Víctor ESQUIROL
CRÍTICA «Paraíso»

Sin juicio no hay paraíso

La perspectiva histórica es esa especie de fuerza estabilizadora que ayuda a poner orden allá donde antes había desorden, y justicia (la de los vencedores, al menos) donde reinaba la injusticia. Esto se aplica incluso a los episodios más oscuros del pasado, aquellos en los que una insinuación fuera de lugar o un cambio de tono sospechoso parezca que vayan a ser capaces de derrumbar el relato (¿la verdad?) que hemos construido alrededor de ellos. Tomemos por ejemplo el Holocausto y el principio de Claude Lanzmann, según el cual parece que solo deba haber una manera posible de abordar dicho sujeto.

Pues bien, nos despistamos un segundo y entra en escena uno de estos –benditos– pirómanos, especialistas en derrumbar todos los fundamentos sobre los cuales hemos levantado nuestro mundo. Andrei Konchalovsky, quien tiene en su haber una de las carreras más locas de la historia del cine, triunfó en el último Festival de Cine de Venecia con “Paradise”, film quintaesencialmente ruso, sobre todo en lo referente a la ocultación de su naturaleza demencial, acto de maquillaje confirmado en una capa de sobriedad que, desde luego, descoloca. El director de hitos como “Tango & Cash” y “El Cascanueces 3D”, ofrece ahora un drama híper-contextualizado en el infierno nazi de finales de la Segunda Guerra Mundial. La historia se construye a través de tres testigos, cada uno de ellos perteneciente a un bando distinto; todos ellos suspendidos en una sala de interrogatorio donde se van a determinar sus culpas. Esto es, una especie de limbo fílmico donde convive el digital con el celuloide; lo moderno con lo clásico... lo inspirado con lo patoso. Así de irregular. Tanto, que es imposible despegarse de la pantalla. Para bien o para mal (no está claro el qué), Konchalovsky reivindica de nuevo su sello. El de un cine siempre en el filo de la excelencia y del siniestro total o, para emplear la jerga al uso, del infierno y del paraíso.