Dabid Lazkanoiturburu
Nazioartean espezializatutako erredaktorea / Redactor especializado en internacional

Los crueles dilemas de Netanyahu y la decisión «final» de Israel

El Gobierno del primer ministro israelí  demuestra con sus bombardeos su ansia de venganza. Pero afronta varios dilemas. ¿Operación terrestre? ¿Abandono a los rehenes? La decisión la tomará el Estado de Israel, que sigue sin afrontar el reto de reconocer el derecho a vivir de los palestinos.

El primer ministro israelí.
El primer ministro israelí. (MENAHEM KAHANA | AFP)

Mientras el Ejército bombardea sin piedad Gaza, el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y sus ministros prometen a coro el Armagedón para la Franja, bastión de Hamas. «Nada será igual», braman amenazadores.

Un augurio que se dibuja ya en una Gaza sin luz, agua ni escape pero que es ya una realidad para Israel, cuya población ha sufrido un shock equiparable o superior al que tuvieron los estadounidenses cuando aviones secuestrados por Al-Qaeda tumbaron las Torres Gemelas e impactaron hasta en el Pentágono. «Es nuestro 11-S, e incluso peor».

Es en este escenario en el que asoman los dilemas para el responsable político del mayor desastre militar que ha sufrido Israel en su corta pero sangrientamente prolija historia. Que no ya un estado o una alianza de estados árabes sino un simple «grupo terrorista yihadista» confinado en el mayort campo de concentración del mundo bloqueado totalmente te golpee con ataques e incursiones por tierra, mar y aire, obliga, en la lógica militarista y bíblica (ley del talión) sionista a una respuesta apocalíptica.

Qué hacer... Los bombardeos en la «Guerra de Gaza» en 2014, que estalló por una pequeña incursión de Hamas contra una colonia judía en la que mató a tres adolescentes tras la muerte a manos del Ejército israelí (Tsahal) de dos adolescentes palestinos en las manifestaciones por la Naqba dejaron 1.500 muertos.

Si el hasta el pasado sábado mayor enfrentamiento militar asimétrico entre el Tsahal y las milicias islamistas de Ezzedin al-Qasam desde la desconexión y el bloqueo de Gaza en 2007 se saldó con cinco civiles israelíes y 67 soldados sionistas muertos, cuántos palestinos «toca» llevar al altar de la venganza sacrificial ahora que los muertos israelíes superan los 1.200?

¿Bombardear Gaza provocando miles y miles de víctimas civiles palestinas -me niego a augurar cifras- acabará con Hamas y su capacidad logística y militar? La realidad nos dice, les dice, que no. Y si es así, ¿hasta cuándo? ¿hasta el siguiente 7 de Octubre, 7-O u 11-S?

¿Una operación terrestre»? GARA y NAIZ ya han glosado en sus informaciones diarias los riesgos que para el Ejército israelí supondría una ofensiva terrestre en Gaza, un abigarrado territorio que alberga a 2,3 millones de personas con un rencor ya atávico a Israel en un territorio de 40 kilómetros de largo y entre 6 y 12 de ancho.

Batallas edificio a edificio, desde las alcantarillas a los tejados, con una franja agujereada con túneles (el «metro de Gaza» en el argot militar israelí), y con Hamas «jugando en casa» y  a quien le ha sobrado tiempo para convertir la franja en una trampa... Stalingrado y Grozni (Chechenia) podrían ser el guión  y seguro que el Tsahal ya ha hecho un cálculo de bajas militares propias.
¿Está la acomodada y occidentalizada, aunque hoy noqueada y movilizada sociedad israelí, lista para asumir semejante coste?

Hay, además, un segundo dilema: el de los rehenes. Israel tiene a gala no dejar nunca atrás a los suyos y liberó a más de 1.000 presos palestinos, entre ellos Yahya Sinwar, el comandante de las brigadas de Hamas y quien sustituyó al primer ministro islamista Ismail Haniyeh como hombre fuerte de Gaza, a cambio de un solo soldado israelí, el tanquista Gilad Shalit.

Netanyahu sabe de lo que hablan. No en vano su hermano Jonatan, coronel de la «unidad antiterrorista» Sareyet, murió en la operación para liberar a un centenar de pasajeros israelíes secuestrados por el FPLP en el aeropuerto de Uganda en 1976.
El operativo fue un éxito para Israel y solo murió el hermano mayor de «Bibi», apodo do del hoy primer ministro, no se sabe si por la respuesta del comando palestino o por una bala perdida de un soldado ugandés.

Pero ha habido fracasos sonados en rescates, como el de los deportistas israelíes en los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972.

No será, sin embargo, Netanyahu, ni sus bravucones ministros ultra-sionistas y ultraortodoxos quienes decidan. Lo hará el estado profundo de Israel, que ha forzado un gobierno de unidad.

Triste consuelo. Porque mientras el Estado profundo israelí no acepte encarar el verdadero dilema, el de si los palestinos tienen o no derechos, empezando por el de vivir, pasando por el de no ser peones económicos de un sistema de Apartheid, y  terminando en su derecho a ser sujetos políticos, todo serán huidas hacia adelante. O laberintos hacia el autoengaño.