Cuentan que está últimamente alicaída.

Pues sí. ¿A qué negarlo? Me siento mayor. Mi sicólogo me dice que se me pasará, que tengo que encarar la nueva situación. Creo que he quedado reducida a mero folclore. Igual es mejor así: poner ya un punto final a los sanfermines. Es por que chupo, ¿sabes?, me lo bebo todo. Y no me va nada bien.

¿Cómo dice usted? No se ponga así, en sanfermines prácticamente todo el mundo bebe.

Pero es que yo me bebo lo que no quiere nadie. Es por la suela, que es de esparto. Y claro, en cuanto toca ese jugo negruzco que impregna los adoquintes de Alde Zaharra, como que no me aguanto y va todo para adentro. El esparto se convierte en una esponja, y el liquidaco pues, ¡riás!, hasta el pie. Ya se sabe lo que dice el refrán: «No hay nada más tonto que alpargatas cuando llueve». En sanfermines, es peor, pues lo que empapa no es agua sino el detritus asqueroso ese. Pero es que yo soy incapaz de aguantar la tentación.

Pero las alpargatas son una institución sanferminera. ¿Qué sería de dantzaris y de los bebés sin ustedes?

Nos hemos quedado reducidas a eso, a puro formalismo. Los dantzaris usan alpargata para los actos oficiales, pero en cuanto pueden nos ponen los cuernos con cualquier playera vieja. Y se lanzan en tromba a bailar bachata. Yo con lo que sueño es con volver a estar de moda entre la juventud. ¿Sabes qué me gustaría bailar de verdad? Ska. ¡Cómo me gusta el Sarri Sarri! Pero claro, con semejantes botes que dan, la gente no nos quiere. Nosotras damos muy poquica protección a los dedicos del pie. Por eso estoy deprimida, creo que mis mejores años han pasado.

¿Y qué hay del baile de la alpargata? Es de lo más casta.

¡Es una castaña! No me reconozco en una institución tan sosainas. A Barcina y su tropa le encantaba, pero yo no tengo estómago para ver a los de UPN haciendo congas.