Iker Fidalgo
Crítico de arte
PANORAMIKA

Lo real y lo representado

La muestra «Escala 1:1» de Ixone Sádaba, basada en su investigación fotográfica sobre la central nuclear de Lemoiz, estará en la Alhóndiga hasta el 27 de abril.
La muestra «Escala 1:1» de Ixone Sádaba, basada en su investigación fotográfica sobre la central nuclear de Lemoiz, estará en la Alhóndiga hasta el 27 de abril. (Mikel Martinez de Trespuentes | FOKU)

En ocasiones, el arte nos propone una nueva óptica desde la que entender la vida. La creación artística se maneja en un espectro de la realidad que propicia un acercamiento sensible particular. El arte navega en un terreno no definido en el que se entremezcla lo poético, lo narrativo, lo político o lo expresivo. Encuentra caminos y difumina fronteras entre su presencia física como objeto o como imagen y su intención narrativa o simbólica. Todo acaba por conformar un cuerpo no necesariamente concreto, pero con suficiente profundidad como para hacer tambalear muchas de las cosas que creíamos establecidas.

La exposición que reseñamos hoy nos sitúa precisamente en uno de estos lugares. Una propuesta que con su título “Escala 1:1” parece querer interpelarnos desde una posición aparentemente neutral, mientras en el fondo nos arrastra hacia capas de lectura cada vez más profundas. “Escala 1:1” es la leyenda que se utiliza en un plano para indicar que un metro en el papel es igual a un metro en la realidad, es decir, lo real y lo representado tienen el mismo tamaño. La artista Ixone Sádaba (Bilbo, 1977) inició en el año 2020 un proyecto de investigación artística en torno a la central nuclear de Lemoiz. Una obra iniciada a finales del franquismo cuya construcción y puesta en marcha se paralizó a principios de los años ochenta. La central fue objetivo de movimientos sociales vinculados al ecologismo, creando un legado de lucha presente en nuestros días. Como colofón de este proyecto presenta en la Alhóndiga, hasta final de mes, una exposición comisariada por Carles Guerra.

Al entrar al espacio encontramos un material de archivo en forma de fotografías que podemos manipular. Antes de llegar a la estancia principal, accedemos a una réplica de la plataforma que se construyó para mirar las obras de la central. Asomarnos a esa balconada de metal nos lleva al primer encuentro con la estancia principal: una sala oscura gobernada por una gran pared blanca central sobre la que se proyectan fotografías en blanco y negro del edificio de Lemoiz y su entorno. La central se erige como una ruina contemporánea o los restos de un mastodonte inerte. Las imágenes, en escala 1:1, van fundiéndose y cambiando. La luz tenue y la cadencia de su rotación nos introducen rítmicamente en la sensación de encontrarnos con una imagen espectral de cada detalle. Los arbustos o las juntas en el hormigón son a la vez ensoñaciones y cuerpos tangibles que, sin embargo, se expanden más allá de nuestra mirada. Se antoja imposible, a pesar del tamaño de las fotografías proyectadas, llegar a comprender la magnitud de la construcción y de sus dimensiones.

Pareciera que Sádaba nos quisiera ayudar a prescindir de esa experiencia real y nos invitara a ver Lemoiz como una presencia, una sombra fantasmagórica que alcanza más allá de lo que habitan sus muros. Un rastro de nuestro paso por el mundo y del peso de sus consecuencias.