No parece ser buena cosa la mezcla de lo navideño con lo electoral. Nunca casó bien la cercanía de lo sagrado con lo profano. Y mira que los de Bildu este año fueron extremadamente buenos no haciendo enfadar a casi nadie y llenaron Euskal Herria de zapatos y zapaticos. Sin embargo, finalizada la jornada, los encontraron casi vacíos. Ni Olentzero, ni Melchor, Gaspar y Baltasar ni el mismo Santa demostraron un ápice de generosidad. Habrá, pues, que reflexionar unas pocas de vueltas o así.

De todas maneras, los resultados no han sido tan negativos:

Así el hijo de Sofía de Grecia y Dinamarca, desde el austero Salón del Trono del Palacio Real de Madrid, en el siempre interesantísimo y profundo discurso de Navidad, absolutamente trufado de reiterativos llamamientos a la unidad de España, afirmó que «ser y sentirse español es un orgullo muy legítimo». Claro Felipe, para el que lo sienta y lo quiera ser; el problema, explicado grosso modo y de manera tan simple que hasta un Borbón como tú lo pueda entender, son los que no se sienten españoles ni quieren serlo.

El obispo de la Bella Easo, gure José Ignacio Munilla, ha declarado que los resultados electorales «son el retrato de una sociedad enferma» y que únicamente el apoyo del PSOE y Ciudadanos al PP para formar gobierno puede lograr la sanación del país (España). «Una abstención en un momento oportuno es una forma preciosa de colaboración», ha señalado Carlos Osoro, presidente de la Conferencia Episcopal.

Asimismo, la patronal y los del IBEX 35 hacen llamamientos en pos de la unidad de la patria común e indivisible de los españoles.

Si curas, militares y patronos andan nerviosos, la cosa no puede estar tan mal. Ya lo decía Mao (Zedong, antes Tse Tung) a finales de los años 40, «reina una gran confusión bajo los cielos: la situación es excelente».

Una pena lo de Rosa Díez y la familia magenta.