Las cenas del idiota

Visto el calamitoso aluvión de comedias recientes en el Estado español que apuestan por el costumbrismo más rancio y el chiste fácil, el debut en el formato largo de Pepón Montero se asoma a la cartelera como una saludable ventana, una rara avis similar al personaje que borda Arturo Valls. Lo más curioso y quizás lo más acertado dentro de todo el conjunto es que Montero no ha querido incidir en los tópicos recurrentes de la comedia coral “Made in Spain” sino que busca sus engranajes y su vitriólico detonante en la aparente afabilidad y sutileza que se intuye en la comedia clásica italiana. Teniendo presente esta declaración de intenciones, el peso de la trama recae sobre un variado grupo humano muy bien perfilado en el que destaca la apabullante presencia de un Arturo Valls al que le toca lidiar con el rol del típico personaje que guarda siempre en la manga un chiste, una ocurrencia o una idea que siempre debería ser silenciada, una especie de variante del “cuñado” que nadie quiere a su lado durante las cenas.
Precisamente esta excusa culinaria que tan bien conocemos por estos lares se erige como punto de eclosión para buena parte de los gags y situaciones que se sucenden a lo largo de una trama que gira en torno a los encuentros y desencuentros que comparten los supervivientes de una catástrofe acontecida tras el derrumbe de un túnel y que prolongarán su relación a través de un grupo de WhatsApp y en las consiguientes cenas que fueron ideadas para celebrar su permanencia entre los vivos. Para evitar que el personaje de Valls haga peligrar el equilibrio que fortalece todo el conjunto, topamos con personajes tan suculentos como el policía heróico que encarna Raúl Cimas, un gañán de mucho cuidado cuyas aportaciones enriquecen las veladas teñidas de patetismo que comparte esta troupe espoleada por “Los Pecos”.

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