Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Unos días para recordar»

La suerte de cruzarse con un gato callejero de siete vidas

El oficio que atesora Jean Becker se traduce en un estilo de cine infalible, que asegura el disfrute del público cómplice con su manera de entender la vida sin agobios, y con la conversación como la mejor de las terapias. Aquellos ilusos, que se sientan contentos con su estresante pero rentable día a día, que ni se acerquen a ver la película, porque no van a soportar su tono aleccionador.

La lección que nos brinda generosamente el veteranísimo Jean Becker es la de que, cuando uno está al límite de su capacidad de resistencia, hasta una hospitalización forzosa puede resultar reparadora. Gérard Lanvin no exagera un ápice su caracterización de tipo duro y malhumorado, uno de tantos a los que la supervivencia le tiene amargado, así que el descanso en el hospital, por mucho que reniegue al principio de su condición de paciente, le sentará de maravilla. Y esa transformación es capaz de expresarla con total convicción en apenas ochenta minutos de película.

La solvencia del actor se alía con un dominio de la síntesis narrativa eficaz a más no poder. A Becker hijo le bastan el protagonista y unos cuantos secundarios (visitas, enfermeras, personal médico y otros pacientes), sin casi salir de la habitación (algún que otro flash-back sobre el pasado del recién ingresado), para obtener unas enriquecedoras relaciones personales muy bien resumidas, tanto en la vertiente anecdótica como en la esencial.

Lo que hace trascender a esta pequeña historia, con otras tantas igual de modestas en su interior, es el sutil pero maravilloso toque de intriga introducido como de refilón, pero que sirve para dar al relato un sentido final. Hay, si se quiere, hasta un amago de investigación policial, que lleva a un interesante y revelador descubrimiento. El nuevo Boudu de Jean Renoir recuerda, justo cuando le dan el alta ya junto a su salvador de las aguas, quién fue el causante de que se precipitara en ellas.