Víctor ESQUIROL
CRíTICA: «La bella y la bestia»

La Disney menos bella y más bestial

E n una de las escenas de clausura de esta enésima revisión de “La bella y la bestia”, Disney aprovecha para mostrar, una vez más, su poderío. En un abrir y cerrar de ojos, se materializan todos los actores y actrices que se escondían detrás de la figura digitalizada de cada mágica criatura de esta aventura. Ahí están Ewan McGregor, y Emma Thompson, e Ian McKellen, y... sí, queda claro que la productora del show es todopoderosa. Aunque no infalible.

La fiebre reformuladora en que anda metida Disney desde hará casi diez años, parecía haber encontrado el tono y la conjunción de ingredientes necesarios para conectar tanto con crítica como con público... mientras su “salón de la fama” reivindicaba su carácter de clásico. La jugada, sin lugar a dudas redonda, se confirmó con títulos tan acertados como la “Cenicienta” de Kenneth Branagh o “El libro de la selva” de Jon Favreau. Ahora, con “La bella y la bestia” de Bill Condon, el modelo muestra su vulnerabilidad.

La culpa la tiene, principalmente, el último nombre señalado. Sorprende para mal el que a estas alturas Disney cometa el error de pensar que este tipo de proyectos puede entregarse a simples “directores de estudio”, es decir, a brazos ejecutores solo preocupados por cumplir con los deseos de los peces gordos, y negligentes a la hora de aportar una mirada propia al producto. La falta de amor hacia el patrimonio propio, es simplemente bestial. Bill Condon corresponde con una puesta en escena confusa (sino directamente mala), incapaz de transmitir la magia de la materia prima. Para colmo de males, destapa las vergüenzas de unos efectos visuales todavía lejos de la perfección. Más allá de algún apunte para la galería sobre aceptación racial y sexual, la película desaprovecha todas las ocasiones para desmentir la peor de las sospechas: que esto no es más que una versión absurdamente alargada y recargada de aquel inolvidable film de animación.