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Cinco apuntes para un debate energético

El debate sobre el futuro energético ha llegado, de una manera un tanto forzada y completamente viciada, tras el anuncio de Statkraft de dos proyectos eólicos en la CAV. El uso partidista de una discusión crucial para el país es la mayor garantía para su fracaso.

Turbinas eólicas entre la niebla. (Jagoba MANTEROLA | FOKU)

Ya está aquí. Ha llegado por un camino de piedras y fango, pero el debate energético ha estallado en todo su esplendor esta semana. Viene para quedarse, y conviene tener claro que lo que no se decida aquí, vendrá impuesto desde fuera. Sentar las bases para un debate constructivo resulta, por tanto, crucial, aunque lo visto esta semana no resulte demasiado edificante. Recapitulemos.

Plan de contingencia. Es probable que pasase desapercibido, pero el martes la consejera Arantxa Tapia presentó por cuarta vez en mes y medio un plan de contingencia energética. El primer borrador vio la luz el 29 de julio; era un modesto documento de cinco páginas rápidamente superado por el decreto del Gobierno de Pedro Sánchez. Tapia protestó airadamente el 2 de agosto, pero el 5 anunció el acatamiento.

Apunte primero: ocurrió también en la pandemia, pero la lección no se ha aprendido: tomar medidas claramente insuficientes que son rápidamente superadas por las medidas estatales mina terriblemente el escaso autogobierno del que disponen las instituciones vascas. Pactar esas medidas solo con un PSE que se pliega a las directrices del PSOE a las primeras de cambio es políticamente contraproducente.

Dicho esto, el departamento de Tapia rehizo el documento y lo volvió a presentar el 12 de agosto. Lo sometió a la opinión de patronales e instituciones controladas por el PNV –¿esto era la cogobernanza?– y volvió a convocar a los medios el 1 de setiembre. Son 68 páginas que, básicamente, recogen proyectos que ya estaban en marcha, medidas provenientes del decreto español y un anexo con propuestas que no son de competencia vasca y que, en algunos casos, poco tienen que ver con el ahorro energético inmediato y que probablemente tienen más relación con esas consultas a las patronales, como son la propuesta de impulsar un segundo cargadero de gas natural licuado en el Puerto de Bilbo, el aumento de la capacidad del gasoducto de Irun o las inversiones en proyectos piloto vinculados al hidrógeno. Esta versión volvió a ser presentada el martes en el Parlamento.

¿Merecía cuatro presentaciones un plan que aporta más bien poco al objeto que pretende servir? ¿O se trata de hacer ver que se hacen muchas cosas cuando en realidad no se tiene una idea clara de lo que hay que hacer?

Apunte segundo para un debate energético honesto: hacer ver que se hace cuando no es así, advertía Unai Pascual en estas páginas no hace mucho, es otra forma de retardismo, es decir, de retrasar decisiones que son urgentes y que si no se toman, vendrán impuestas.

¿Qué pacto de país cabe esperar si quien con mayor ahínco apela a él no persigue sino el desgaste del adversario?

Y llegaron los noruegos. Ese mismo martes los responsables de Statkraft se sacaron una foto con el lehendakari Urkullu y presentaron dos proyectos eólicos, uno de ellos en Azpeitia, localidad en la que, conviene recordar, el PNV tiene fijada la diana como se vio en el affaire de Corrugados.

Statkraft es el mayor productor de electricidad de origen renovable de Europa, es enteramente pública y, por lo que parece, en el desarrollo de sus proyectos se abre a la participación de los agentes locales. En Galicia redujo de 31 a 24 aerogeneradores un parque tras el proceso de diálogo con las comunidades implicadas.

Desde EH Bildu, empezando por la alcaldesa de Azpeitia, Nagore Alkorta, confirmaron contactos preliminares con la empresa y se abrieron a estudiar los proyectos y compartirlos con la ciudadanía, una vez se formalicen. A partir de ahí, PNV y un ente público como EiTB –que también merece otro debate de país–, inflaron una burbuja que lo mismo ha servido para criticar a EH Bildu por oponerse a otros proyectos que para invitarle a un pacto de país.

Apunte tercero: el partidismo, por mucho que estemos en ambiente preelectoral, no es compatible con un debate energético honesto.

Frente a la caricatura que situaba a EH Bildu en contra de todo proyecto energético de envergadura, el parlamentario Mikel Otero explicitó claramente que instalaciones como las de Azpeitia van a ser necesarias guste o no, una posición poco popular en algunos sectores.

El debate, en contra de lo propuesto por PNV y PSE, no es si la energía debe ser renovable o no –cuestión superada–, sino si los proyectos se van a elaborar con los agentes locales o no, si va a dar pie a un sistema descentralizado que responda a las necesidades de cada lugar o si va a seguir alimentando grandes conglomerados atados a la necesidad de obtener beneficios a corto plazo. Apunte cuarto.

Apunte quinto: igual que toca reconocer la necesidad de grandes instalaciones, toca también empezar a explicar desde las instituciones –seguimos a la espera– que la transición energética es algo más que sustituir las energías de origen fósil por energías renovables, porque el intercambio es físicamente imposible. Hablemos claro: las renovables producen mayoritariamente energía eléctrica, que ronda el 20% de la energía que consumimos. ¿Qué vamos a hacer con el otro 80%?

La burbuja creada en torno al anuncio de Statkraft ha servido, en contra de la intención inicial del PNV, para que EH Bildu se quite de encima la etiqueta anti-todo y centre su posición en un tema clave.

Al otro lado, existe una imagen y unos hechos que sitúan al PNV como partido amigo de las energías fósiles, conchabado inevitablemente con la Repsol de Josu Jon Imaz y otras grandes energéticas, defensor de las subvenciones al diésel, impulsor del fracking y garante de un business us usual al que la situación exige poner fin, si es que las circunstancias no lo han hecho ya. Es al PNV a quien le toca aclarar si esta imagen es también una caricatura o un fiel retrato.