Iñaki Egaña
Historiador
INAUGURACIÓN EN DONOSTIA

Del trasfondo de la muestra «Tratado de Paz»

La víspera de que Felipe VI y su esposa inauguren la exposición central de «Tratado de Paz», el autor ve similitudes en el contenido temático con aquel «V Centenario del descubrimiento de América», que en el caso actual podría resumirse en la clásica «Pacificación de las Provincias Vascongadas».

Evento central de la capitalidad cultural, exposiciones pictóricas repartidas en diversos museos vascos, como San Telmo, en la capital guipuzcoana, de maestro de ceremonias. Se anuncian cuadros de Goya, Rubens, Picasso y Arteta, entre otros, con la colaboración de pinacotecas consagradas como la del Louvre o El Prado. Todo ello, según el Ministerio de Cultura español, partícipe del proyecto, ofreciendo una «visión multifacética de cómo la paz ha sido representada por el arte y el derecho».

Palabras que ya nos ponen sobre aviso. Un remember de aquel ‘‘V Centenario del Descubrimiento de América’’ (1492-1992) que fue catalogado para los fastos como ‘‘Encuentro de culturas’’. Y el recuerdo lo han proporcionado los propios organizadores del proyecto, que aluden a la Escuela Ibérica de la Paz, una visión edulcorada de la colonización americana; los pacientes jesuitas enseñando el catecismo a los incultos indios. Evitando palabras como genocidio, despojo y saqueo.

No sé si por referencias a aquella Expo de Sevilla de 1992, la dirección de la capitalidad nombró comisario general para dirigir las exposiciones de «la paz» en Donostia 2106 al sevillano Pedro G. Romero, al no encontrar un perfil adecuado para las mismas entre los naturales del país. O quizás no se fiaba de los autóctonos, porque la verdad, visto el meollo de las exposiciones, el título que las engloba no ha sido afortunado. Es incluso engañoso. Atendiendo al contenido, las exposiciones están más cerca de un concepto bélico, apologético de la violencia en ocasiones. Alguna de ellas se podría designar ‘‘historia de la dinastía borbónica” y otra “de cómo España y Francia doblegaron a Euskal Herria”.

La periferia, ni siquiera española, es inexistente en estos asuntos. Y así, nuestra aportación es la del Tío Tom que canta con una masa coral, más o menos organizada, las alabanzas del señor. Es decir, la ya clásica y reiterativa ‘‘Pacificación de las Provincias Vascongadas’’, como decía aquel folleto madrileño de 1873 (semejanza con el Plan Zen, 1983), «obtenida pronto, sin sangre y para siempre». Decía el opúsculo: «Las provincias vascongadas son revolucionarias, perturbadoras, provocativas». Si hubiéramos empezado por estos renglones, los objetivos de las exposiciones “Tratado de Paz” se nos harían más comprensibles. La caverna no es sólo mediática.

La afirmación del párrafo anterior puede parecer una exageración para quien no sea experto en materias históricas y se acerque únicamente a observar la destreza de los artistas en el lienzo. Su consagración universal. Algo de esto han intuido los organizadores, porque difícilmente se encuentran los matices históricos en los mensajes que recibimos. Excepto en las páginas del Gobierno de España dedicadas al evento, donde sacan pecho precisamente por el contenido temático. Ahí está la clave. Vender arte a cambio de ideología.

Una aseveración que se observa nítidamente en los extremos cronológicos de las ocho exposiciones paralelas que acompañarán a la central de San Telmo: la conquista a sangre y fuego del Reino de Navarra (1512) y el fin de la lucha armada de ETA (2011). Están presentes en el Museo Oteiza, la primera, y en Artium de Gasteiz, la segunda. Y como se trata de un proyecto llamado "Tratado de Paz", los eufemismos han copado el titular de cada una de ellas. Como siempre, donde pone «liberar» o «paz» hay que leer «ocupar».

Con respecto a la conquista de la independencia navarra, los organizadores han sacado de la chistera la llamada Paz de Urtubia (1513), una falacia cuyo objetivo era que las monarquías de España y Francia se comprometían a impedir el rearme militar y político de Nafarroa después de su conquista.

Nuevamente el término «pacificación» utilizado de forma torticera. Un reparto entre Madrid y París de territorios conquistados por las armas. Nada que ver con un espíritu pacificista.

Con respecto al fin de la actividad de ETA, la organización del evento ha escogido como tema la ruptura de las conversaciones de Argel, para ponerle un subtítulo cuya primera palabra más que un sustantivo parece un adjetivo: “Delirio y tregua”. Por inaugurar el 11 de agosto y, aunque se advierte tendencia, habrá que esperar a su contenido. Ya, sin embargo, el Ministerio de Cultura español puso el grito en el cielo cuando oyó, en la presentación que de la muestra se hizo en Madrid, que ETA había sido un fenómeno «político, militar y cultural».

José Pascual, director general de Industrias Culturales del Ministerio hispano, pidió la retirada de los tres términos con amenazas veladas de que, de no hacerlo, podría influir en el patrocinio de la muestra. Un montante espectacular, aún no desvelado, pero que sumará unos cuantos cientos de miles de euros. Sin olvidar que el patrocinador general de “Tratado de Paz” es Telefónica, la multinacional española por excelencia, empresa privada con dos bancos como accionistas mayoritarios. Palabras mayores.

La rectificación fue inmediata, aunque pueda parecer ilógica desde un punto de vista artístico que, según dice el propio Ministerio, es el único objetivo de la muestra. En lo cultural, la influencia de ETA fue evidente ya en el siglo XX, cuando artistas como Jorge Oteiza o Agustín Ibarrola participaron en primera persona en las publicaciones de la organización vasca. Incluso Chillida en el símbolo de la amnistía.

Su influencia en lo político y en lo militar, al margen de cualquier impresión ideológica, ha sido obvia. Desde Jean Paul Sartre hasta Slavoj Zizek han escrito sobre estas cuestiones. En las biografías de quienes la combatieron, Suárez, Fraga, Aznar, González…, encontrarán toneladas de letras en la misma línea.

El resto de exposiciones parecen encajadas con calzador. No tienen que ver, en absoluto, con la paz. En especial la de Gernika, anunciada a partir de setiembre en el Museo Bellas Artes de Bilbo.

Gernika es, justamente, el paradigma del terror de la guerra; el bombardeo de la aviación nazi a indicación de Emilio Mola por su significado histórico en la simbología vasca. La inclusión por vía palmaria de la población civil como víctima colectiva de una guerra que declararon generales que habían provocado una sarracina en el norte de África por su mesianismo colonial.

“Gesto e interpretación del Abrazo de Bergara, 1839” (Museo Zumalakarregi) no parece un título entonado para entronarlo como aspecto relacionado con la paz. Más bien un armisticio con condiciones, las de los vencedores. La mayoría de batallones carlistas vascos no lo aceptaron. Marcharon al exilio, fueron encarcelados o desterrados. Las consecuencias, notorias: la llamada Ley Paccionada en Navarra, modificación sustancial de sus fueros y la incursión de los territorios vascos peninsulares en el sistema administrativo español como provincias.

La Paz de los Pirineos (1660), inaugurada ya en el Museo de Baiona, es una apología de las monarquías y un relato de sus costumbres, lazos familiares, su sangre azul (consanguínea) y sus costumbres elitistas.

La de “Por la abdicación de Bayona” (1808) sigue en esa línea, con el relato español grandilocuente, lleno de ese interés eterno por mostrar las bondades de quienes no fueron precisamente humanos. Corruptos y nepotistas. Abran las páginas de los diarios actuales y acertarán en la apreciación histórica.

Por ubicación cercana geográfica, otras dos de las exposiciones serán las relativas al "Pacto de San Sebastián" y al muralista Josep María Sert. Del pacto donostiarra (1930), llamado contubernio por los antecesores de quienes gobiernan ahora en Madrid –aunque sea provisionalmente–, surgió la Segunda República española, la huida del abuelo del rey emérito actual, bisabuelo del titular.

Su no reconocimiento llevó a la sublevación militar, la guerra y la dictadura. Precisamente, la sede donde se realizaron los encuentros del Pacto fue asaltada por la Guardia Civil, que desvalijó la biblioteca, sacó a la calle todos sus libros y les dio fuego, posando en esas instantáneas que seguro no estarán, a modo de reparación, en la exposición.

La segunda, la de Sert, cuyos lienzos adornan la iglesia de San Telmo desde que le fueran encargados en 1929, es también la parte sencilla del proyecto. No importa que el compromiso político del muralista fuera franquista (embajador en Vichy), sino su aportación al arte y, en consecuencia, a esa gran estafa que es el proyecto “Tratado de Paz”. Que cuenta, como no podría ser de otra manera tratándose de una exaltación de su familia vía antepasados, con el apoyo explícito de la Casa Borbón.