Elkarrizketa
Juantxo Estebaranz
Historiador, autor de ‘De la Primera Internacional a Askatasuna. Nueva historia del anarquismo vasco (1870-1980)’

«Las expectativas de la II República se rompieron rápido aquí, con Ategorrieta»

Juantxo Estebaranz repasa en su último libro, “De la Primera Internacional a Askatasuna. Nueva historia del anarquismo vasco (1870-1980)”, los pormenores del movimiento libertario década a década, desde la llegada de la I Internacional a la refundación postfranquista.

Juantxo Estebaranz, historiador.
Juantxo Estebaranz, historiador. (Aritz LOIOLA | FOKU)

El anarquismo vasco se reduce muchas veces a lo sucedido durante la Guerra de 1936, pero su actividad empieza muchos años antes y se alarga durante más de un siglo.

¿Cuál era el contexto de la clase trabajadora vasca cuando, a finales del s. XIX, aparecen las primeras propuestas anarquistas en Euskal Herria?

En 1870, la clase trabajadora es un cuerpo que todavía está en formación. Lo que hay son diferentes segmentos que más tarde constituirán esa clase obrera. Cuando a partir de ese año se crea la Internacional surge el asociacionismo obrero no solo en ese Bilbo que imaginamos como industrial, que es un desarrollo posterior, sino que aparece en las cuatro capitales de Hegoalde al unísono sobre ese sujeto, los obreros con oficios.

A finales de siglo XIX ocurre uno de los hechos más relevantes de la Restauración borbónica, el magnicidio de Cánovas del Castillo. ¿Cuál fue el papel de anarquismo vasco en esta acción?

De Michele Angiolillo se ha dicho que era una especie de “killer” internacional que llegó por casualidad a Euskal Herria, cuando la realidad es que existió una trama detrás de la muerte de Cánovas del Castillo, ideólogo de la Restauración. El suyo es un magnicidio que ocurre en el balneario de Arrasate, en un contexto represivo que se inicia en la década de 1880 y que afecta a la Federación Regional Española de la AIT. Tras su disolución, aparece la propaganda por el hecho, los atentados contra personajes simbólicos de la clase política y propietaria.

En el caso de Cánovas del Castillo, ya había sufrido unos años antes otro intento de magnicidio en Madrid, en el que falleció un obrero anarquista. Si bien no se tiene constancia de ningún tipo de represión directa o indirecta que tenga que ver con este atentado, lo cierto es que el núcleo conspirativo de esta acción tenía relación con los anarquistas bilbaínos.

¿En qué época podemos decir que el anarcosindicalismo vive su mejor momento en Euskal Herria?

La inmediata ilegalización de la CNT tras su fundación en 1910, por su participación en la huelga general que se decretó entre otras cosas en solidaridad con la huelga del Puerto de Bilbo, provocó que el sindicato tardara en afianzarse, pero también una potenciación del activismo.

En la segunda parte de la década empieza a tomar fuerza la propia idea del anarcosindicalismo y es en los años 20 cuando la CNT tiene más fuerza, con presencia en los cuatro territorios de Hegoalde.

Esta fuerza no sólo se demuestra en la Bizkaia industrial, sino también en los otros territorios a través de la fórmula de los sindicatos únicos. Éstos ya no se agrupaban por oficios, sino por localidades, lo que permitía crear núcleos muy fuertes y decididos que podían condicionar toda la actividad económica y política en pueblos y ciudades de tamaño medio.

¿Más potente que en la década de 1930?

Siempre se recuerda la potencia de la CNT vinculada al periodo de la Segunda República, cuando el movimiento obrero que resurge en la segunda mitad de la década de los 10 y los 20 es más fuerte de lo que sería después. Es ese periodo de conflictividad obrera lo que impulsa a las élites a dar el primer golpe fascista y la aparición de la dictadura de Primo de Rivera.

Acabada la dictadura, en 1931 llega la Segunda República. ¿Qué supuso para los anarquistas?

La expectativa de cambio que suponía la República se rompe enseguida en Euskal Herria, con los sucesos del barrio de Ategorrieta, pocos meses después del 14 de abril de 1931. Las autoridades republicanas ordenaron la represión de una marcha obrera que había partido desde Trintxerpe, en Pasaia, hasta Donostia con ocho muertos, a los que se sumaron muchos más durante la posterior huelga antirrepresiva que estalló en Gipuzkoa. Por tanto, fue un desencanto no solo para los anarquistas, sino para toda la gente que tenía esperanzas de cambio y se dieron cuenta de que esa República no era más que una continuación del orden burgués, solo que por otros medios.

¿Y cuál fue la respuesta del movimiento libertario?

Posterior a la proclamación de la República, y con los primeros desengaños, aumenta el anhelo insurreccional. Las primeras intentonas se dieron en algunos pueblos de Navarra, en los cuales se proclamó el comunismo libertario, rápidamente reprimido. La primera de estas insurrecciones anarquistas es la de diciembre de 1933, en la que no solo se insurrecciona la línea del Ebro, en pueblos de Rioja alavesa y Navarra, sino que sucesos similares tuvieron lugar también en las ciudades donde había fuerte implantación de la CNT desde la década de los años 20. La posterior insurrección de 1934 está protagonizada sobre todo por socialistas, porque los anarquistas están debilitados por la participación en los hechos de 1933.

¿En qué situación queda el movimiento libertario tras el final de la Guerra de 1936?

La guerra comienza con represión en Araba y Navarra, territorios donde pudo haber habido una iniciativa insurreccional como la de 1933, pero que se corta de golpe. En Donostia, los anarquistas son el catalizador del pueblo contra los militares, no solo en el cuartel de Loiola, sino en la defensa de la capital y la línea del Bidasoa. Posterior a la caída del frente guipuzcoano, los anarquistas del territorio confluyen en Bizkaia, donde se concentra el polo revolucionario, comenzando las tensiones por la hegemonía junto a nacionalistas y socialistas.

Aunque algunos combatientes van al frente por la cornisa cantábrica y otros se adentran en territorio republicano, en Euskal Herria la contienda finaliza en 1937 y comienza un periodo de represión descarnada y supervivencia. Aún así, a principios de la década de los 40, la CNT consigue volverse a organizar, también obligada por la situación social de miseria extrema. Reaparece clandestinamente en esos núcleos históricos, beneficiada también por las progresivas excarcelaciones de los que no habían resultado muertos. Su objetivo pasa a ser forzar la caída del régimen pensando en la entrada de los aliados, después de la victoria en la II Guerra Mundial, aunque posteriormente el apoyo de los regímenes aliados al franquismo hace que esa concentración de fuerzas en los años 40 sea reprimida.

Tras el final de la II Guerra Mundial, ¿qué papel jugó Iparralde para los anarquistas de Hegoalde?

A finales de los años 40, la acción en el interior se queda como un apoyo a las víctimas de represión y no tanto como una lucha obrera ofensiva. Por otro lado, existe un grupo de vascos anarquistas que han pasado al Estado francés. Se nuclean en el grupo vasco de París y el grupo de Iparralde. Estos optan por colocarse lo más cerca posible de la frontera, principalmente en Bidart y Baiona. Son muy importantes en la extensión del movimiento y en el apoyo a las actividades en el interior.

¿Cómo fueron las relaciones de estos grupos con el Gobierno Vasco en el exilio?

En 1945 la CNT participa en el Pacto de Baiona junto a otras organizaciones vascas en el exilio. El objetivo es pensar el día después al franquismo, dando por hecho que los aliados van a desalojar a los dictadores fascistas de la Península Ibérica, cosa que no ocurrió. En el Pacto de Baiona lo que se refleja es el status quo de las fuerzas que habían confluido durante la Guerra, y se pacta incluso el reparto de unas carteras ministeriales.

Paralelamente, ¿sigue la organización clandestinamente en el interior?

A finales de los años 50 y principios de los 60, y al calor de la nueva industrialización en Euskal Herria, aparecerá una nueva clase obrera, distinta a la que había protagonizado la conflictividad en los años 30. La CNT seguirá anclada en las lógicas organizacionales del pacto de Baiona, lo que le dificultará comprender los intereses de esa nueva clase obrera y resurgir en la clandestinidad.

¿Cómo enlazaba el anarquismo con lo que en el libro se denomina «nacionalismo revolucionario»?

Los años posteriores a la II Guerra Mundial, los años 50, son la década antiimperialista. La cuestión nacional ya no es un tema racial, sino que es una cuestión más compleja y aparece el denominado nacionalismo revolucionario. En Euskal Herria pronto aparecen los primeros grupos de este tipo, como ETA, que al poco tiempo comienza a producir sus propios exiliados, coincidiendo en Iparralde con los viejos anarquistas exiliados. Esos anarquistas de los años 30 compartían una connotación cultural euskaldun, y rápidamente tendieron puentes con los nuevos anhelos insurreccionales y revolucionarios.

¿Qué escenario quedaba para el movimiento libertario tras la muerte de Franco?

La conflictividad obrera de mediados de los años 70 es la que coincide con la muerte física de Franco y la que impulsa el cambio de régimen. Y el anarquismo, a través de los nuevos grupos, forma parte de ese contexto. En el año 1976 la CNT reaparece en eso núcleos tradicionales del pasado. Están en conexión, aunque son grupos con una evolución propia.

Dentro de ello también fueron importantes las tensiones alrededor del nuevo nacionalismo revolucionario, que había aparecido con fuerza. De hecho, fue entonces cuando la CNT Euskadi se refunda como una CNT globalista, no solo centrada en el factor obrerista, sino también en una liberación de todos los aspectos del individuo. Ese sería un factor de discusión interna, y fruto de esa discusión surgió a principios de los 80 un movimiento libertario muy parecido al que podemos encontrar hoy día, 40 años después.