Amaia Ereñaga

Trescientos años después, los vascos vuelven a Louisbourg

Fortaleza francesa de Louisbourg, en Nova Scotia (Canadá), en el convulso siglo XVIII. Dos potencias, la Corona francesa y la británica, pelean por las colonias americanas. Estamos en Unama’ki, territorio de la nación Mi’kmaq, rebautizada por los galos como Île Royale. Es el Cap Breton de la actualidad, una isla situada en una zona geográfica donde los marineros vascos faenan desde el siglo XVI. De hecho, en este importante asentamiento comercial y militar, el segundo idioma más hablado, después del francés, es el euskara. Casi trescientos años más tarde, gracias a un proyecto pionero de Parks Canada y Jauzarrea, el fondo para el estudio y difusión de la cultura vasca, el euskara volverá a oirse en las calles de la reconstruida fortaleza de Louisbourg.

Cuando se le pregunta si la vestimenta de mujer del siglo XVIII resulta cómoda y caliente –porque en Cap Breton las temperaturas, incluso en verano, no suelen ser nada cálidas–, Mirari Loyarte no puede evitar una sonrisa. Su traje, al menos, parece que sí. Confeccionado con tejidos de época por la compañía de danza de Biarritz Maritzuli konpainia sobre los bocetos de Claude Iruretagoyena, coreógrafo, diseñador y sastre especializado en atuendo vasco histórico, a primera vista no varía tanto de la ropa tradicional que conocemos en la actualidad. Aunque sí que hay diferencias, como el corpiño del traje de la navarra Amets Aranguren, que evoca las apreturas de la moda en boga en las clases altas de la época; una moda que se extendía al pueblo llano y a las incipientes clases medias, formadas por artesanos y comerciantes. En este viaje al pasado propiciado por Parks Canada y Jauzarrea, Mirari y Amets se meterán este verano en la piel de las hijas de una familia de Baiona que habita la Maison DesRoches, una casa de pescadores situada fuera del recinto amurallado de Louisbourg. Para hacernos una idea, es la época reflejada en la novela “El último mohicano” y la fortaleza-ciudad es un bastión militar y comercial francés codiciado, atacado y finalmente arrasado por los ingleses. Solo que, en este XXI, quienes lleguen a sus muros no serán comerciantes ni militares, sino turistas; una media anual de 150.000, que conocerán ahora in situ quiénes eran aquellos locos vascos.

Mirari Loyarte –estudiante de administración y dirección de empresas en el campus de Donostia de la UPV y durante dos años miembro de un grupo de danzas tradicional– y Amets Aranguren –estudiante de pedagogía de la música y saxofón en el Conservatorio Superior de Música de Navarra–, viajarán a Canadá junto a Marta Vázquez, estudiante de Relaciones Internacionales en la Universidad de Deustu, quien realizará una investigación sobre la conculcación de los derechos humanos de la nación Mi’kmaq. Las tres estudiantes estarán diez semanas, entre julio y agosto, becadas por este programa piloto diseñado y puesto en marcha por el fondo para el estudio y difusión de la cultura vasca Jauzarrea y denominado “Unama’ki-Louisbourg”, que cuenta con el apoyo de Parks Canada, la entidad que gestiona la fortaleza de Louisbourg, y el Unama’ki College-CBU (Cap Breton University) de estudios indígenas.

«Es un proyecto pequeñito, pero muy importante», reconoce Xabi Otero, miembro de Jauzarrea. Parks Canada aporta el pago del sueldo de las estudiantes y la CBU les apoya con la exención del pago de las matrículas. Pero lo cierto es que, sin ayudas de cualquier tipo en Euskal Herria, esta iniciativa supone un ingente esfuerzo a todos los niveles, sobre todo económico, para una entidad cultural como esta, que asume el 60% del costo estimado. Es decir, unos 43.000 euros de los 70.000 euros totales. Lo curioso es que no haya aún aportaciones al proyecto desde ninguna entidad institucional o privada del país cuando, de hecho, este programa educativo servirá de «altavoz de la cultura vasca ante el mundo», en palabras de Otero, por su efecto multiplicador –no hay que obviar que anualmente los visitantes a este sitio histórico publican miles de vídeos y capturas en las redes– y porque «puede propiciar una colaboración que se extienda en el tiempo».

El germen de la idea se remonta a hace varios años, pero fue cuando, con motivo de unas conferencias que Jauzarrea impartió en 2015 en la CBU, se hizo un primer contacto con el responsable de la fortaleza de Louisbourg: era Lester Marchand Goyenetche, cuyo segundo apellido –hay mucho Goyenetche en Cap Breton– delata su origen. En 2018, su sustituto, Eddie Kennedy, decidió ponerla en marcha. La fortaleza es uno de los sitios nacionales históricos a cargo de Parks Canada, la institución gubernamental que se encarga de la gestión del gran patrimonio natural e histórico del país. A principios de los 60, el Gobierno decidió reconstruirlo basándose en datos arqueológicos y registros históricos. Ambientada en 1744, lo que los visitantes ven ahora no es la fortaleza al completo, sino una cuarta parte de su extensión, aunque con sus 32 edificios, que reproducen hasta en su interior la vida de la época, se ha convertido en la mayor reconstrucción de su clase de América del Norte. Alrededor de 300 actores, caracterizados como un centenar de personajes, recrean la vida diaria, con bailes, demostraciones de oficios... y hasta un juicio. Y, entre todos ellos, este año estarán las dos jóvenes vascas, cuyo objetivo es hacer visualizar cómo era la presencia de nuestro pueblo en aquel remoto punto geográfico. Para ello, además de los cursos que cumplimenten en la CBU, dedicarán 400 horas a divulgar nuestra cultura, por ejemplo enseñando bailes, como jauziak, y canciones en euskara al resto de los actores, para lo que han contado con el asesoramiento de Jose Antonio Urbeltz, Claude Iruretagoyena, Patxi Larralde y Juan Mari Beltran. Amets utilizará las réplicas en boj de un txistu y un tamboril del XVIII confeccionados por Tomas Diaz Peñalba, gaitero y especialista en instrumentos de música tradicional.

¿Pero cómo era Louisbourg entonces? Fundada en 1713, la fortaleza fue el último reducto comercial y militar de la Corona francesa hasta que, después de ser sitiada en diferentes ocasiones, cayó definitivamente en 1758, en plena Guerra de los Siete Años, el conflicto internacional por el control de América del Norte y la India. En su apogeo, Louisbourg era tan importante como Quebec. «Es un lugar con un gran significado en las luchas cruzadas entre británicos y franceses, además de un punto de gran impacto comercial por la industria pesquera que se desarrollaba allí», explica Eddie Kennedy. «En el siglo XVIII, Louisbourg era muy cosmopolita. Aquí convivían todo tipo de nacionalidades y era una ciudad diversa y muy moderna. La lengua más hablada era el francés y la segunda, el euskara», añade. No hay que olvidar que la presencia vasca en el Canadá atlántico gracias a las pesquerías se prolongó desde inicios del siglo XVI hasta mitad del siglo XVIII. Continúa Kennedy: «En verano, los habitantes podían llegar a ser 3.000 personas, de las que 1.000 serían vascas. Hay una innegable influencia de los vascos en la ciudad. Por la documentación y los registros hallados, se sabe que pedían que se les tradujeran los documentos administrativos y hasta un cura que diera misa en su idioma. La mayoría de la población vasca era estacional; venían en temporada de pesca [la isla era accesible solo desde abril o mayo hasta octubre; en invierno estaba aislada. Una vez pasada la época de los iceberg, llegaban los barcos europeos para dedicarse a la pesca de bacalao y arenque] y luego volvían al País Vasco, aunque también se sabe que algunos vascos se quedaron, porque en las cartas que escribían a sus madres anunciando que se casaban les pedían, por ejemplo, un trozo de jamón porque lo echaban de menos». Es una correspondencia como la cincuentena de cartas escritas en euskara descubiertas en los archivos de la Royal Navy por el historiador Xabier Lamikiz y estudiadas por Xarles Videgain, vicepresidente de Euskaltzaindia y profesor de la Université de Pau Bayonne et des Pays de l’Adour. Las transportaba el navío en corso Le Dauphin en 1757 cuando, poco después de partir de Baiona, fue capturado por la Armada británica. Su destino era Louisbourg, un entorno en el que había, explica Videgain, muchos bretones y vascos, la mayoría de ellos de Ipar Euskal Herria. «Cuando los ingleses arrasaron la ciudad, algunos vascos escaparon y la mayoría se integraron en la población Mi’kmaq. Esta iniciativa, además de recuperar la presencia vasca, esperamos que sirva a las personas de Cap Breton que hayan perdido la relación con sus orígenes», añade Eddie Kennedy.

Contra «la solución final». Los arrantzales vascos fueron amigos tradicionales de los Mi’kmaq desde sus primeras expediciones en el norte del Atlántico –ahí está, si no, el pidgin vasco-algonquino con el que se entendían–. Ellos son el eje de la otra parte del programa, el que llevará a cabo Marta Vázquez, cuya investigación incluye también trabajo de campo para recabar testimonios en las comunidades de Unama’ki sobre el impacto que todavía hoy en día se percibe de la que se calificó como “la solución final”, diseñada en 1907 por el superintendente de Asuntos Indios de la Corona británica y que ha durado hasta los años 80 del siglo XX. Un eufemismo que ha ocultado un genocidio cultural, al separar a los niños, a partir de los 6 años, de sus comunidades para que perdieran toda referencia de su identidad, hasta que los que sobrevivían regresaban con 18 años ya desestructurados. El estudio, bajo la supervisión de Stephen J. Agustine, jefe hereditario en el gran consejo de la Nación Mi’kmaq, director del instituto Unama’ki para estudios indígenas y vicerrector de la Universidad de Cape Breton, se realizará en sincronía con el Mi’kmaq Grand Council, para que sea usado tanto para su difusión así como material a aportar a la Comisión Federal de la Verdad y la Reconciliación de Canadá, que está tratando de resarcir a los pueblos indígenas del genocidio cultural que sufrieron.