Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Los Hollar»

El constante regreso a casa

Las denominadas “comedias indie” corren el peligro de convertirse en un cliché de secuencias ya vistas multitud de veces, ya que en buena medida son identificadas como producciones que apuestan por retratar familias disfuncionales y alternar el drama y la comedia para relatar las tribulaciones generacionales de todo tipo de urbanitas con la brújula existencial estropeada.

Perdida la frescura, ha este tipo de cine parece que tan solo le queda atrincherarse en la corrección de un argumento que, si bien es reiterativo, al menos es coherente con lo que propone. En su segunda apuesta en el formato largo, el también actor John Krasinski propone una película bendecida en el escaparate de Sundance y que gira en torno a un aspirante a artista que abandonará Nueva York para retornar a su pequeña localidad natal y ayudar a su familia mientras su madre debe ser sometida a una cirugía cerebral. Con estos mimbres, Krasinski compone un retrato humano bien resuelto y sin estridencias, y que tiene su punto fuerte en los aciertos de un argumento enraizado en elementos cercanos y reconocibles como los males que ha acarreado la crisis económica.

Otro punto interesante es la correcta y reconocible galería de personajes en la que el propio cineasta se reserva el rol del hombre que persevera en su intento por ser fiel a su adolescencia perdida y en la que destacan los roles del padre atrapado en un eterno valle de lágrimas y en bancarrota (Richard Jenkins) y la madre que esgrime la ironía para acometer los envites de la vida (Margo Martindale). Otro tanto podría decirse de la interpretación del hermano del protagonista, un hombre de cuarenta años sin blanca que vive en el hogar familiar y que encarna con precisión Sharlto Copley. Todo ello se escenifica en un entramado que coquetea con el humor negro, el drama y algunas oportunas gotas de extravagancia y afilada ironía.