EDITORIALA

EHZ, más que tres letras: valores, emoción y país

L os festivales musicales de verano viven un «boom» en Europa, mueven un turismo propio y generan un impacto económico considerable. Los hay abiertamente comerciales o aquellos que, inspirados en los festivales contraculturales de los años 70, han abrazado la idea altermundialista. Permiten una intensa producción y consumo de música en un periodo de tiempo relativamente corto, en un lugar geográfico particular. Intensifican ideas y comportamientos, rituales, valores que son afirmados y celebrados y, en muchos casos, el ideal de sociedad de los participantes es explorado.

Entre los diferentes festivales musicales de verano que abundan en nuestro país, sin duda, el de Euskal Herria Zuzenean (EHZ) merece un lugar reseñable. Han pasado más de veinte años desde que los primeros voluntarios organizaran en Arrosa, Nafarroa Behera, el primero. Tras haber pasado por Idauze Mendi, Zuberoa, ayer terminó en Lekorne, Lapurdi, la edición de este año. Aquellos voluntarios, hoy ya veteranos, han dejado paso y mucha experiencia a una nueva generación que, con cientos de colaboradores desinteresados y el apoyo comunitario, han preparado con mimo y solvencia un evento marcado por la música, sí, pero con un impacto a corto y largo plazo que va más allá. Genera comunidad y hace país.

La música es cultura, una increíble y poderosa fuerza emocional de gran ayuda para los movimientos sociales, en muchos sentidos. Conecta a la gente y fortalece identidades, la hace sentirse con más energía, protagonista de una efervescencia colectiva. Con un enorme sabor popular, tomando como eje la soberanía de Euskal Herria, abierto al mundo, EHZ deja discursos y significados de libertad; experiencias subjetivas transformadoras; debate y reflexión; experimentación de estilos de vida y prácticas alternativas; efervescencia colectiva en medio de una explosión frenética de vitalidad. Esa es la incalculable valía de EHZ: todos los valores que promueve.