Beñat Zaldua
Edukien erredakzio burua / jefe de redacción de contenidos

No pregunten «¿y ahora qué?»

El acuerdo entre Junts y el PSOE sitúa a los de Puigdemont en la misma onda que ERC, aunque sea para seguir compitiendo entre sí. Catalunya quema así otro ciclo político a la velocidad de la luz. Hacer cábalas acerca lo que vendrá es deporte de alto riesgo, pero el país no es el que era en 2010.

Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, en Waterloo, Bélgica, en una imagen de archivo.
Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, en Waterloo, Bélgica, en una imagen de archivo. (EUROPA PRESS)

Como las personas, también los pueblos pueden tener diferentes biorritmos, quizá acordes a las particularidades de su cultura política. Desde luego, los ritmos de la política catalana no son los de la vasca. Entiéndase como una observación, aquí todo tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Lo que no se discute es que Catalunya quema ciclos a una velocidad que dejaría a Urkullu y Otegi más aturdidos que un viaje en el Delorean. Hasta aquí la comparación, con la que solo se pretende recordar que las gafas vascas no sirven para descifrar en plenitud Catalunya.

La causa catalana tiene, evidentemente, raíces profundas. En este siglo XXI, nada de lo que ha ocurrido la última década se explica sin el tortuoso proceso del Estatut y sin la corriente popular de fondo que venía expresándose mediante consultas municipales e iniciativas tempranas como la Plataforma pel Dret a Decidir. Pero el ciclo independentista catalán en mayúsculas, el Procés si se quiere, arrancó en 2012, con la primera gran manifestación independentista que le dijo a Artur Mas que no bastaba con el Pacto Fiscal.

En 2012 era imposible anticipar lo que venía. En 2017 nadie vio venir que Sánchez sería investido hoy con el voto de ERC y Junts. La pregunta «¿y ahora qué?» no tiene respuesta en Catalunya.

La cronología es sabida. Mas fracasó estrepitosamente en la búsqueda de la mayoría absoluta aquel 2012 y arrancó un proceso acelerado que llevó a una primera consulta en 2014, unas elecciones plebiscitarias en 2015 y a un ejercicio masivo de desobediencia en forma de referéndum en 2017, a lo que siguió una fugaz declaración de independencia. De ahí, al exilio o la cárcel. Un ciclo acabó en esos meses.

En un lustro, una mayoría a favor del Estatut se convirtió en una mayoría –al menos, parlamentaria– a favor de la independencia. El mapa político saltó por los aires. CiU implosionó, ERC maduró y tomó una centralidad desconocida y la CUP irrumpió con nuevas formas y discursos. Al otro lado, el PSC se quedó en los huesos, la operación Ciudadanos cumplió su función y dejó vía libre a Vox.

En otros seis años, los dirigentes encarcelados han sido liberados mediante los indultos de 2021, y los exiliados, en principio, podrán volver tras la amnistía. La losa que pende sobre centenares de catalanes en forma de procesos judiciales también se esfumará, siempre que la judicatura no consiga abrir la fisura por la que dinamitar los acuerdos alcanzados estos días.

No han sido regalos caídos del cielo, sino fruto de las necesidades de Pedro Sánchez y de dos aperturas simultáneas: la del PSOE a negociar con Podemos y los independentismos vascos y catalanes, y la de estos últimos a posibilitar la gobernabilidad del Estado.

Hipótesis para el nuevo ciclo

En cualquier caso, el acuerdo de investidura cierra otro ciclo veloz, sin que sea fácil aventurar qué es lo que sigue. No lo intenten, es un deporte de riesgo. Nadie en el verano de 2012 anticipó el Procés que venía, igual que en 2017 hubiera sido irrisorio augurar que Pedro Sánchez iba a ser investido con los votos de ERC y Junts apenas seis años más tarde.

Quede dicho, por aclarar términos, que el conflicto entre Catalunya y España no queda resuelto con el acuerdo de investidura. Tampoco se dirime la pugna entre ERC y Junts. De hecho, el acuerdo los sitúa en el mismo carril. Estas son las dos cadenas que, enroscándose, conforman el ADN de la política catalana de los últimos años. Lo seguirán siendo.

Qué dirección a seguir, sin embargo, es incierta. El calendario fija en 2025 las elecciones al Parlament. La pugna entre ambos puede recorrer dos caminos: el de ver quién saca más concesiones al PSOE o el de ver quién alza más la voz ante los incumplimientos que llegarán –y si no, que se lo pregunten al PNV–. Dependerá, en buena medida, del arte de Pedro Sánchez.

Hay procesos secundarios que también condicionarán el nuevo ciclo, como el resultado del debate interno en el que se ha sumido la CUP, la incógnita del PSC –está por ver si tras la amnistía retendrá el voto españolista acumulado en los últimos años– o la difícil recomposición de un movimiento civil independentista que empuje a los partidos.

Puede augurarse, siempre con la boca pequeña, un periodo de transición hasta las elecciones, tras las cuales hay hipótesis para todos los gustos, desde la opción de un Tripartit 2.0 al regreso del Majéstic. No se jueguen ni una uña a ninguna de las opciones. Esta Catalunya no es la de 2010, siempre sorprende y, además, lo suele hacer rápido.