Víctor Esquirol
Crítico de cine

El cine como arma de destrucción masiva

Sin marcha atrás posible. El Festival de Cannes saca todo su arsenal y se convierte en un bombardeo cinematográfico; en una experiencia pensada y ejecutada para que no quede nada ni nadie en pie.

David Cronenberg y Viggo Mortensen, en la rueda de prensa posterior a la proyección.
David Cronenberg y Viggo Mortensen, en la rueda de prensa posterior a la proyección. (Stefano RELLANDINI | AFP)

La jornada más gloriosa en lo que va de certamen en esta edición del Festival Internacional de Cine de Cannes se la debemos a ‘Crimes of the Future’, de David Cronenberg; ‘Decision to Leave’, de Park Chan-wook y ‘The Natural History of Destruction’, de Sergei Loznitsa.

Llegó el gran día, esa jornada mágica (o infernal, según cómo se mire) en la que convergen casi todos los platos fuertes que el equipo de programación del festival tenía en el menú. Como tiene que ser: aquí, a Cannes, hemos venido a quemarnos; a llevar tanto a nuestro cuerpo como a nuestro cerebro al límite. A plantarnos en una butaca y a no levantarnos hasta que nos salga espuma por la boca y sangre por los ojos y las orejas.

La imagen es desagradable, sí, pero también tiene un punto de estímulo al que no se puede renunciar. Ahí va otra función de este tipo de celebraciones: relacionarnos con experiencias prohibidas. Con aquello que nos habían dicho que era nocivo… pero que igualmente (o a lo mejor, precisamente por esto) ejerce sobre nosotros una tentación; una atracción irresistible.

Cronenberg y ‘Crimes of the Future’

Entra en escena uno de los maestros de la provocación, en este gran circo del cine de autor. Un artista de verdad, al que se le conocen pocas, muy pocas, películas que pudieran dejar indiferente. Un veterano, una leyenda viva de este medio, como suele decirse… alguien a quien, por desgracia, le habíamos perdido la pista (pues se cumplen ocho años desde su último largometraje), pero que por suerte, sigue con ganas de zarandearnos.

El canadiense David Cronenberg, uno de los padres fundadores del body horror cinematográfico, regresa a la Croisette con ‘Crimes of the Future’, protagonizada por Viggo Mortensen, Léa Seydoux y Kristen Stewart. Se trata de un thriller filosófico a partir de los inescrutables caminos de la ‘nueva carne’, una historia perturbadora marca de la casa, que nos sitúa en un futuro cercano (y al mismo tiempo muy remoto) en el que el dolor –físico– es poco más que un recuerdo del pasado.

En este contexto, un artista ha convertido los órganos de su cuerpo en una obra maestra en permanente evolución. ¿Hacia dónde? Ni él lo sabe.

La película se nos ha vendido como el último grito de este cine que, precisamente, busca que la audiencia grite, y sí, ‘Crimes of the Future’ va sobrada de imágenes y sonidos diseñados para revolvernos las entrañas (el sexo y las heridas corporales, por ejemplo, y como no podía ser de otra forma, retroalimentan una serie de rituales que se repiten a lo largo de la narración), pero en su conjunto pesa mucho más la palabra hablada; unos diálogos con los que los principales personajes van dibujando el mundo (o lo que queda de él) en el que Cronenberg nos ha situado.

A todo esto, el objetivo del experimento (o de la performance) es descubrir hasta qué punto nuestro organismo puede adaptarse al entorno tóxico en el que estamos convirtiendo el planeta. Un pretexto tan bueno, como cualquier otro, para que Cronenberg, quien por cierto no parece notar el paso de los años, vuelva a abrir en canal a la condición humana. Para estudiarla, para jugar con ella, para que el arte, tan intuitivo e intelectual al mismo tiempo, marque el camino a seguir. Y ahí nos quedamos, extasiados y adoloridos a partes iguales… pero por alguna extraña razón, pidiendo más. Dicho y hecho.

Park Chan-wook y ‘Decision to Leave’

El siguiente invitado de lujo de hoy es Park Chan-wook, nombre clave en esta nueva época dorada que está viviendo el cine de Corea del Sur. El autor de títulos tan reverenciados como ‘Oldboy’ o ‘La doncella (The Handmaiden)’ vuelve a la carga con ‘Decision to Leave’, uno de los mejores trabajos de su brillante filmografía: un noir en el que un detective cree tener la solución a un caso de asesinato… pero esta, por alguna razón u otra, se le resiste.

Durante dos horas y cuarto, ni más ni menos, tratamos con un prodigioso aparato que se erige como pieza ya fundamental del cine de la saturación, en este caso, una película tan virtuosa como barroca pero que, en realidad, es reducible a la mínima expresión.

Ahí está la gracia, en que, en el fondo, la historia conjuga a poco más que un hombre, una mujer y un misterio. Es esto, y por duplicado (por si en la primera pasada se nos escaparon detalles)… lo que pasa es que las formas de Park Chan-wook lo emborronan todo. No por defecto en el sistema, sino por lo contrario, porque en la dirección y en la escritura del guion está uno de los cineastas que mejor entienden el medio en el que operan.

Y Cannes sigue a lo suyo, desbordándonos con declaraciones, con tiros de cámara deslumbrantes, con canciones pegadizas y con ruido difícilmente identificable. El cine como tormenta perfecta; como tsunami que nos arrasa, usando todas las herramientas a su alcance (que son muchas, prácticamente infinitas).

Donde debiera primar la claridad y la nitidez expositiva, ‘Decision to Leave’ abraza a propósito la confusión, el caos, la terrible sensación de creer que se puede llegar a todo… y llega a la certeza de que, en realidad, nos quedamos sin nada. Puro horror del espíritu de nuestros tiempos.

Sergei Loznitsa y una obra maestra

Por último, fuera de la Competición por la Palma de Oro, la Croisette nos regala una última obra maestra. Sergei Loznitsa, figura clara para entender las heridas que marcaron y siguen marcando el continente europeo, presenta ‘The Natural History of Destruction’, un documental sobrecogedor. Una no-ficción que se comporta como la peor pesadilla.

Una vez más, el director bielorruso sublima el trabajo con el material de archivo: su nuevo film es, en este sentido, un prodigio de la restauración y el montaje.

Para entendernos, son dos horas de documentos audiovisuales de la época. ¿De cuál? De la Segunda Guerra Mundial. Con definición y conciencia cinematográfica impresionantes, la pantalla revive la vida, tranquila y apacible (¿idílica?), en diversas poblaciones alemanas.

Hasta que de repente, y sin previo aviso, sus calles, plazas y monumentos se llenan de iconografía nazi. Hasta que lo que en un principio creíamos que eran noches estrelladas, se confirman como el pasto desolador de bombardeos aéreos. Sin voces en off o títulos explicativos: Loznitsa sabe que hay secuencias que se explican solas. Y así sucede con todo lo que nos muestra.

La cámara, antes cómplice propagandístico de los jinetes del apocalipsis, ahora se redime como instrumento de una memoria que, para mayor escalofrío, nos remite a la barbarie que estos últimos meses ha estado llenando las noticias. Es la espiral de muerte y destrucción que nunca acaba; es estar viendo la macabra vergüenza de Rostock y Colonia, y pensar inevitablemente en Mariupol.

Y es, sobre todo, no poder más con este mundo, con esta humanidad. Cannes lo ha vuelto a hacer, una vez más. Hora de retirarse.