Ricardo García Vilanova
EL FIN DEL CALIFATO

La última batalla del ISIS

Como ocurriera a finales de 2017 tras la liberación de Raqqa por parte de las milicias kurdo-árabes del SDF, los yihadistas del ISIS, acorralados, tratan de negociar su rendición o simplemente huir del puñado de aldeas al que se ha visto confinado su Califato. Apenas seis kilómetros cuadrados son los que separan a los yihadistas del final de su sueño, lo que no asegura el fin de la pesadilla.

Todavía siguen ancladas en la memoria aquellas imágenes de finales de 2017, cuando decenas de yihadistas se apiñaban en autobuses y camiones de transporte de mercancías para escapar de una muerte segura en la ciudad fantasma de Raqqa, en el noreste de Siria. Las fotografías ofrecían ya una estampa muy alejada de la imagen que transmitían en su día los vídeos propagandísticos de la época dorada del ISIS, aquellos que presentaban a combatientes a los que no les temblaba el pulso al ejecutar a sangre fría a civiles, y que amenazaban con tratar de forma igualmente cruel a cualquier «enemigo», en Irak y Siria o en las calles de las ciudades europeas.

En aquel tiempo, Occidente, en otro de los muchos y grandes errores cometidos en esta guerra, actuaba como altavoz del Daesh (ISIS) retransmitiendo sus vídeos y noticias, cada vez más sangrientos y truculentos, retroalimentando así a la bestia.

Pero, volviendo a Raqqa, las imágenes resumían, más allá de la propaganda, la caída de la última de las capitales que conformaron el ISIS y con ella el final del sueño desvariado de un Califato que iba a colonizar medio mundo. El curso de la historia muestra que los imperios siempre se desmoronan, bien sea a lo largo de decenios o siglos, pero este conato de teocracia ni tan siquiera duró tres años. Optaron finalmente por vivir de rodillas antes que morir de pie, relegaron sus principios a un segundo plano y salvarse a toda costa fue a partir de ese momento su primera y única opción. Los mismos que no dudaban en torturar o ejecutar a gente inocente durante su reinado de terror, huían ahora, en su tentativa de escapar de un barco ya demasiado escorado como para no hundirse.

Acuerdos y movimientos. Lo consiguieron a través de un acuerdo con el SDF (Fuerzas Sirias Democráticas), una alianza liderada por los kurdos y apoyada principalmente por EEUU, Gran Bretaña y Estado francés. El objetivo de los kurdos no era otro que salvaguardar al máximo la población civil que quedaba en el territorio e intentar que lo que aún quedaba en pie en la ciudad siria –apenas un amasijo de escombros–, fuera completamente destruido. El problema fue que toda esa masa de combatientes del ISIS tomaría posiciones en otra zona geográfica de Siria, en la que tarde o temprano volverían a reproducirse los enfrentamientos. Omar Allush, persona clave en el proyecto de la nueva Siria Democrática que engloba a kurdos, asirios y árabes, fue el encargado de esas negociaciones. Posteriormente, en marzo de 2018, resultaría muerto en su casa de la ciudad de Talyabad, en circunstancias todavía no esclarecidas.

Meses después, los mismos yihadistas tomaban posiciones en el enclave de la provincia de Deir Zoor, al este de Siria. El itinerario de lo acontecido nos lleva al punto preciso en el que nos encontramos ahora, a la batalla final contra los restos del Califato, que se libra en estos días en un puñado de aldeas al borde del río Eufrates. La batalla de este último bastión marcará un antes y un después en la historia de ISIS, porque si lo que define a un país es, primordialmente, el territorio, el Daesh se quedará sin siquiera un puñado de arena bajo su control. Solo seis kilómetros cuadrados les separan de su extinción como Estado Islámico.

Mustafa Bali, portavoz de las SDF, denuncia que los yihadistas están utilizando a los civiles no solo como escudos humanos, sino también como moneda de cambio para negociar un intercambio similar al que obtuvieron en Raqqa y que básicamente consiste en vidas de civiles a cambio de su salida con un pasaje seguro a Idlib o Turquía. Estas peticiones, según el mismo portavoz, han sido rechazadas por las SDF.

Tras el espejismo. La realidad sobre el terreno es que desde el anuncio de la partida de los americanos del territorio bajo el control de las SDF –se estiman en unos 2.000 los efectivos desplazados, aunque lo verdaderamente importante es la ayuda logística y de inteligencia que presta EEUU a la coalición– el nivel de seguridad ha sufrido un revés importante. El reciente atentado de Manbij, en el que entre los 16 muertos había cuatro estadounidenses, y la certeza de que estos eran el objetivo real del ataque suicida del ISIS, ha creado un evidente desasosiego en una comunidad que vivía ya en un espejismo de seguridad que se ha demostrado irreal.

Es evidente que el escenario futuro que se cierne sobre poblaciones como Raqqa, Manbij o la zona de Deir Zoor, que se prevé que quedará totalmente liberada en las próximas semanas, no es tranquilizador. El problema no solo está en Siria. El mismo miedo a lo que pueda deparar el futuro se palpa en los países vecinos como Irak o Libia, donde en enclaves como Mosul o Sirte, antiguas capitales del ISIS, persiste una fuerte presencia de yihadistas. Todo ello recuerda demasiado a Bagdad en sus peores momentos o, más recientemente, a Kabul, donde el ISIS ha incrementado su actividad con atentados cada vez más sangrientos. Los esfuerzos de Occidente para frenar al Daesh están dando sus frutos en el terreno militar, pero el poder de la organización para atraer nuevos combatientes, aunque mermado, sigue ahí. Nadie sabe qué vendrá tras el final del Califato, puede que adopte otra bandera, otros símbolos y otros métodos, pero de lo que no cabe duda es de que no ha desaparecido y que nadie sabe cómo evitarlo.

«Necesitamos que la coalición se quede, porque debemos acabar con el Estado Islámico definitivamente». Son declaraciones de Roni Welat, jefe de operaciones de las milicias aliadas de la coalición contra el ISIS en el frente de Hajin. «En un futuro próximo, cuando se constate que los estadounidenses ya no están, el ISIS redoblará su actividad». Es un vaticinio compartido por todo el alto mando de las SDF.

Paisaje humano de Hajin. De hecho, el frente de Hajin es hoy una amalgama de civiles que formaron parte del Daesh. En sus calles se ven europeas de varios países con el preceptivo nikab y sus abultadas proles, descendientes en muchos casos de padres distintos. Y es que si el marido resultaba muerto en la guerra, el ISIS volvía a casar a las mujeres con el fin de mantener la procreación.

Pululan también civiles que simplemente trataron de sobrevivir viendo pasar al Daesh como uno más de los grupos armados que llegaba a controlar el territorio que habitaban. Ahora, muchos de ellos ya no tienen sitio al que regresar. Lo explica Um Nariman Spejan, con tres hijos, mientras se lleva las manos a la cabeza. «Nuestro corazón sangra ante lo sucedido, nuestras vidas se han roto», dice el farmacéutico frente a la que fue su casa, ahora totalmente reducida a escombros. «Pero, pese a que nuestra casa está destruida, estamos contentos de poder volver aquí. Esta es nuestra tierra, a la que estamos conectados. Incluso si no tuviésemos nada regresaríamos aquí. Aunque tengamos que vivir bajo un techo destruido».

También hay desertores locales de Daesh, que se afeitan la barba y tratan de camuflarse entre las interminables caravanas de civiles que abandonan la zona a medida que la ofensiva avanza hacia las últimas zonas controladas por el ISIS.

«Encontramos a muchos yihadistas extranjeros, ayer mismo a un español», explica Mahmud, un desactivador de explosivos que trabaja limpiando la zona de las temidas bombas trampa que deja el Daesh en todas las ciudades que va perdiendo. Tal y como hicieron en Raqqa, Mosul, Kobane o Sirte, también en Hajin han colocado un sinfín de cebos con sedales de pesca en banderas, ventanas o puertas de las casas, para que estallen al menor contacto.

Además del miedo al rebrote del ISIS, persisten otros temores que asoman en el horizonte tras la salida de EEUU del terreno. Uno de ellos es que la nueva situación podría dar luz verde a Turquía para terminar su proyecto en el norte de Siria. Los kurdos, por su parte, están abiertos a cualquier opción en estos momentos, desde las negociaciones con Damasco, para repetir el modelo de coexistencia vigente en Qamislo o Hasaka, o a intentar llegar a un acuerdo con países árabes para que envíen tropas de interposición.

Sea lo que fuere, las variables geopolíticas que marcarán la agenda de las próximas semanas para todos los países involucrados en este gran tablero de ajedrez pueden determinar un escenario dramático para el pueblo sirio, que ya lleva más de 500.000 muertos por un conflicto al que ni la comunidad internacional ni la Liga Árabe supo hacer frente. Ello, en cierta medida, propició la entrada y el asentamiento del ISIS, frente a una población civil arrastrada a la elección entre morir o sobrevivir.