Daniel   Galvalizi
Periodista

La impunidad del emérito, la pasividad de la gente y un anuncio inesperado

La visita de Juan Carlos de Borbón, y especialmente sus declaraciones arrogantes a periodistas, ratificaron el marco de impunidad de la Casa Real, mientras que la ciudadanía apenas se manifestó. Su tour dejó una sorpresa: podría volver a residir en el Estado español.

Juan Carlos de Borbón, al retornar a la Zarzuela.
Juan Carlos de Borbón, al retornar a la Zarzuela. (Oscar del Pozo | AFP)

Ya pasó. El rey emérito se ha ido de territorio español y dejó una estela amplia para debatir. Desde su partida a Abu Dabi, su cómoda residencia gracias a sus amistades con los emires, no había regresado. Como casi siempre en la vida, no importa tanto el qué sino el cómo. Que haya regresado es noticia, claro, pero la forma en que lo ha hecho es un bochorno y una grieta más que separa a Zarzuela de buena parte de la sociedad.

«¿Explicaciones de qué?», respondió Juan Carlos a la pregunta de una periodista de La Sexta (la única que se animó) sobre si iba a dar «algún tipo de explicaciones». No estaba aturdido ni fue un malentendido. El coche que lo trasladaba dio marcha atrás para responder a la pregunta, como consta en el vídeo que se viralizó, y a la pregunta retórica arrogante e impune le siguió una risa sarcástica. Increíble pero real.

La excusa de la visita a Sanxenxo, un exquisito balneario de las Rías Baixas gallegas, era ser parte de unas jornadas de regatas del club náutico local. El problema no es ese sino que ocurra como si nada cuando el exjefe de Estado ha admitido haber estafado al fisco porque él mismo pidió dos regularizaciones fiscales por valor de más de cinco millones de euros. Ambas realizadas después de tres notificaciones de la Fiscalía del Tribunal Supremo sobre investigaciones abiertas por la opacidad de las cuentas, y no hechas antes, como marca la ley.

El rey emérito, con sus regularizaciones, admite haber defraudado al fisco del Estado que él presidió y, encima, en calidad de monarca. Nunca hubo un mea culpa ni un perdón público y lo máximo que los ciudadanos que solventan la Casa Real con sus impuestos recibieron fueron unos gestos mínimos de transparencia de Felipe VI que constituyeron avances menores o maquillaje.

El tour real estuvo recubierto de tal neblina de impunidad y desparpajo que hasta la portavoz del Gobierno, la ministra Isabel Rodríguez, ha dicho que el emérito perdió la oportunidad de pedir perdón y dar explicaciones públicas de sus acciones, aunque recalcó que con esta actitud solo daña su propia imagen y no la de la Corona.

Las declaraciones no fueron hechas ni siquiera desde Moncloa ni en rueda de prensa convocada, sino por Radio Nacional. La portavoz remarcó el silencio de Núñez Feijóo ante la visita y se limitó a decir que sería bueno un cambio constitucional sobre el marco normativo de Zarzuela pero que eso sólo es posible, por la mayoría parlamentaria calificada que conlleva, con el principal partido de la oposición. El PSOE persiste en su línea de tibieza. La única que se escapó del guión fue Carmen Calvo, que en un twitt se refirió de manera indirecta al «bochorno» en Sanxenxo. Y este martes ha dejado claro que no contempla la posibilidad de suprimir la inviolabilidad del rey pese a las peticiones y críticas de sus socios.

El sábado por la tarde en Madrid una una protesta en la plaza Opera; no fue para nada masiva

Todo ocurre ante una mansa pasividad de la sociedad. Entendible desde el punto de vista de los más monárquicos, pero parece que se ha perdido la capacidad de irritación. Sea porque el asunto es considerado menor, porque ya no sorprende o porque en esta fase histórica la queja callejera ha sido sustituida por Twitter, hubo pocas movilizaciones en las calles. Una en Sanxenxo, con algunos pocos militantes del BNG y el sindicato nacionalista CIG, que sostenían pancartas que decían “Galiza non ten rei”.

El sábado a la tarde en Madrid hubo una en la plaza Opera, a diez minutos al oeste de Puerta del Sol. Más de 20 organizaciones (entre ellas, el PCE, Izquierda Unida y Anticapitalistas) convocaron bajo el lema “No a la monarquía. Quien acoge a un corrupto es cómplice de la corrupción”. No fue para nada masiva.

Por su parte, la Casa Real, que en definitiva es la que paga el coste político ante la opinión pública por esta movida de Juan Carlos, se limitó a filtrar en medios afines algunas cuestiones. Una de ellas, en el diario ‘El País’, fue que consideraban que el emérito estaba “fuera de control” y aceptaban con resignación su conducta. Otra, que Zarzuela y Moncloa pactaron que el exjefe de Estado no durmiera en el palacio real y solamente lo visitara.

El encuentro entre el rey y su padre se prolongó por más de once horas. En un comunicado oficial, en el que no existe reproche alguno ni autocrítica, Zarzuela comunicó de la reunión y dijo que existió una conversación sobre cuestiones familiares así como sobre distintos «acontecimientos y consecuencias» en la sociedad española.

Hasta en el comunicado oficial hay un manto de confusión. Pero, hacia el final, la Casa Real deja solapado un anuncio inesperado: el posible regreso de Juan Carlos a vivir a España. La frase textual, en un párrafo en el que habla sobre la intención de Juan Carlos de moverse «en la mayor privacidad posible», es que su decisión de pernoctar en instalaciones que no sean oficiales es «tanto en sus visitas como si en el futuro volviera a residir en España».

Habría que ver qué pasaría si el emérito realmente volviera a vivir en la Península

Poco se ha reparado en este detalle, quizás por el ruido general que causó el tour de la desvergüenza y porque fue una información de fin de semana, pero habría que ver qué pasaría si en los hechos el emérito realmente volviera a vivir en la península. Para el movimiento republicano quizás sería una buena noticia: nadie hace más por la república que Juan Carlos. Ahora habría que ver si eso es canalizado por algún partido.

Como corolario, la anécdota. A veces la realidad supera a la ficción y la vida parece escrita por guionistas. El barco en el que navegó el rey emérito en las costas gallegas se llama ‘Bribón’.