Los primeros testimonios escritos del euskara
Las estelas funerarias de la época romana, datadas en torno a los siglos I y III, constituyen los primeros testimonios escritos en euskara. Han sido halladas en amplias zonas al norte y al sur de los Pirineos, lo que revela un área de extensión de esta lengua mucho más amplia que la actual.

El euskara es una lengua que se ha transmitido oralmente durante miles de años. Pero cada vez son más las investigaciones históricas que están sacando a la luz antiguas inscripciones en euskara, principalmente en estelas funerarias y altares de época romana, datados en torno a los siglos I y III de nuestra era. Además de su antigüedad, llaman la atención por haber sido hallados en zonas tan dispares como Aquitania, Soria o Nafarroa, lo que revela un área de extensión de esta lengua mucho más amplia que la actual.
Es en Aquitania donde se ha encontrado el mayor número de inscripciones, en muchas de las cuales hay nombres perfectamente reconocibles hoy en día desde el euskara.
Se han encontrado palabras como gison, andere, nescato, sembe, sahar, lo cual nos indica que en aquella época había pueblos que hablaban una lengua que tenía ciertas características del euskara actual.
En total, son unos 400 nombres de personas, supuestamente referidos a difuntos, y unos 70 a divinidades, muy diferentes a los de las zonas situadas al norte del río Garona, ya en territorio de los galos.
Al sur de los Pirineos
Al sur de los Pirineos, concretamente en Nafarroa, se han encontrado también varias estelas con nombres propios en euskara. La más conocida es la estela de Lerga, una inscripción en latín que hace referencia al primogénito en la lengua de los vascones: «Umme Sahar, hijo de Narhunges, a su hijo Abisunhar».
Del siglo IV datan las aras romanas (altares dedicados a divinidades) de Uxue en las que se cita al dios Lacubegi, una deidad vascona: «Celio Tesfhoro y Festa y Telesinus a Lacubegi cumpliendo un voto». Estas antiguas inscripciones con nombres en euskara estuvieron expuestas hace cuatro años en el Archivo General de Nafarroa en la muestra «Navarrorum, dos mil años de documentos navarros sobre el euskera».
Siguiendo este recorrido de norte a sur, este mismo año hemos tenido la oportunidad de conocer las estelas halladas en las Tierras Altas de Soria. Datadas asimismo en los siglos I y II de nuestra era, constituyen el mayor conjunto de antroponimia vasco-aquitana que se ha encontrado al sur de los Pirineos.
En la exposición, que permanece abierta en el Museo San Telmo hasta el próximo mes de enero, se pueden observar seis de las 39 estelas encontradas en dicha zona y cuya principal singularidad radica en que vinculan a las personas por las que fueron erigidas con nombres de origen vascón, tal y como explica el arqueólogo Eduardo Alfaro, responsable de la muestra, que también se expuso a finales del pasado año en Bergara.
Una de las estelas hace referencia a un Antestius Sesenco, que debió vivir entre los siglos I o II de nuestra era. Sesenco es una voz que remite al vocablo zezenko que, en euskara, significa novillo. Un vocablo que los expertos descartan de que se trate de un término celtibérico, como sería de esperar.
Además de Sesenco, en otras estelas aparecen nombres como Oandissen, derivado posiblemente de oihandi (selva), Onse y su masculino Onso, Buganson, Haurce, Belscon, Agirsen, Lesuridantar, Arancis, donde se puede reconocer el componente aran, que trabajos sucesivos han vinculado cada vez con más firmeza al valle del Ebro, incidiendo en su más clara relación con un vasco antiguo, protovasco o vasco-aquitano.
Hipótesis
Entre las hipótesis que explicarían su localización en el norte de Soria, están las que apuntan a las trashumancias ganaderas en busca de mejores pastos o los desplazamientos grupales por situaciones de conflicto.
Con ello se demuestra que «junto a la comunidad indígena mayoritaria y dominante, la celtíbera, en las sierras de Tierras Altas también parece que convivían grupos de vascones o ibéricos, además de los romanos que iban imponiendo su presencia en esa época.
Estos hallazgos rebaten también la idea de que los topónimos vascos que hay en las sierras de Soria y La Rioja tienen su origen en las repoblaciones que se produjeron en la Edad Media, ya que nos trasladan, al menos, hasta la época romana.

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