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Jesús Mari Lazkano
Pintor

«El arte es mucho más sencillo de lo que nos quieren vender»

A veces, el lenguaje del mundo del arte puede ser raro no, lo siguiente. Indescifrable para el profano, como si faltase alguna clave. Jesús Mari Lazkano (Bergara, 1960) es consciente de ello y se revuelve con una curiosidad en forma de libro: “¡Maldita pintura! 1001 ideas para amarla y entenderla”

Jesús Mari Lazkano. (Andoni CANELLADA | FOKU)

«Te escribo desde Martinica, ya que acabo de terminar el cruce del Atlántico a vela. Te quería comentar que realizaremos en el Museo de Bellas Artes la presentación del libro ‘¡Maldita pintura!. 1001 ideas para amarla y entenderla’». El email es de Jesús Mari Lazkano, de vuelta de una de esas expediciones en las que se suele embarcar para conocer de primera mano lo que luego llevará a su universo, generalmente en forma pinturas de gran tamaño de paisajes hiperrealistas. En este momento estará en otro viaje, el que le lleva a Chamonix, donde, cuaderno en mano, seguirá retratando las cumbres y hielos de los Alpes para un gran proyecto de animación.

Su último trabajo es, a su vez, de gran tamaño, pero en otro formato, poco habitual para un artista: es un libro, a modo casi de guía de viaje, titulado “¡Maldita pintura!. 1001 ideas para amarla y entenderla”. Cerca de 700 páginas, dos kilos y 60 gramos de ideas al peso. Editado con la madrileña Abada editores, en su colección Lecturas de Historias del Arte y de la Arquitectura, este trabajo es una auténtica rareza: porque encontrarse con un pintor que quiera expresarse a través de la palabra no es algo algo habitual; y menos toparse con un artista que tenga la voluntad expresa de acercar el arte a los más profanos.
Una guía de viaje para neófitos

Tal vez a Jesús Mari Lazkano esto de explicarse le venga de su época de profesor universitario o de su gusto reconocido por la lectura. La cuestión es que, lo cuenta en la introducción, la idea surgió en Nueva York, junto a Wall Street, cuando esperaba su turno haciendo cola y muerto de frío. Como cualquier turista, quería ver los lingotes de oro de la Reserva Federal. Era una de las visitas sugeridas por la guía de viajes que llevaba: “1001 ideas para conocer la ciudad”. «¿Y, por qué no hacer algo así con la pintura?», pensó entonces.

Bueno, se agradece, porque el arte contemporáneo puede resultar, cómo decirlo, como un sudoku. A veces, hace falta una güija para interpretarlo. «Nosotros los artistas también somos culpables, porque, cuando alguien nos ha preguntado, no le hemos explicado cómo son las cosas -reconoce-. Por un lado, queremos llegar a todo el mundo, pero, por otro, nos gusta estar aparte. Luego está también todo el sistema del arte, con los críticos, los comisarios... Vamos a romper con esto, porque todo es mucho más sencillo, es más natural, más doméstico. Vamos a hacer lo posible para facilitar ese encuentro, y vamos a contar las cosas de manera clara y sencilla. Últimamente lees los catálogos y son incomprensibles. Son textos endogámicos, escritos para ellos mismos, para quien conoce las claves, mientras que el arte tiene que ser lo contrario: abierto, participativo y comunicativo. Hay que bajar el tono de trascendencia del arte y hacerlo más accesible y explicar que las cosas son mucho más sencillas de lo que nos quieren vender. Todo el mundo puede opinar del arte y, por supuesto, disfrutarlo», sentencia.

Son 1.001 referencias las que hace. Ni una más ni una menos. Se pueden leer -y es conveniente hacerlo así- sueltas, según el momento o el interés personal. Dividido en 14 capítulos, que podrían leerse también como un tratado de pintura en sí mismo -análisis del paisaje, transporte y exhibición, globalización... leemos, hay de todo-, es un trabajo que se ve descomunal -empezó en 2012- y no engaña. Es la visión personal de lo que es la pintura para Lazkano: «De hecho, Antonio López, con el que mantengo una buena amistad, me dijo: ‘¿Sabes lo que en realidad me gusta? Que es tú versión. Se ve que esto está hecho desde dentro, desde el gremio. Está escrito con las manos sucias».

Algunas ideas que salen de esta conversación: «Ocupas más tiempo mirando el cuadro y pensando, haciéndote preguntas y pensando, que en lo que es la propia factura del cuadro, que suele ser rápida». Pues para saber si te gusta algo o no no hace falta mucho tiempo, ¿verdad? «Ese primer golpe visual es muy importante en los cuadros, porque, en realidad, decidimos si algo nos gusta o no en menos de tres segundos», asegura.

Para Lazkano, lo dice varias veces en su libro, el arte es como un viaje; también una actividad muy política: «Por supuesto, todo acto cultural es político. Hasta la gastronomía: toda acción es política, tiene un significado y está en un contexto. Y ese contexto está determinado por tendencias generales... lo que un pintor o cualquier persona no puede ser es ingenuo: tiene que saber dónde está y qué significa lo que hace. Estamos en una dinámica de mercado, este es un mundo puramente capitalista, que necesita dinero que fluya, cierta estabilidad... hay una serie de condiciones determinadas. ¿Tú quieres insertarte en esa historia? Pero que sepas dónde estás».

Y ¿su propia obra? Sus paisajes, tan hermosos y tan descarnados, tan duros la mayoría de las veces, son como retratos de un mundo a punto de desaparición. ¿El arte puede cambiar el mundo?, le preguntamos. «No es su razón de ser, pero puede movilizar conciencias, para que luego se puedan dar otros cambios. El arte en sí directamente igual no cambia nada, pero cambia el estado de ánimo, puede generar una actitud, puede plantear debates, que a su vez esos pueden llevar a otro tipo de acciones que probablemente sí cambien el sistema político. Es un elemento más», sostiene.

«Vestirme la vieja camiseta es parte de la liturgia»

Esta curiosidad de libro puede servir también para, como es el caso, «cotillear» sobre los gustos, las ideas y las formas de trabajar de un pintor; en este caso, Jesús Mari Lazkano. Primera conclusión: conoce un estudio y conocerás a su artista. El retrato que surge es que, para entrar en «modo pintor», tiene que cambiarse de ropa -«vestirme esa vieja camiseta es parte de la liturgia de pensar mejor, se pinte o no»-, que la pintura es algo estático en lo corporal -mucho tiempo pensando, va más rápida la ejecución-, por lo que juega a pelota en el estudio o hace ejercicios cortos de alta intensidad (HIIT) para activar lo físico. Cada estudio es un mundo y cada estudio tiene que tener un sofá para descansar, y libros, muchos libros. Por cierto, Jesús Mari Lazkano les tiene manía, pero mucha, a las espátulas, y muestra claramente sus filias -una larga lista en la que están Monet y muchos coetáneos vascos...- y sus fobias: se la tenía a Raphael y no le gusta nada, pero nada, Jeff Koons, el del Puppy del Guggenheim bilbaino, de quien dice que es una «idea vacía, pero de acabado elegante, impoluto, un gigantismo trivial». Es también muy crítico con algo muy de moda, los curator: «Los artistas han perdido su estatus pasando a convertirse en piezas. El curator, constituido en dueño y señor de todo un sistema a sus pies ejerce como comisario, interlocutor, intermediario, sube un escalón y genera ideas, construye conceptos que los artistas, en su práctica, configuran y conforman». La verdad es que se aprende mucho leyéndole: sobre a qué distancia ver los cuadros, cómo le gusta ver a él las exposiciones -a la carrera- y cómo siente él, realmente, la pintura... y la literatura, porque Jesús Mari Lazkano es también hombre de libros: «Escribir me ayuda a articular en mi pensamiento, me ayuda a pensar, organiza mis ideas, genera jerarquías, quita ruido y a la vez también ayuda a articular una cierta estrategia de pensamientos. Escribir a mí me ayuda a pintar -reconoce-. También siempre he defendido que la pintura es un proceso fundamentalmente intelectual. Ya lo decía Leonardo: La pittura è cosa mentale. Entonces, escribir me ayuda a organizar la cabeza y, para mí, pensar es fundamental a la hora de pintar».