Paisajes después de la primera batalla de Mosul
A mediados de enero las tropas iraquíes tomaron la totalidad del este de Mosul. Atrincherado en el oeste, el ISIS es cada vez más débil. Sin embargo, los oficiales iraquíes confiesan que queda lo más difícil para liberar totalmente la antigua ciudad de Nínive.

Al paso del convoy del ejército iraquí, la gente saluda con el signo de la victoria. De vez en cuando la fila de Hummers (coches militares todoterreno blindados de fabricación estadounidense) se para y la gente se agolpa para darles la mano. Cada uno busca sus favores y algunos piden ayuda económica por la muerte de seres queridos, que eran vitales para la economía familiar. «A mi padre y a mi hermano mayor los mataron los americanos en un bombardeo. Estábamos dentro de casa pero no pudieron salir. Todavía están allí enterrados», dice Mustafa.
El joven deambula en bicicleta por las calles del barrio Muhendsen. Niños, jóvenes y no tan jóvenes vuelven a utilizar este popular medio de transporte. Bajo el régimen del Daesh (Estado Islámico) utilizar la bicicleta estuvo prohibido. «No podía ir a hacer la compra semanal, no tenemos dinero para comprar un coche y utilizábamos la bicicleta. Con el Daesh teníamos que ir andando o utilizar un taxi y era muy caro. Hemos recuperado la vida de antes del Daesh», se alegra Mohamed Fariss, anciano de 74 años.
La normalidad vuelve poco a poco al este de Mosul. Un niño vende trozos de pollo congelado en una carreta, algo también prohibido bajo el reinado de terror de los yihadistas. Un hombre se lleva un buen cargamento en bolsas de plástico hacia casa con una gran sonrisa. «Hoy comeremos como lo hacíamos antes», sonríe, mientras estrecha la mano a los soldados iraquíes que protegen al general Abdulahab en el convoy. El general, que ha sido el estratega y máxima autoridad en la toma del este de la ciudad, supervisa las calles y la vida cotidiana en ella. Cada vez que sale del Hummer la gente se agolpa para darle la mano.
Las pintadas del Estado Islámico (ISIS) se encuentran por doquier. En una de las casas más grandes del barrio Muhendsen está pintado el Yeziya. Esta señal advierte de la presencia de cristianos en la casa y la obligación de pagar un tributo al estado como ordenaba hace siglos la sharia (ley islámica aplicada a rajatabla por el Estado Islámico). «Muchos cristianos se escaparon. Los trataban como animales o peor. Eran mis vecinos y nunca tuvimos un problema con ellos. Gente trabajadora y buena. No sé dónde están. Un día ya no estaban. No sé tampoco cómo escaparon. Todavía no creo que vuelvan porque tienen miedo», explica Faisal Ahmed, un hombre de 56 años que regenta una pequeña tienda a la salida del barrio. Su mujer está en el almacén y dice a voz en grito: «Hemos sufrido tanto que ya no queremos ni vivir en esta ciudad. Yo me quiero marchar pero no sé ni a dónde ni cómo, porque no tenemos dinero ni familia fuera de aquí. Mi marido se quiere quedar pero yo no. Si estás atento todavía escuchas disparos y bombas. ¿Cómo vamos a tener un futuro aquí si llevamos casi 13 años en guerra?» dice Fatma. El marido le corrige, no son 13 años sino más, 14 en concreto.
En las casas de vecinos pudientes
El Estado Islámico abría sus oficinas administrativas en casas de vecinos pudientes. Les echaba si era necesario y hospedaba allí a los altos cargos del gobierno islamista. La gente en la calle señala las casas a los militares iraquíes y ellos inspeccionan. «Hay fábricas de armas, archivos, casas normales utilizadas por los terroristas, almacenes de munición, y muchas otras cosas», explica el capitán Sayyad. El joven oficial de Bagdad es uno de los máximos responsables de la zona. Sus hombres inspeccionan cada casa buscando explosivos y armas o cualquier otra cosa que pudiera resultar de interés. En una de esas mansiones, el capitán explica que «de momento hemos encontrado más de lo esperado. Incluso armas sofisticadas como un mísil de largo alcance fabricado en China. Muchos casquillos también y de todos los tamaños. Los terroristas los reutilizan una y otra vez. También desactivamos bombas colocadas dentro de casas de civiles. Las colocaron antes de abandonarlas para causar el mayor daño posible a la población. Incluso hemos encontrado una colocada debajo de una cuna en una casa de cristianos. Sospechamos porque todo estaba demasiado ordenado cuando, como podréis ver, los terroristas no son nada limpios (mueve el pie apartando cristales y trozos de madera. Miramos y miramos hasta que la casa queda limpia. Si los vecinos quieren volver pueden volver. Son libres. Pero te digo una cosa. En realidad, la gente de Mosul son unos cobardes. No lucharon contra el Estado Islámico porque a muchos les gusta. Son en el fondo terroristas porque han apoyado a los terroristas del Daesh. Los que dicen que no les gustaba el Daesh ni siquiera les hicieron frente», denuncia.
El coronel Ahmed al-Taie explica desde su cuartel general en Bartella (pueblo al este de Mosul) que «no hay sectarismo ni se tolerarán actos contra otras religiones. Mis hombres lo saben perfectamente. Que alguna milicia haya hecho alguna barbaridad, puede ser. Pero se han tomado medidas contra eso y ya las milicias chiíes no toman parte directa en la batalla como antes». El fantasma del sectarismo ha despertado de nuevo tras los videos colgados en internet por los propios soldados en los que se les ve explotando casas por la simple razón de ser casas de suníes.
«Sectarismo chií»
«Quieren convertir Mosul en una Bagdad. Con banderas chiitas por todos los lados y separar y humillarnos. Desde hace 1.400 años están intentando buscar venganza y nos están haciéndolo pagar a los suníes», denuncia Farik por vía telefónica desde su casa en Mosul. Este padre de familia, que esconde su verdadero nombre por temor a represalias de las milicias chiíes, ofrece su testimonio: «Llegan aquí y colocan banderas chiíes con la imagen de Ali Hussein, preguntan a los niños si son chiíes o suníes delante de sus progenitores. Hasta que no dicen que son chiíes no les dejan pasar y luego se burlan de los padres. Nos humillan constantemente», añade. Preguntado por los presuntos actos vandálicos que cometieron algunos soldados y milicianos, Farik confirma que «es verdad que cometieron saqueos. Entraron en mi casa y me robaron la tele y un ordenador nuevo que tenía para conectarme a internet a las noches. El Daesh no nos dejaba conectarnos y los milicianos tampoco», ironiza. Farik confiesa que «al principio nos alegramos de la llegada del Daesh. Yo mismo fui a la calle a celebrarlo y darles la bienvenida porque los soldados de Bagdad se marchaban. Ya no habría más sectarismo. Vivimos durante más de 10 años bajo la opresión de Bagdad e Irán. Para nosotros los suníes no fue una mala noticia la llegada del Estado Islámico. Luego se convirtió en casi lo mismo que con los chiíes. Nos imponían leyes que no aparecen en la sharia. Una vez entraron de noche en casa porque vieron una luz. Al entrar, mi mujer, que iba totalmente tapada, miró a uno de ellos. Le acusaron de adúltera por eso y la castigaron (Farik no especifica el castigo que le infligieron). Yo la defendí y me acusaron de proxeneta por defender a una adultera. Me impusieron una multa y 100 latigazos en público, que no cumplieron porque de nuevo empezó la guerra. Odio a todos pero no veo como escapar de aquí», relata por teléfono Farik.
Combate casa por casa
A unos cinco minutos en coche del pudiente barrio Muhendsen se encuentra el Hotel Nínive; antaño uno de las mejores de Irak y hoy totalmente destrozado. Desde su azotea las vistas son increíbles. La parte oeste de la ciudad se ve claramente detrás del Tigris, con sus callejuelas más angostas que las del este. «Su toma será más complicada», dice Hussein, traductor y guía del general Abdulahab, que divisa con prismáticos la otra parte de la ciudad sin importarle el siseo de balas alrededor. «Las calles son más estrechas y los Hummer no pueden maniobrar. Los helicópteros tampoco pueden acertar en el blanco si no es en los tejados. No hay espacio suficiente para maquinaria dentro. Será un combate cuerpo a cuerpo y casa por casa». Varios helicópteros sobrevuelan el hotel y disparan a un barrio al norte de la ciudad. «Es una pequeña barriada donde todavía queda algún foco de resistencia. Por las noches pasan el río sin ser descubiertos y se meten en las casas de esos barrios. Al día siguiente los borramos. Son como ataques suicidas pero sin bombas ya que no pueden conducir sus coches a esta parte del río. Al principio de los ataques cada día había unos 26 ataques suicidas. Hoy contando esos que se meten en los barrios altos habrá cuatro o cinco. Pero no te puedes fiar».
Un cinturón sin explotar
Tan pronto reinicia su marcha el convoy es detenido por un hombre bien vestido, que suplica que ha encontrado una bomba en su casa cuando ha regresado de un campo de refugiados cercano. «Pensaba volver con la familia pero quise echar un vistazo antes de meter a todos de nuevo en casa». Un soldado saca fuera del domicilio una especie de cinturón explosivo. La alejan a un descampado y allí disparan sobre él. Pero no revienta. «Posiblemente fuera de algún kamikaze al que no dio tiempo a utilizar». Vuelven a disparar y no revienta. El general manda no tocarlo y llamar a los artificieros. Colocará a dos soldados para que ningún menor resulte herido ya que tiene colores muy vistosos y llamativos. El dueño de la casa, da las gracias y cierra la puerta. Tiene el Yeziya pintado en la puerta. Es cristiano.
El general Abdulahab anuncia que se retira y toda la maquinaria de protección a su lado se pone en marcha. Antes de marcharse los soldados que vigilan esta zona de Mosul le piden hacerse una foto. El general se ha convertido en una celebridad y cada uno de los soldados quiere tenerlo inmortalizado en su teléfono móvil. «La siguiente en el otro lado», ríe un soldado mientras estrecha la mano al general. «Paciencia. Será difícil y largo», le advierte.

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