María José Sagasti Lacalle
Concejala en funciones de Deikaztelu y miembro de la Coordinadora Navarra de Pueblos por la Memoria Amapola del Camino
KOLABORAZIOA

Arcadio al pie de una fosa olvidada

Arcadio Ibáñez es un navarro nonagenario de Miranda de Arga, hijo de Arcadio, asesinado en Zaragoza en 1937, con 26 años, tras el golpe de estado de Franco. Todavía hoy busca con voluntad vital de enamorado en fosas olvidadas del cementerio de Dicastillo a dos hermanos de su padre que corrieron la misma suerte.

El 3 de agosto de 1936 fueron traídos en un camión al término del «Paracoches» ocho vecinos de Miranda, secuestrados por los golpistas y asesinados en la noche. Casi siempre había junto a los verdugos un cura de la Cruzada por Dios y por España que se ofrecía a administrarles el sacramento del la confesión y llevaba la cuenta de los republicanos de izquierda, anarquistas, socialistas, comunistas, o nacionalistas vascos que se arrepentían en el último momento de sus «muchos pecados políticos», entre ellos reivindicar el reparto de tierras de las corralizas usurpadas por los ricos, y así evitar ir a penar eternamente en el fuego del averno después de pasar por el infierno terrenal, el que los matones fascistas habían extendido a sangre y fuego pueblo a pueblo.

Los divinos cruzados de Requeté y Falange asesinaron impunemente en Dicastillo a Felipe Elizalde Bueno, de 43 años, fundador del Sindicato Único de Obreros y Campesinos; Anastasio Ezquerro García, de 33, ambos jornaleros de la CNT; Ángel Ibáñez Sesma, de 36 años, del Partido Republicano Radical Socialista, y a su hermano Joaquín Ibáñez Sesma, de 25 años, presidente de las Juventudes Socialistas; Ramón Iradier Osés, de 41 años, presidente de la Asociación de Trabajadores de la Tierra; Germán San Juan Beruete, de 32 años, de Unión Republicana; Matías Tapiz Abrego, jornalero espartero de 52 años, padre de 12 hijos, ejecutado con uno de ellos, José Tapiz Tila, de 26 años, y a Victorino Iturmendi Fernández, de 31 años y de la UR, que salió ileso y escapó a Morentin, pero al día siguiente denunciado y asesinado a tiros. De la masacre quedaron viudas y 18 huérfanos.

Los cadáveres de los jornaleros mirandeses fueron abandonados en la cuneta. Los vio Francisco, entonces niño de unos 10 años que trabajaba con su padre en el campo de amanecida. Su padre le dijo que no se acercara, que siguiera con el lomo agachado sobre el surco, pero la curiosidad infantil lo llevó hasta el lugar, y vio los cadáveres ensangrentados, y cómo fueron subidos a un carro y depositados en el cementerio.

El sepulturero municipal los enterró quién sabe dónde. Su hija Candi tenía entonces ocho años, y escuchaba aterrorizada los golpes violentos en la puerta de su casa que por la noche daba gente armada, obligando a su padre a salir y enterrar cadáveres abandonados. El 19 de agosto asesinarían a su tío Genaro Luquin Busto, de 26 años y de la UGT. Años después contaba su padre que a los de Miranda los enterró en una zanja que tenía preparada y, como le daba cargo de conciencia amontonarlos de mala manera, los colocaba con respeto y ordenados, poniendo una capa de paja sobre ellos.

El 22 y 23 de diciembre de 2015, en plena resaca electoral, hemos seguido abriendo fosas comunes. Días antes habían aparecido seis cadáveres en Ibero. Pero la búsqueda de toda una vida de Arcadio ha finalizado sin resultados. Cuando era joven, nada más morir Franco, ya estuvo cavando a pico y pala con los familiares de Miranda en el cementerio de Dicastillo con escasos resultados, ya que encontró hostilidad, histerismo y tumulto por parte de vecinos maleducados en el terror y odio impuestos por la dictadura militar durante 40 años.

Parecía que tocaba por fin encontrarlos, pero ni los testimonios recabados ni el metódico trabajo arqueológico de Aranzadi ha dado con ellos. Las labores se han realizado gracias a la financiación del Gobierno Foral de Navarra, el del cambio. Pero ha habido otro cambio importante que queremos resaltar.

Esta vez jóvenes de Dicastillo han estado junto a Arcadio, al pie de la fosa vacía, recogiendo el testigo de la memoria que nos pertenece, prohibida en la dictadura y silenciada en la democracia de los pactos y de la impunidad. Con estos jóvenes, miembros de las asociaciones memorialistas navarras Afafna 36, Coordinadora Navarra de Pueblos por la Memoria Amapola del Camino y Autobús de la Memoria, promotores de iniciativas como la retirada de la simbología franquista o la adhesión de los ayuntamientos a la querella argentina, en demanda de una justicia que no se obtiene en los tribunales españoles, para que los crímenes de lesa humanidad del franquismo sean juzgados.

Arcadio, hoy podemos estar muy orgullosos de los jóvenes de nuestro pueblo. Cuando un año antes, en la celebración del Día de la Memoria de Navarra en el parque de Sartaguda, tu mujer y tú llevabais las fotografías de los vecinos de Dicastillo asesinados, ya este pueblo empezaba a ser diferente del que tú dolorosamente recordabas.

Nos vienen a la memoria los versos de la “Elegía a Ramón Sijé” de Miguel Hernández, en recuerdo de los desaparecidos, los de todos, los 3.500 asesinados impunemente en Navarra y los más de 160.000 republicanos de todo el Estado español víctimas de un genocidio no reconocido. En homenaje a todos ellos, sus viudas, huérfanos y familiares que hoy nos dais lecciones de dignidad, renace la voz del poeta en nuestras gargantas para tener presentes a los que fueron pueblo trabajador unido a la tierra en la vida y en la muerte, y que seguiremos buscando aunque las fosas estén vacías.

«Quiero escarbar la tierra con los dientes/ quiero apartar la tierra parte a parte/ a dentelladas secas y calientes./ Quiero minar la tierra hasta encontrarte/ Y besarte la noble calavera/ Y desamordazarte y regresarte».