Víctor ESQUIROL
CRÍTICA «Felices sueños»

Marco Bellocchio solo hay uno

Ahí va una de las historias más bonitas que jamás nos haya dado el fútbol. Aviso, hay que llegar hasta el final del relato. La mañana del 5 de mayo de 1949 Turín despertó con la peor de las tragedias. La plantilla al completo de su equipo de fútbol (el Torino, no la Juventus), el más potente de Italia y de Europa, había fallecido en un accidente aéreo. El avión con el que volvían de disputar un partido se estrelló contra la Basílica de Superga. Esto sí, ante tal calamidad, los demás equipos de la Serie A firmaron un pacto de caballeros: cuando les tocara jugar contra el Torino, lo harían echando mano solo de sus respectivas canteras, para dar así, al menos, la oportunidad de competir al campeón herido.

Unos años más tarde, el joven Massimo se iría a dormir siguiendo el ritual de cada noche: esperar acurrucado en la cama, hasta que su madre le deseara “Felices sueños”. A la mañana siguiente, descubriría que su madre murió esa misma noche. Más adelante, y convertido ya en Massimo Gramellini, reputado periodista y ferviente seguidor del Tornio, se daría cuenta de que el dolor por aquella pérdida no se iría con el simple pasar de los años. Para ello tendría que purgar dicha melancolía. ¿Cómo? A través del arte, más concretamente, a través de una novela autobiográfica construida alrededor de aquella noche imborrable en la memoria.

Este material de base es del que se sirve el maestro Marco Bellocchio para firmar otra obra maestra. Una más en una carrera tan longeva como trufada de éxitos. El último de ellos nos recuerda el valor de un cineasta sin igual, que gracias a sus dotes líricas consigue que espacio y tiempo palidezcan en favor del hilo narrativo más potente de todos: el estado emocional. Puro poso humano. En Turín lo saben, y ahora, gracias a Gramellini y Bellocchio, también en el resto del mundo: a veces, las historias más bellas son las que surgen del dolor más profundo.