Alberto Pradilla

Rajoy gana por agotamiento o el triunfo de la antipolítica

El hastío puede convertirse en uno de los grandes aliados para Mariano Rajoy, presidente en funciones y aspirante a seguir gobernando el Estado español. Se ha pasado de un contexto de ilusión y esperanza al agotamiento provocado por el bloqueo y un bajísimo nivel en la discusión pública.

Mariano Rajoy puede terminar imponiéndose por agotamiento generalizado. Ha pasado de ser caricaturizado como alguien incapaz de tomar decisiones a aparecer entronado como una especie de genio de la política que, a fuerza de no hacer nada, siempre logra que el contexto le sea favorable. Realmente, sorprende comprobar cómo el líder de un partido que durante los últimos años ha estado contra las cuerdas puede presentarse ahora como la única alternativa para gobernar e incluso proyectar energías renovadas. «Yo o el caos», es un mensaje que, aunque parezca lo contrario, se impone frente a la incomparecencia de sus rivales. La falta de alternativas, sin embargo, va más allá del candidato. Los últimos meses, centrados en el tacticismo y de una pobreza de discurso desoladora, pueden terminar con un triunfo absoluto de la antipolítica. Lo importante no es quién salga elegido jefe de Gobierno sino que, en este proceso de desprestigio, la ciudadanía puede terminar tan hastiada de la discusión pública que acabe por suplicar un tecnócrata o aceptar cualquier mala solución. Una tragedia si se toma en cuenta el proceso de repolitización del Estado español que puso fin a cuatro décadas de «Cultura de la Transición».

Existe una tesis que dice que PP y PSOE habrían pactado el fracaso de la investidura porque les interesan unas terceras elecciones que, en principio, reforzarían el bipartidismo. No soy partidario de las teorías de la conspiración pero sí considero que el bloqueo infinito, un nivel deplorable y la falta de expectativas están beneficiando a lo «malo conocido» frente a Podemos y Ciudadanos. Menciono a los partidos, pero no a la posibilidad de un cambio, frustrada en un Parlamento fracturado donde ni siquiera es posible repartir los escaños.

Una de las imágenes que mejor ilustran esta parálisis y el descrédito de los líderes políticos es la de Mariano Rajoy en la sala de prensa de Génova mintiendo abiertamente sobre lo que había dicho una semana antes. Si el nivel se rebaja hasta el punto de discutir sobre si alguien dijo o no una frase que, por otro lado, está grabada, es que el debate público ha sido completamente pervertido. Lo mismo ocurre cuando los partidos tienen la certeza de que el engaño no tiene consecuencias. ¿Alguien se acuerda ahora de los «votos en B» a PP y Ciudadanos en la Mesa del Congreso? Todo es líquido, sujeto a modificación, matizable y, en última instancia, negable. Al día siguiente habrá otro titular y nadie hará mención a lo que había ocurrido 24 horas antes.

La sensación de que nada cambia y el éxito del PP a la hora de fijar el debate en lo ocurrido durante el último año y no a lo largo de la legislatura de Mariano Rajoy puede provocar un repliegue. No es solo el estancamiento de Unidos Podemos. También son aquellos que se acercaron a Ciudadanos atraídos por la ilusión de la «nueva política» y que pueden terminar regresando a Génova al constatar la parálisis. Poco queda de aquellas promesas de profunda transformación que se lanzaban hasta antes de ayer. Se impone la resignación, la idea del «que se pongan de acuerdo» por encima de cualquier otra consideración. Quizás no fuese voluntario, a Rajoy las cosas le salen solas, pero este es un triunfo del establishment, que siempre prefiere una ciudadanía resignada y en casa que una movilizada.