Koldo Landaluze
Entrevue
JAMES ELLROY

«No lo voy a negar. Disfruto colándome en las cloacas del poder»

Antes de acceder al encuentro, una responsable de prensa advierte: «Nada de preguntas sobre política y no le gusta el Guggenheim». Al otro lado de la puerta aguarda una fiera angelina. Considerado como uno de los escritores más destacados del género negro, el autor de propuestas literarias tan referenciales como “La Dalia Negra”, “L.A Confidential” y “América”, que se ha acercado hasta Bilbo para participar en el festival literario Gutun Zuria, pasa por ser un auténtico “regalador” de titulares. Más allá del ego disparado que asoma de frases como «no me interesa la gran novela americana, ya he escrito dos» o «soy el mejor escritor norteamericano», el tipo alto de cabeza rasurada y que viste una impagable camisa hawaiana –acompañada por una gabardina de toque noir– es un conversador nato que disfruta dejando tras de sí frases que forman parte de la conducta del propio personaje que es en sí mismo James Ellroy.

¿Es cierta la leyenda?

¿cuál de ellas?

La que afirma que devora periodistas.

No a todos, solo a aquellos que me aburren.

¿Disfruta con este juego o le resulta cansino hablar de sí mismo?

Me gusta una buena conversación, pero también es verdad que cuando doy al cabo del año más de 500 entrevistas, siempre intento no repetirme y lanzo alguna gilipollez por el simple hecho de divertirme. Supongo que de ahí nacen muchas de mis leyendas. Yo simplemente soy un producto de la sociedad norteamericana de los año 50.

“Perfidia” es, además de su última novela, la primera entrega de un nuevo cuarteto literario. ¿Cómo surgió?

Hace tres años desperté en plena noche. No podía dormir, deambulé por la habitación preguntándome porqué no tenía novia. Al otro lado de la ventana se intuía el frío y, de improviso y mientras observaba el jardín de mi casa, topé con una imagen: en mitad de la noche irrumpía un camión cargado de refugiados japoneses. Ignoro lo que motivó esta aparición fantasmal, hace tiempo que no tiendo a buscar respuestas relacionadas con aquello que circula por mi imaginación, pero ante mis ojos se asomó una nueva historia que no quise dejar escapar. De inmediato planifiqué el desarrollo de cuatro libros gigantescos, habitados por personajes que dejaran huella en el lector y que se mostraran como auténticos supervivientes dentro de un argumento plagado de grandes acontecimientos. Visualicé Los Ángeles como lo que realmente era, una puerta de acceso al infierno escenificado en el Pacífico. El mundo ardía y Los Ángeles era un auténtico hervidero humano. Chinatown y Little Tokyo ocupaban ambos lados del cuadrilátero y en mitad de este combate entre chinos y japoneses topamos con el Departamento de Investigación de la policía de L.A., un auténtico hervidero humano.

Esbozado el engranaje, ¿cuál fue su siguiente paso?

Había asumido que iba a iniciar la escritura del segundo Cuarteto de Los Ángeles y por ello el siguiente paso fue fácil: reencontrarme con el primero [“La Dalia Negra” (1987), “El gran desierto” (1988), “Los Ángeles Confidencial” (1990) y “Jazz blanco” (1992)], rescatar los personajes centrales y añadir otros nuevos, ficticios y reales como Bertolt Brecht, Serguéi Rachmaninoff, J.F. Kennedy, Clark Gable o Bette Davis. En este retorno al pasado también recuperé un apellido japonés que se menciona en una ocasión en “La Dalia Negra”.

¿Cómo transcurrió ese reencuentro?

Plácidamente. Se trataba de viejos conocidos a los que hacía mucho tiempo que no había visto y con los que me apetecía reencontrarme. Lo divertido de esta cita es que, al contrario de lo que me ocurre a mí, ellos han rejuvenecido. La acción de la trama se desarrolla horas antes de que los japos trituren Pearl Harbor; por aquellos días, mis personajes son jóvenes y la pura eclosión que dinamita sus existencias en el primer cuarteto se asoma tímidamente en “Perfidia”.

¿Qué escenografía encuentra el lector?

Las cuatro primeras semanas tras el bombardeo de Pearl Harbor fueron un auténtico caos. Sobre todo en relación a lo que padecieron los ciudadanos de origen japonés que vivían en suelo estadounidense. Sus internamientos en campos de concentración fue algo terrible y se desarrolló de un modo caótico. Esta situación extrema era la base que me ha permitido imaginarme lo que allí ocurrió y, de paso, reescribir aquella historia a mi conveniencia.

Ello le permite adentrarse nuevamente en las cloacas del poder.

No voy a negar que disfruto colándome en esas cloacas. Creo que este interés por remover la mierda quedó patente en mi Trilogía Americana [“América” (1995), “Seis de los grandes” (2001) y “Sangre vagabunda” (2009)]. Recuerdo que en su escritura apliqué una máxima: plasmar la pesadilla privada de las políticas públicas. A pesar del engranaje histórico, tiendo a centrarme en todo aquello que rodea al poder, sobre todo en lo concerniente a sus más terribles marionetas. El poder siempre se sirve de tipos sin escrúpulos que operan por detrás: El fontanero, el adulador, el que te rompe las piernas. Creo que mi perspectiva de la Historia viene dada por lo que observan estos personajes que constantemente juegan sucio.

Una de las constantes de estos personajes es su declarado cinismo.

No lo sé. El cinismo es algo que madura con el tiempo. Por ejemplo, muchos dicen que soy un pesimista y yo en realidad me veo como un optimista. Sí, es posible que muchos de mis personajes sean cínicos y que otra parte de ellos sean unos auténticos sicópatas, como en el caso del personaje de “Perfidia”, Dudley Smith. Son personajes extremos, temibles... unos hijos de perra redomados. Se enamoran loca y estúpidamente, son americanos. Bajo su coraza, bajo esa apariencia de personas abocadas a la autodestrucción, se asoma un hálito de romanticismo y a veces resultan divertidos. Me gusta su código de conducta.

Como contrapunto a Dudley Smith tenemos a Kate Lake, la cual ya aparecía en “La Dalia Negra”.

Adoro este personaje. Es inteligente, atractiva, sutil, dotada de una gran personalidad...; en la época en la que se desarrolla “Perfidia” su edad le lleva a cometer diversos errores, pero siempre es fiel a sí misma. En cierta manera, mi relación con ella podría ser tildada de onanista. Nunca he querido o me he sentido más atraído por un personaje mío como por esta chica, que es mi mejor mujer de ficción.

Continuando con su paseo por las cloacas del poder y refiriéndonos a su Trilogía Americana, podría considerarse que la peculiar relación “profesional” que se establece entre el magnate Howard Hughes y J. Edgar Hoover figura como uno de sus mayores logros humorísticos.

Nunca lo había visto de esa manera. Supongo que las peculiaridades de Hughes y Hoover me permitieron imaginar una serie de conversaciones y circunstancias que han podido resultar divertidas. Si es así, me alegro y si te soy sincero, yo disfruté muchísimo imaginando a cada uno de ellos atrincherados en sus guaridas, siempre lejos del mundo y, a la vez, siempre obsesionados con el control de las cosas y las personas. Richard Nixon podría unirse a esta pareja. Un trío vitriólico. Por cierto, y hablando de Nixon, te recomiendo la novela “Watergate” escrita por mi amigo Thomas Mallon.

Uno de los aspectos que más llamó la atención en su Trilogía Americana radicó en los cambios de estilo. “América” podría asemejarse a su estilo habitual; “Seis de los grandes” era una auténtica ametralladora de palabras y en “Sangre vagabunda” retomó la línea inicial pero buscando un equilibrio con el estilo de la segunda.

Mi forma de cómo enfocar la escritura no es algo premeditado. Simplemente me salen así, al igual que su tamaño. Es cierto que el cambio más evidente fue “Seis de los grandes”, pero es algo, una fórmula, que tal vez no vuelva a poner en práctica jamás. Esta novela estaba ambientada en pleno frenesí de los 60 y ello me obligó a escribir de esa manera tan acelerada y recortada.

¿Todavía le quedan rincones oscuros por explorar?

¿Te refieres a los míos?

Sí.

Creo que en este apartado ya he dejado escrito todo lo que tenía que decir. No soy un sicópata, ya no pruebo una gota de alcohol, no tomo drogas y no me cuelo en las casas para oler ropa interior de mujeres. Me marcó profundamente el brutal asesinato de mi madre y he decidido vivir felizmente en compañía de mis demonios y en un espacio en el que no me interesa nada la realidad actual. No tengo televisor, ni internet, ni teléfono móvil y me gusta escribir a mano mis libros. Ya no escribo con furia, soy pausado.

En ese instante, James Ellroy retoma el rol que se supone debe interpretar y, de improviso, aúlla. Señala la cinta promocional que rodea su última novela y que anuncia «el regreso del perro salvaje de la literatura norteamericana» y repite en trono profundo –y en español–: «Soy un perro salvaje». En ese instante me pide un bolígrafo y me pregunta con tono amable «¿puedo?». Tras dar mi consentimiento, Ellroy dibuja sobre el sol naciente que acapara buena parte de la portada de “Perfidia” la silueta de un perro con dientes afilados. Mientras se encuentra ocupado en la elaboración del dibujo, pregunto acerca de su relación con el cine.

«En realidad el cine no me importa mucho, solo me interesa que me paguen religiosamente. Para mucha gente ‘L.A. Confidential’ es la mejor adaptación. Hay cosas que me gustan mucho de esta película pero otras no, es mucho más amable que el original literario. En cuanto a ‘La Dalia Negra’, el anuncio de que se iba a rodar una versión propició que se dispararan las ventas del libro. En cuanto a ‘Rampart’, mejor no hablar... ¿La has visto?»

Sí. Fue proyectada en la Sección Oficial del Zinemaldia hace varios años.

Así es. Es un auténtico horror, una mierda de película. El director, Oren Moverman, realizó muchos cambios en el guión y desdibujó por completo el argumento.