Oihane LARRETXEA

El pueblo gitano y Euskal Herria, siglos de una historia a iluminar

Gitanos y gitanas llegaron a Euskal Herria en el siglo XV y aquí echaron raíces, pese a leyes restrictivas y dedos acusatorios. Aprendieron oficios y lenguas. Un pueblo pragmático. El Doctor en Historia David Martín nos aporta datos y claves para conocerles mejor.

El pueblo gitano conmemora hoy su día. Una exclamación entre la multitud, una reivindicación. De espacio, de atención. Frecuentamos el parque infantil, cogemos el 28 por las mañanas y compramos en la misma panadería, pero siguen siendo personas desconocidas. David Martín (Errenteria, 1980) es Doctor en Historia y afirma que la persona común y corriente que pertenece a la sociedad mayoritaria sabe más de las costumbres y origen de sus nuevos vecinos de allende el Sáhara, por ejemplo, que de los gitanos. Y tiene toda la razón del mundo.

Sábado por la mañana. Agua del tiempo y un café cortado. El libro “Historia del pueblo gitano en Euskal Herria” reposa sobre la mesa. Escrito por Martín hace justo un año y editado por Txalaparta, el trabajo es una minuciosa aproximación a lo que fueron, dónde vivieron y de qué forma. Las leyes represivas con las que fueron perseguidos y los correspondientes castigos que soportaron, claro está. Cada capítulo es una tirita contra la ignorancia que, me atrevo a afirmar, impera. Ha buceado en archivos y analizado cientos de documentos que le han permitido hacer un relato interesantísimo.

Sitúa la llegada del pueblo gitano a nuestras tierras en el siglo XV, a través de las migraciones transeuropeas procedentes del este y después de permanecer varios siglos en los Balcanes, Grecia, Turquía y Armenia. Existen muy pocas referencias prevías en el tiempo sobre gitanos en Euskal Herria, aunque Martín rescata un documento que habla de un caso en Nafarroa, datado en 1435. También cita otros documentos que prueban la presencia en el resto de herrialdes. En Araba, a finales del siglo XV, en Gipuzkoa en 1510 y en Bizkaia en 1517, en Balmaseda.

De esas migraciones, la mayoría se instalaron en el sur de la península. Dado que pasaban tiempo al raso, el sol, un clima dulce, resultaba más confortable para vivir; no obstante, otras muchas familias quedaron a ambos lados del Bidasoa, aunque, como explica el autor en el libro, su devenir fue diverso porque las influencias fueron diferentes: una parte bajo legislación española y otra bajo la francesa.

Al pensar en el pueblo gitano se piensa en una comunidad que se traslada constantemente. Sin embargo, Martín afirma que, una vez llegan a nuestro país, hay que desechar la idea de un pueblo propiamente nómada. En el siglo XVI se mueven en grandes grupos y se desplazan por los herrialdes y otras provincias limítrofes, pero con el paso del tiempo los grupos se van reduciendo y asentando. «Se desplazan, sí, pero en un radio muy concreto y en localidades cercanas para desempeñar diversos oficios y otras labores», explica.

La sociedad vasca con la que topa el pueblo gitano es bastante reacia a los recién arribados. Desconfianza y miedo, básicamente. Se encuentran, además, con una legislación dura, incluso represora, encaminada a hacer desaparecer su otredad. Preguntado sobre la persecución del pueblo gitano, Martín acepta que ha existido, pero lo matiza y se explica. «No ha sido perseguido como lo fue el judío, por un motivo de religión. El pueblo gitano lo fueron configurando desde las administraciones. Ser gitano, o gitana, era una tipificación penal que estaba marcada. Y a los investigadores, paradójicamente, han sido los textos legales y procesales los que nos han desvelado quiénes eran gitanos y quiénes no lo eran en base, fundamentalmente, a tres elementos: la vestimenta, el modo de vida y la lengua. La sociedad, la gente en los pueblos pequeños, los señalaban como gitanos. Se les persigue como elementos asociales porque se consideraban sujetos que no encajan dentro del marco establecido. Estos grupos se van acotando y se va creando un grupo, el que hoy en día es el pueblo gitano vasco», explica. Al existir persecución por los tres rasgos antes citados, se constata la represión, pero subraya que «no hay un tema objetivo de expulsión, excepto en episodios concretos de la propia historia. A todas las personas consideradas gitanas, estén asentadas o no, se les mete en el mismo saco… un poco lo que se hace en el presente», reflexiona. Y agrega: «No puede ser que hablemos del pasado fustigándonos, diciendo ‘cuánta ley antigitana’ y no nos demos cuenta que hoy en día marcamos también».

Leyes represivas, doble castigo

Tal y como recoge Martín en el libro que nos ocupa, los gitanos de Hego Euskal sufrieron una doble pena: las impuestas por los territorios forales y las del monarca que en ese momento estuviera «al mando». A los hombres se les condenaba a las galeras reales como destino penitenciario hasta su abolición, en 1748; a ellas se les azotaba y desterraba, y en ocasiones se les montaba en burro con los pechos al descubierto y se les paseaba, como consta que ocurrió en Nafarroa.

En cualquier caso, afirma que Bizkaia fue la que tuvo mayor mano dura con la población gitana «hasta bien entrado el siglo XIX», y fue tema de debate constante en las Juntas Generales.

La legislación no era siempre del todo efectiva, prueba de ello, en opinión del experto, es que se siguió legislando de forma continua. Además, la cárcel y otras medidas que se adoptaban suponían unos gastos muchas veces inasumibles para los gobiernos locales. En cualquier caso, las medidas sí dieron pie a que, progresivamente, se «diluyeran» entre el resto de la población o cambiaran sus hábitos de vida.

No se debe cerrar este apartado sin antes citar la doble moral que David Martín critica. Es decir, por un lado se prohibía la entrada a los gitanos a los pueblos, se les penalizaba. Pero cuando llegaban las fiestas religiosas, había un banquete o cualquier otro festejo se les requería para que aportaran la música y la danza. «Nos hemos lucrado de ellos para el entretenimiento y ellos lo saben».

Un pueblo pragmático

«El gitano nunca ha sido un pueblo romántico, sino pragmático». Con esta afirmación, Martín quiere expresar que el gitano, la gitana, se ha adaptado a los tiempos, a su realidad, y ha aprendido oficios y lenguas según las propias circunstancias se lo han requerido. Aprendió el euskara, lo utilizó, vivió con él, pero cuando dejó de serle útil lo dejó. Su propia lengua, sin embargo, la dejaron a la fuerza, para no ser identificados y evitar que fueran perseguidos.

La generación actual está volviendo a recuperar el euskara para su día a día, después de que la generación precedente no la heredara de los anteriores.

Zapateros, esquiladores, caldereros, carpinteros… diversos y variados fueron los oficios que desempeñaron. Erróneamente, y de forma injusta, se ha creído que eran personas que evitaban un trabajo con el que ganarse la vida. Sin embargo, no trascienden las enormes dificultades que tenían para encontrar empleo. «Trabajaron en todo aquello que pudieron y les dejaron», afirma. En este apartado el autor hace alusión al hurto al que se les liga como una forma de subsistir. «Siempre fueron pequeños hurtos, y nunca lo hacían para lucrarse, sino para complementar los ingresos de la familia. Y cuando hacían hurto de alguna cabeza de ganado saltaban las alarmas, porque eran palabras mayores, pero no olvidemos que los clientes eran gente local, luego ellos participaban de alguna manera de esa acción». Sí, de nuevo, la doble moral.

 

SIEMPRE LAS MISMAS PREGUNTAS. ¿qUÉ HAY DEL PROCÉS?, ¿Y DE LAS PENSIONES?

Han prevalecido, y prevalecen, muchas ideas erróneas respecto al pueblo gitano. Sobre su cultura, sus costumbres, su forma de vivir… La razón es bien sencilla para David Martín. «Ocurre así porque no les conocemos. La ignorancia lleva al temor, al miedo. Sí, pecamos de ignorantes. Y ellos, los gitanos, han optado por recluirse y tienen escepticismo, por ejemplo, sobre el sistema educativo. Hay que trabajar esa desconfianza, pero hay que hacerlo en las dos vías. Lo fundamental, por nuestra parte, es que contemos con ellos».

Los y las gitanas han de romper «algunos muros», cree, pero el resto tenemos muchas cosas por mejorar. Por ejemplo, darles voz, espacio. Tenerlos en cuenta… de verdad. «Siempre se les pregunta por los tópicos más rancios, el pañuelo, la droga, la mujer… joder, que se les pregunte qué opinan sobre el procés, o sobre las pensiones».

El desconocimiento podría subsanarse a través de los libros de Historia en el instituto, pero nada, hay un vacío con el que este profesor es muy crítico. Cita un ejemplo: la redada que en 1802 se ordenó en Ipar Euskal Herria y de la que no se habla. «Conocida como la raffle, es un capítulo negro de nuestra historia que se debería enseñar». En una sola noche atraparon a casi 500 personas gitanas, de ellas 195 eran niños y niñas menores de 12 años. Separaron a los hombres y a las mujeres, desestructurando familias en muchos casos que jamás volvieron a estar unidas. Este hecho marcó el final de las grandes medidas antigitanas ejecutadas en suelo vasco.O.L.