
A Arthur Harari se le puede considerar como un cineasta viajero, porque todavía no ha rodado en su París natal. Su ópera prima ‘Diamant noir’ (2016) se desarrollaba en Amberes y obtuvo un César para Niels Schneider como Mejor Actor Revelación.
Con su segundo largometraje se ha ido mucho más lejos a rodar, hasta Camboya, y dirigiendo a un reparto íntegramente japonés. El esfuerzo de manejarse en otro idioma le ha merecido la pena, al ganar el César al Mejor Guión, premio que repitió en el Festival de Sevilla, junto con el Especial del Jurado. En Cannes inauguró la sección Un Certain Regard y recibió el prestigioso Louis-Delluc.
Tanto reconocimiento para ‘Onoda’ (2021) se debe a su concepción de cinta bélica de gran clasicismo en la tradición de obras que se van a las tres horas de duración, con un toque de drama existencial a lo Malick. También se puede pensar en John Boorman e ‘Infierno en el Pacífico’ (1968) que, con Toshiro Mifune y Lee Marvin como únicos intérpretes, trasladaba la guerra a su expresión más individualista, que es la que representa el soldado Hirô Onoda, en cuanto trasunto de los combatientes japoneses que quedaron aislados en islas solitarias y no se enteraron del final de la contienda.
Onoda y el fiel cabo Kuzuka resistieron en Filipinas durante unos treinta años.
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