendas del hartazgo ante la permanente confrontación.

La economía, eje del debate

Como en toda batalla presidencial, la economía se ha convertido en el tema más relevante en los últimos días de campaña, potenciado por el kirchnerismo, que sabe que buena parte del electorado desconfía del perfil liberal de Macri, un empresario millonario con un halo de insensibilidad social que le supone un estigma.

Pocos dudan de la necesidad de retoques en la debilitada economía (déficit fiscal del 8% del PIB, inflación del 25% y fenomenal crisis en la balanza de pagos que provoca cuatro tipos de cambio), pero el problema es cómo hacerlo.

Scioli apuesta por traer inversiones –promete ingresar 20.000 millones de dólares para el año que viene aunque no dice cómo– y financiar el déficit con deuda. Niega una devaluación y agita su fantasma endilgándoselo a Macri, por más que el kirchnerismo devaluó la moneda un 30% en tres días el año pasado y que el actual valor del peso está perjudicando las exportaciones y fomentando la fuga de divisas.

Por su parte, Macri aspira a una radical bajada de impuestos a los salarios y a los derechos de exportación del sector agropecuario y plantea un billonario plan de inversión pública, aunque la explicación sobre cómo lo financiará es endeble (hablan de un insuficiente recorte de subsidios a las clases medias-altas). Pero su iniciativa más polémica es unificar el tipo de cambio levantando toda restricción, lo que implicaría una brusca devaluación seguida de inflación.

Más allá de quién gane, se da por supuesto un giro a la ortodoxia económica, a sabiendas de que los últimos años el Gobierno vivió por encima de sus posibilidades. También se asume que, por ahora, Macri no dará marcha atrás a la estatalización de las pensiones, de YPF ni de Aerolíneas Argentinas. No por una renovación ideológica sino por la poca viabilidad política de borrar esas medidas de la etapa kirchnerista.

Tanto Scioli como Macri son las versiones liberales y más funcionales al statu quo económico del peronismo y del no-peronismo. Por ello, tal vez, lo que está en juego no es un modelo económico, como se plantea desde el Gobierno, sino dos modelos políticos. El de continuar con una concentración de poder abismal y un verticalismo extremo y acrítico o el de una democracia con reparto de poder y un Parlamento que vuelva a debatir política sin una mayoría absoluta permanente. Por los resultados que anticipan los sondeos, buena parte de la sociedad parece también verlo así.

 

La sorpresiva injerencia del Papa Francisco en las elecciones

Varios días después de las elecciones generales en que el kirchnerismo perdió su bastión –la provincia de Buenos Aires–, se conocieron algunas jugadas del excardenal Jorge Bergoglio en su terruño para favorecer la derrota del candidato del Gobierno, Aníbal Fernández.

«Es que el candidato del Papa era Julián Domínguez (presidente del Congreso de Diputados), y ese era el acuerdo sellado de palabra entre Cristina y Francisco. Pero el triunfo del adversario hizo enojar al Papa, que se sintió traicionado», explicó a GARA un allegado a Domínguez, cuyo perfil socialmente conservador y ultracatólico gustaba a Bergoglio.

Por su parte, Fernández está acusado de tener lazos con el narcotráfico y el negocio ilegal de la efedrina, además de vínculos turbios con la Policía bonaerense y federal. Con ese pretexto, el Papa operó en su contra al final de la campaña.

A partir de la publicación sobre la intervención indirecta de Francisco en el diario “La Nación”, comenzaron a sucederse más revelaciones. La diputada kirchnerista Diana Conti, muchas veces vocera de lo que la presidenta no quiere decir, afirmó tener «constancia de que hubo cadenas de oraciones en algunas parroquias para que no ganara Aníbal Fernández». Y luego agregó, escueta: «Las instituciones ejercen su influencia en la ciudadanía de la manera que quieren», sin buscar polemizar con el Vaticano, presidido por el argentino más venerado.

Esas nuevas revelaciones señalaban, en concreto, que sumado a las cadenas de oración, hubo otros gestos. La gigante red Cáritas (el brazo de la Iglesia católica que articula la recepción y distribución de asistencia social) estuvo involucrada en el reparto de las papeletas a favor de Vidal. También algunos curas de los suburbios de Buenos Aires llamaron explícitamente a votar a favor de la candidata de Cambiemos y, en una sugestiva articulación, centenares de misas en esa provincia tuvieron exhortos de parte de sus sacerdotes a evitar que el narcotráfico tome el Gobierno local justo en los días previos a la votación.

Con un Papa argentino, y tan politizado como Bergoglio, es imposible creer que el clero actúe en forma coordinada sin el visto bueno del Vaticano.D.G.