Alberto PRADILLA
MADRID
Elecciones en el Estado español

Un producto artificial que se desinfla con la campaña

PERFIL [Albert RIVERA]

Albert Rivera es un experto en desgranar el «argumentario cuñado». Es decir, el «sentido común» que se escupe con el codo en la barra del bar y que se vende como carente de ideología, pero que es profundamente reaccionario. Él está a favor del bien, la eficacia y la regeneración; y rechaza el mal, la corrupción y «el nacionalismo». Sobre todo este último, entendido como pérfidos catalanes independentistas y no como el «milagro español» al que apela. Además de enarbolar la rojigualda como si se le hubiese quedado pegada desde que en 2006 se cubriese con ella tras aparecer desnudo en la primera campaña de Ciudadanos, Rivera ha demostrado que no puede decir lo que realmente piensa. Que es derecha neta, lo que reduce bastante su target. Por eso, cada vez que un líder menos brillante deja caer alguna boutade, sus previsiones se vienen abajo.

El líder de Ciudadanos está sufriendo el proceso que padeció Podemos hace unos meses. Que tras una sobreexposición mediática y un momento álgido, llega con la lengua fuera a la cita con las urnas. Si la campaña llega a alargarse un poco más, el nerviosísimo Rivera podía haber terminado viendo a sus tres rivales con catalejos. Algo que, en realidad, también estaría relacionado con los efectos ópticos provocados por las encuestas. Da la sensación de que Ciudadanos fue un globo bien hinchado durante los meses previos al 20D, pero que, llegado el momento de la verdad, tiene severos problemas con su identidad. Si termina apoyando a uno de los dos grandes partidos con su abstención corre el riesgo de terminar como Nick Clegg, el líder de los liberales británicos que dio la sorpresa, se unió a David Cameron y terminó pagando su cercanía al establishment con el abandono masivo de votantes.

Rivera ha sido la apuesta del statu quo que proyectaba en su candidato la imagen del triunfador de clase media que anhela 2005 y considera que la culpa es de «los políticos» y no de la ideología. Eso obliga a mantener un perfil vacío, sin profundizar demasiado. Y ahí ha estado su talón de Aquiles. Cuando Marta Rivera entró a poner en cuestión las penas por violencia machista demostró que, si se rasca, hay carga de profundidad en el discurso de Ciudadanos. Y toda ella es profundamente de derechas. Sin embargo, es muy posible que el verdadero tiro en el pie se lo diese el candidato en la última jornada. Reconoció que podría hacer lo que ya perpetra en todos los territorios donde se ha presentado, que es permitir que gobierne el partido más votado, sea este PP o PSOE. Poca perspectiva de cambio para una formación que trata de representar algo nuevo, pero que es lo de siempre.