Víctor Esquirol

La intensidad por bandera

La Competición por la Palma de Oro se adentra en la hora más oscura de la mano de Ali Abassi y su ‘Holy Spider’. Justo después, Valeria Bruni Tedeschi consagra su propia imagen con ‘Les amandiers’, un auto-biopic que se vive con el nervio (y el gozo) que produce un clímax dramático teatral.

Baptiste Carrion-Weiss, Valeria bruni Tedeschi, Suzanne Lindon, Sofiane Bennacer y Vassili Schneide.
Baptiste Carrion-Weiss, Valeria bruni Tedeschi, Suzanne Lindon, Sofiane Bennacer y Vassili Schneide. (Valery HACHE | AFP)

Hay una frase prohibida dentro del gremio festivalero (o sea, los cuatro periodistas, y pocos más, que nos dejamos la vida en este tipo de celebraciones). Una especie de conjuro que manda sobre nosotros mismos, la peor de las maldiciones. Tiene que usarse, ni falta hace decirlo, en unas circunstancias muy determinadas: aquellas en las que crees que todo ha terminado, que has tocado fondo, y que por ende, ya no se puede caer más bajo. Pero ya se sabe, siempre-siempre-siempre puede haber algo peor esperando a la vuelta de la esquina. Igualmente, y con la sangre muy en caliente, esta posibilidad no se contempla a la salida de la primera película de hoy, presentada en la Sección Oficial a Competición.

«Bueno…», dice uno de los sufridos compañeros de profesión, «al menos nos queda el consuelo de que ya habremos visto la peor del festival, ¿no? ¿No?» Silencio sepulcral en la puerta que conecta la Sala Bazin (allí donde se ha producido la proyección) con el complejo del Palais des Festivals. Acabamos de ver ‘Holy Spider’, de Ali Abassi, autor de los títulos de culto ‘Shelley’ y, sobre todo, ‘Border’. Un cineasta danés de origen iraní, que saltó a la fama (autoral) gracias a sus coqueteos con el cine fantástico y de terror; un hombre que ahora invoca –malas– energías similares, pero para facturar un thriller de denuncia social en el contexto de su país natal.

La acción, basada en hechos reales, actúa como un thriller policíaco/criminal, y bascula mayormente entre dos personajes centrales. Primero un asesino que cree estar llevando a cabo una misión divina: «limpiar» las calles de su ciudad de la suciedad moral; de las manchas imborrables que, a su entender, propagan las mujeres «de mala reputación». Después, seguimos a una periodista de investigación, harta de las negligencias, incluso complacencias, con las que la policía está llevando la investigación. Una voz femenina que se niega a ser acallada, en un contexto, ni falta hace decirlo, de misoginia aberrante.

A la hora de poner el foco sobre la deplorable situación de la mujer en Irán, ‘Holy Spider’ tiene un valor documental innegable. El problema, y este es muy gordo, es que la cámara de Abassi se empapa de la inmoralidad de los monstruos a los que retrata. A la hora de detectar a las futuras víctimas del asesino, la pantalla magnifica su demacración sico-física, después ofrece primerísimos primeros planos de las felaciones con las que intentan obtener dinero, y después, por si todo esto fuera poco, estamos a pocos centímetros de su cara, cuando a esta se le escapan los últimos momentos de vida. Sin rastro de empatía o de consideración, puro morbo: un asco.

Y en este momento, incauto de ti, piensas «Bueno… al menos esta película ya no puede empeorar; ya no puede caer más bajo». Y por supuesto, esto no es cierto. ‘Holy Spider’ se descubre, sobre todo en su nauseabunda recta final, como una máquina generadora de momentos e imágenes que convierten al cine en un instrumento de sometimiento; de perversión. Cuando nos hemos querido dar cuenta, Ali Abassi se ha quitado la careta, y ya nada puede ocultar que está intentando arrastrarnos al infierno; a ese abismo al que a lo mejor ha mirado demasiado de cerca. ¿Es su película un intento de visibilizar a las víctimas? ¿O es una humillación a estas que, además, nos atrae a la venenosa lógica del ojo por ojo?

Valeria Bruni Tedeschi

Por desgracia, parece lo segundo. Pero por suerte, ese tabú dentro de la cinefilia festivalera, aún no ha obrado sus dañinos efectos (crucemos los dedos). La película que viene a continuación, y siempre dentro del Concurso por la Palma de Oro, no es que no sea peor… es que directamente es una de las mejores que hemos visto este año en Cannes. ‘Les Amandiers’, de Valeria Bruni Tedeschi (una de las grandes actrices-autoras del panorama fílmico mundial) es un agotador (en el mejor de los sentidos) tour de force, tanto a nivel interpretativo como en una puesta en escena que bebe y se alimenta de la energía incontenible de los objetos de estudio.

A saber: ahora estamos en París, a principios de la década de los 90. Allí, un grupo de jóvenes actores se desvive para captar la atención de los directores de un instituto teatral. La primera escena del film nos mete de lleno en una de las ‘pruebas de casting’ que ayudarán a configurar una nueva promoción alumnos: chicos y chicas de una juventud desbordante, destinados a ser las futuras estrellas de la escena francesa. Nadia Tereszkiewicz, en evidentes funciones de alter ego de la propia directora y co-guionista del film, se desvive en el intento. Como si, en efecto, la vida le fuera en ello. Grita, y llora, y literalmente se rasga las vestimentas, y se tira al suelo, y de allí nadie la mueve hasta que no le dicen que sí, que van a aceptarla como integrante de este nuevo curso.

Pues bien, la película se comporta así durante sus más de dos horas de metraje. Con el ímpetu y el vigor de una juventud que no teme quemarse demasiado pronto. Precisamente, los protagonistas de esta historia a lo mejor buscan esto. A todas horas, con la mayor intensidad posible. ‘Les Amandiers’ (cuyo título internacional, por cierto, es ‘Forever Young’) es el regreso de Valeria Bruni Tedeschi a su años más gloriosos. Es, consecuentemente, un monumento a ella misma, a su talento, a su belleza, a su ego… pero sobre todo, a su sinceridad. Delicioso cine del privilegio, que va de cara con lo que es, que arrolla sin contemplaciones cualquier intento de tapar o maquillar una realidad y unas emociones que en ningún momento se pueden camuflar. Esto es ser una artista.

Como lo es, de hecho, el último invitado de la jornada. En la sección Acid (la más periférica de LE Festival) descubrimos ‘Magdala’, nuevo trabajo de Damien Manivel, quien haciendo gala de la discreción, la consideración y, en resumen, la buena educación, tampoco puede ocultar que es uno de los grandes talentos del cine francés contemporáneo. Inmenso, si se me permite, en la escala diminuta donde acostumbran a operar sus historias. De lo que se trata en esta es de plasmar, en apenas hora y cuarto de metraje, los últimos días de vida de María Magdalena, quien vive la pérdida del amor de su vida en la soledad de un bosque. Unos árboles, una actriz y, por supuesto, toda la fauna y flora que la rodea. Con esto y con cuatro líneas de diálogo, Manivel vuelve a brillar… y a iluminar todo cuanto le rodea. Abassi en la Oficial, con sus tinieblas; Manivel en un rincón, con su milagrosa bondad. Cannes c’est ça.