Ramon Sola

La doble renuncia española en Catalunya: ni seducir ni convencer

Los promotores de la marcha unionista se dicen satisfechos con sus resultados, pero si la apelación al «seny» del lema fuera sinciera supuso un doble fracaso: ni seducen ni convencen. Es que ni lo pretenden.

El españolismo en Catalunya estaba ante una triple crisis de autoestima: no salía a la calle, cuando lo hacía era de modo minoritario, y en esos casos la representación quedaba en manos de una abochornante galería de frikis. Los dos primeros aspectos cree haberlos solucionado el domingo en Barcelona; el tercero todavía no, basta asomarse a las redes sociales para avergonzarse y/o espantarse. Pero por encima de ello, quizás ayer lunes descubriera que en realidad su problema era más gordo de lo que pensaba; se han visualizado, sí, pero no han movido un milímetro la línea divisoria, ni en el terreno de juego catalán ni en el de la comunidad internacional. No han seducido a nadie que no lo estuviera antes, ni convencido siquiera a los más predispuestos a ello. El seny fue un mero eslogan de pancarta.

Por qué no seducen. Uno de los vídeos virales de la marcha muestra a un manifestante encarándose violentamente en el metro, al grito de «Viva España», con guardas jurados y empleados de limpieza. Los trabajadores, al parecen, le habían indicado que estaba prohibido fumar en el subterráneo. No es una anécdota suelta. Y resultaría inverosímil en una Diada.

En la marcha de Barcelona se aporrearon furgonetas de Mossos, se acudió con megáfono al Palau de la Generalitat a insultar a Puigdemont, se increpó a periodistas (incluido un enviado de ETB que no pudo entrar en directo porque un espontáneo berreaba en su micrófono), se pidió la intervención de TV3, se acusó a los bomberos... Los sectores que se tildan de enemigos no dejan de crecer, y ante ellos el unionismo no tiene otro reflejo que el represivo: prisión, cierre, artículo 155...

Es más, mientras el 1-0 en las urnas se aplaudía a quienes acudían a votar con la bandera española, el 8-0 en la Via Laietana se increpaba a algunos escasos independentistas que se quedaron la ciudad (esa evasión dominical sí que fue seny genuinamente catalán). Y la increpación siempre era la misma: «Tú eres español, español, español...» Imponerte qué debes ser es una inoperante forma de seducirte.

Por qué no convencen. Lo más parecido a un argumento en positivo que uno vio en la manifestación fue el cartel que portaba una anciana: «Para cambios históricos, mayorías históricas». En razonamientos así sí tiene el unionismo una ocasión de meter cuña, pero renuncia a ellos porque cree que supone abrir el debate, y lo que impera son los principios, es decir los vetos: «Cataluña es España»... y punto.

Esta renuncia a argumentar sitúa al españolismo en situación de desventaja tanto si se llega a un referéndum pactado como si no. En el primero, porque mientras el soberanismo catalán tiene su catálogo de motivaciones y agravios bien detallado, Madrid sigue con las manos vacías (y ya se vio en Escocia cómo tuvo que correr Londres para ganar en el último segundo el referéndum de 2014). Y en el segundo, porque si el Estado acabara aplastando a Catalunya sería la reedición de aquel Unamuno contra Millán Astray en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca (12 de octubre de 1936): «Venceréis pero no convenceréis» versus «Viva la muerte». Y la Historia seguirá...

Dos países, dos culturas. En el exterior, desde corresponsales británicos a la agencia alemana Ruptly o el israelí ‘‘Haaretz’’ se han sorprendido –y/o escandalizado– con las imágenes de nostálgicos franquistas brazo en alto en las calles de Barcelona. Aquí no han provocado asombro, primero porque esa realidad ya es conocida y segundo porque fue minoritaria. Es más relevante el futuro que el pasado, y ahí los niños del 1-O han tenido su bautismo político gritando «Votarem» mientras los hijos del unionismo caminaban el domingo gritando «Puigdemont, a prisión». No hay color.