Hay que joderse. Tanta matraca durante cuatro años con el desastre que sería la Aste Nagusia de Izagirre y resulta que lo más parecido al apocalipsis llegó con Goia. Aunque los partes metereológicos intentaban levantar la moral colectiva, jarreaba sin parar desde 24 horas antes del cañonazo. El sábado amaneció más torcido aún, porque la prensa contaba que en Donostia ¡oh sorpresa! sigue habiendo ratas, o sea que el nuevo alcalde no ha sido el flautista de Hamelín. Y la cadena de desastres aumentó cuando el avión de la Real se averió y TVE tuvo que cambiar el prime time de la 1, ¡toma chulería donostiarra! Vale, sí, el arranque festivo se salvó y hasta arrancó algunas risas nuestro dúo sacapuntas municipal (tanto monta monta tanto Eneko como Ernesto) posando saladamente junto a Rosario Flores. Pero fue un espejismo. La señal del cataclismo iba a llegar con los fuegos. Fue sonar el primer cohete y, sin tiempo de mirar si aquello era bombarda, palmera o culebra, empezó a caer la de dios es cristo, un aguacero de lo más aguafiestas.

El asunto dio para debatir un buen rato. «Se suspenden, fijo, como en el 70 y pico», sentenciaba uno de esos expertos pirotécnicos que en Donostia proliferan en estas fechas, hasta alcanzar la media docena por metro cuadrado. «No tienes ni puta idea, esto no se suspende ni a tiros», replicaba su camarada, muy poco diplomático. Ganó el segundo. La traca empezó y acabó mientras caía una manta de agua. El postre, para otro día. Comerse un helado con semejante caladura en el cuerpo apetecía como desayunarse unas alubias con chorizo y piparras en el desierto de Etiopía.

Tampoco era la mejor noche para irse hasta los remotos confines de Sagues sorteando charcos, así que el llenazo estuvo en La Flamenka, escenario bastante más goxo, y entrañable con el concierto despedida de los donostiarras 3Gabe2. Goia también tuvo mala suerte en esto, porque ya ha dejado claro que no tiene mucha intención de pisar el puerto. Qué le vamos a hacer...