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Tiempo y geopolítica corren contra la UE en la guerra del gas de Rusia

El corte del suministro de gas por parte de Rusia a Polonia y a Bulgaria y la amenaza de Moscú de que extenderá ese veto a los países «hostiles» que se nieguen a pagarle en rublos ha encendido todas las alarmas.

gasoducto cerca de Varsovia, Polonia. ( Janek SKARZYNSKI | AFP)

Polonia y Bulgaria han intentado tranquilizar a sus respectivas poblaciones asegurando que cubrirán sus necesidades con suministros de sus vecinos, República Checa y, en su caso, Lituania en el primer caso, y Grecia en el segundo.

Pero no está claro que ese apaño sirva para que puedan afrontar, dentro de medio año, un nuevo y frío invierno.

La UE ha anunciado una respuesta conjunta y coordinada en esta reedición de la guerra del gas. Pero ya hay fisuras y, dando por descontada la negativa de Hungría a sumarse al frente occidental contra la invasión rusa, una decena de compradores europeos, sobre todo alemanes y austriacos, habrían abierto una doble cuenta especial en rublos en Gazprombank, y cuatro ya habrían efectuado los pagos en dólares que se convierten automáticamente en la moneda rusa. Una triquiñuela que sirve a Moscú para sortear la presión contra sus divisas y su moneda.

Pero el problema para la UE, que aspira a una desconexión progresiva de los hidrocarburos rusos, va más allá. Y es que, siendo posible técnicamente, exigiría precisamente una coordinación y una centralización de los planes que choca directamente con la «liberalización» del sector impulsada por Bruselas desde hace decenios.

Incluso aventurando que, al igual que hizo para afrontar la pandemia, la UE podría volver a aparcar, por cuestión de urgencia, la que ha sido su política económica desreguladora, hay otro problema, y se llama tiempo.

Los europeos confían en que Noruega, gran suministrador de hidrocarburos, y los Países Bajos, el otro productor del Mar del Norte, cubran la demanda adicional para suplir el fin de la dependencia respecto a Rusia.

Pero ambos países han advertido de que necesitarían como poco nueve meses para satisfacer las exigencias correspondientes del mercado de la UE. Y eso es mucho tiempo en un escenario bélico y diplomático como el actual.

Al factor tiempo se le suma la cuestión geopolítica. El norte de África lleva tiempo convirtiéndose en una especie de El Dorado por sus recursos energéticos.

Al punto de que el reconocimiento por parte del Gobierno español de Marruecos y la traición al pueblo saharaui se interpreta en el marco de una carrera por la participación en los macroproyectos eólicos y de energía solar del régimen alauíta. Una pugna en la que participa Alemania, y más tras su renuncia al Nord Streem II.

Pero la verdadera «joya de la corona» es Argelia y su gas, escenario a su vez de una carrera paralela, y que Argel vincula a la cuestión saharaui, o si se quiere marroquí.

El régimen argelino, que necesita vender su gas para sobrevivir en medio de una crisis económica y de legitimidad política, coquetea con Italia, ya su principal comprador, y amenaza con hacer pagar caro, en sentido monetario y diplomático, a Madrid, por su alineamiento con el plan de «autonomía» marroquí.

Pero las dificultades tampoco acaban ahí. La producción de Argelia, tercer suministrador de gas a la UE, está al límite y, por si esto fuera poco, el consumo interno aumenta de año en año.

Cierto es que Argel dispone de una capacidad adicional anual de hasta 15.000 millones de metros cúbicos al año. Pero ahí entra el factor geopolítico. En pleno repunte de las tensiones con su enemigo marroquí, Argelia se lo pensará dos veces antes de desairar a Rusia, su principal proveedor de armas.

Lo mismo le ocurre al Egipto del sátrapa Al Sisi, que, además del armamento ruso, depende de su trigo, y que es ya una potencia gasera en desarrollo, sobre todo por los yacimientos en el mar Mediterráneo, que casualmente explota la multinacional italiana Eni, y que miran de reojo Grecia y Turquía, en su ya atávica pugna por las aguas territoriales.

Qué no decir de Libia, donde a su vez la petrolera italiana, y otras, tratan, sin éxito, ya no de impulsar la extracción de hidrocarburos sino de mantenerla tras el caos que siguió al derrocamiento de Gadafi.

Siguiendo en clave geopolítica, la apuesta de Europa Occidental y de los EEUU de Biden por rescatar el acuerdo nuclear con Irán se ha convertido en urgencia para que la antigua Persia pueda incrementar la producción de petróleo y gas natural.

Pero Teherán tendría difícil desairar a su aliado ruso en la guerra en Siria y, por si esto fuera poco, Moscú ha bloqueado la reedición del acuerdo nuclear por las sanciones occidentales y su impacto en las relaciones económicas bilaterales ruso-iraníes.

De vuelta a África, el cuadro se completa con los planes de Argelia de revitalizar el proyecto del gran gasoducto transahariano, que uniría los yacimientos de Nigeria, el segundo productor africano, con los de Hassi R' Meil, en el desierto argelino.

Para ello debería, atravesar Niger, gran productor de uranio, y escenario de una pugna geo-estratégica entre Rusia y el Estado francés tras su retirada de Mali.

Y se cierra con el proyecto de Marruecos de un gasoducto submarino desde el delta del Níger (Nigeria) por toda la costa nor-occidental de África, lo que le conectaría con la península ibérica a través del estrecho de Gibraltar.

El principal impedimento, tanto del gasoducto submarino como del transahariano, estriba en su coste estratosférico, lo que se une a la obsolescencia de las instalaciones en el continente africano.

En definitiva, el déficit post-colonial de las infraestructuras africanas, la geopolítica y el tiempo corren en contra de la UE en sus planes de acabar con su dependencia energética de Rusia. Y eso si el Kremlin no decide no ya mover fichas sino volcar el tablero del gas y deja sin suministro, y sin tiempo, a Europa Occidental.