Maite Ubiria

Abstención y ruptura del dique republicano, el Estado francés ante su cruda realidad

Las elecciones legislativas han plegado alas pero han dejado como secuela una crisis institucional cuya verdadera dimensión tratan de calibrar a estas horas las formaciones políticas francesas y, en particular, el presidente Emmanuel Macron, depositario de una mayoría a la intemperie.

Marine Le Pen se dirige a los medios antes de la reunión para analizar, hoy, los resultados electorales.
Marine Le Pen se dirige a los medios antes de la reunión para analizar, hoy, los resultados electorales. (Denis CHARLET | AFP)

Los resultados definitivos de las elecciones francesas han tenido el valor de proyectar una imagen de la sociedad política francesa que la V República ha tratado de ocultar.

En base a un sistema electoral mayoritario cuya función esencial era dotar, a cualquier precio, de una mayoría estable al presidente de la República, se optó por simplificar el espectro político. Y ya con la irrupción del Frente Nacional, se teorizó sobre un frente republicano que, conforme ha ido aumentando la influencia de la ultraderecha, ha derivado en un himno a la hipocresía.

Con una abstención que ronda el 54% y una campaña entre dos vueltas en la que el macronismo gobernante dio un paso definitivo al desistirse de la obligación de frenar a los candidatos de Marine Le Pen, el modus operandi republicano ha saltado en mil pedazos y la fotografía que proyecta el reparto del hemiciclo se aproxima, paradójicanente, a la foto más proporcional.

Ni un voto a Le Pen

La consigna de «ni un solo voto a Le Pen» que lanzó Jean-Luc Mélenchon en la presidencial se convirtió en una versión trucada en las leguslativas en boca del macronismo.

El Gobierno que todavía lidera Elisabeth Borne se prestó, como el propio Macron, a demonizar «a los dos extremos», es decir a equiparar los proyectos políticos de la Nupes y de RN, al plantear una operación de bisturí, fruto de la cual señalaba circunscripción a circunscripción qué aspirantes de la izquierda merecían ser apoyados frente a sus contrincantes ultraderechistas y quienes no.

No cabe olvidar que apenas mes y medio antes el macronismo había otorgado a la France Insoumise el label del «republicanismo responsable» para solicitar a los votantes de Mélenchon que hicieran barrera a Le Pen en la segunda vuelta.

A la vista de los resultados, con sus más y sus menos, ese dique de contención prestó su último gran servicio, con la contribución del «pueblo de la izquierda». Y Emmanuel Macron salió elegido, aunque no con el brillo de 2017, y en la misma noche electoral se declaró dispuesto a extraer las lecciones necesarias.

Una campaña a la deriva

Sin embargo, ni Macron ni sus principales portavoces aplicaron la dosis de modestia prometida en el diseño de la campaña a las elecciones legislativas.

Desde hace semanas, los sondeos encendieron la luz roja, alertando de que la mayoría absoluta sin la que los presidentes franceses no están acostumbrados a gobernar podía decaer.

Sin levantar una ola de entusiasmo, Nupes ha logrado proyectar la idea-faro de una alternativa plural a la izquierda... y también a RN

Tampoco entonces la estrategia del Elíseo cambió, lo que dio alas a la Nupes, que, sin levantar una ola de estusiasmo, logró proyectar la idea-faro de que se puede construir una alternativa plural a la izquierda, pero también a un Rassemblement National que dio al «pueblo de la ira» la misión de convertir a Macron en el presidente de «una República minoritaria».

«Las políticas practicadas en las tres últimas décadas han permitido a la ultraderecha ser quien es», resumía esta mañana de lunes en un programa matinal de radio la diputada de la Nupe, Clementine Autain.

Las reformas antisociales que han marcado la gran brecha entre ciudadanía y electos se remontan seguramente a más atrás, pero solo por mirar la secuencia más cercana, desde la caida de François Hollande en 2017, castigado por aplicar un programa austericida, y hasta la fecha, el proyecto de la ultraderecha ha expandido sus espacios y, ayudado por la omnipresencia de los dicursos securitarios y la proyección constante de los miedos identitarios, ha normalizado su voto.

La falta de consistencia macronista ha contribuido a que el programa lepenista parezca menos disparatado

El lepenismo, aquejado de una parálisis inquietante, se ha sometido, vía su sucesora, a un proceso de renovación estética y programática que le ha convertido en una marca estandarizada. Y la falta de consistencia ideológica y los vaivenes en la gestión de ese macronismo entre líquido y gaseoso, ha contribuido a que su programa aparezca como menos disparatado.

El resultado: si se mira no ya a las alianzas sino a las siglas, Rassemblement National, que ha multiplicado por diez sus escaños, es la primera fuerza de oposición en la Asamblea Nacional.

No obstante, como se vota en base a las candidaturas, con los números en la mano, son evidentemente más los 131 escaños de la Nupes que los 89 de RN.

La generación Nupes y la «jefa de la oposición»

Todo ello no obsta para remarcar que esos 89 escaños tienen valor añadido. Tras décadas de pegarse contra el muro mayoritario, sin mediar siquiera reforma, la ultraderecha se ha hecho con un populoso grupo parlamentario, y gana así un arsenal, financiero y propagandístico.

Marine Le Pen se ha apresurado a anunciar, de hechio, que no ejercerá de presidenta del partido para consagrarse a esa labor parlamentaria en la que en el pasado los electos de la ultraderecha no han destacado precisamente por hacendosos.

Desde esa tribuna Marine Le Pen va a tratar de proyectar a su partido como la alternativa en ciernes frente a una mayoría presidencial insuficiente. Y a la izquierda le tocará luchar contra dos frentes, y desmontar el relato de «los extremos que se autoalimentan». Una tarea nada fácil.

La generación Nupes, formada por una variada gama de electos con gran punch comunicativo, tratará de contrarestar en la nueva Cámara el hándicap de que su patrón, Jean-Luc Mélenchon, no sea diputado.

Los cara a cara con los representantes gubernamentales serán corales para la Nupes, lo que le sirvirá para proyectar un liderazgo compartido, pero hay que reconocer que Le Pen, con el aprendizaje que da haber sido esparring en tres elecciones presidenciales, va a jugar todas sus bazas para reivindicarse como la «la jefa de la oposición».

Techo de cristal de la izquierda hexagonal

La alianza de la izquierda no ha conseguido el objetivo de movilizar el voto, es decir de sacar de la abstención a esas clases populares que hace tiempo que desconectaron del sistema.

Ganar todas las circunscripciones en la popular Seine-Saint-Denis es un mérito a destacar. También llevar ya a una limpiadora de hotel ya a un panadero solidario con los migrantes a la Asamblea Nacional, aunque solo sea por oxigenar con una bocanada de aire del país real a una institución vetusta.

Con todo, el abstentismo electoral no se puede soslayar porque, aunque solo sea una parte de una crisis político-institucional mucho más profunda, lastra como se ha visto en estos comicios las perspectivas de quienes aspiran a dar una alternativa social al liberalismo macronista.

«La Nupes no ha roto su techo de cristal», se ha apresurado a valorar el líder comunista Fabien Roussel, para remarcar que la izquierda hexagonal bebe del voto urbano pero no consigue trasladar su mensaje a esa «Francia que sufre» en territorios que se ven desprovistos de servicios esenciales como consecuencia de esa metropolización que han favorecido los sucesivos gobiernos franceses, desde el periodo en que derecha tradicional y PS se turnaban en el poder.

Declive del PS y de la derecha tradicional

Elección a elección la marca de la rosa se ha ido eclipsando, hasta recalar en ese nuevo buque, la Nupes en que manda el capitán Mélenchon. Y la derecha tradicional, más anclada en los territorios, se ha quedado en 61 diputados, del centenar de escaños con que contaba en la Asamblea Nacional saliente.

El número importa, pero también la calidad. Y el grupo de LR, al que Macron mira ya para tratar de encontrar un bastón, se nutre de extra derechistas, de la estirpe de los Éric Ciotti, elegido por cuarta vez en Alpes Marítimos. Derrotado en la primaria para elegir al presidenciable, en las legislativas se ha tomado la revancha.

La batalla se anuncia ruda en las filas de LR que, aunque se dice en «la oposición constructiva», guarda en sus filas a halcones que simpatizan más con la idea de practicar la política de rompe y rasga que la del compromiso, porque saben que su electorado se calca al de RN.

Ese espacio en que antes había una barrera, ahora hay una simple persiana que cada vez se sube y baja con más naturalidad, en función de los intereses en juego en casa elección.

Mientras la galería audiovisual se divertía en airear sin desmontar con demasiado ahínco las ideas del «gran remplazamiento o sustitución» de un tal Éric Zemmour, hoy amortizado, el proceso silencioso era otro, el de esa mudanza silenciosa, con la privacidad que da el voto, desde los espectros políticos tradicionales hacia el campo de la extrema derecha.

El final del parlamento dócil

Dividida en tres bloques, la Asamblea Nacional ya no será una cámara domesticada, sino un entorno a priori muy hostil para el macronismo.

Al inquilino del Elíseo le queda el consuelo de pensar que, aunque la irrupción de Nupes y la cabalgada de RN, dan a la oposición la baza del bloqueo -y hasta puedan hacer descabalgar en cuestión de días al  gobierno Borne que ha perdido, de partida, a tres ministros en la liza legislativa- otra cosa bien distinta es proyectar una alternativa.

Una dosis de paracetamol para este día de dura resaca.