No profanar el sueño de los muertos

El concepto de película maldita suele tener una acepción cinéfila, pero en el caso de “Amityville: The Awakening” el termino “malditismo” se está empleando en su sentido más literal. Más allá del mito terrorífico en el que se inspira esta franquicia, la propia película ha generado su leyenda urbana en las redes sociales, incluso había quienes consideraban que nunca se iba a estrenar y que podía quedar abandonada en algún siniestro sótano. El proyecto inicial, titulado “Amityville: The Lost Tapes”, se apuntaba a la moda del “found foutage” o metraje encontrado, pero los derechos de la marca Amityville estaban en manos de la productora Dimension Films, por lo que Jason Blum tuvo que pactar con el diablo, ya que los dueños de dicha compañía son los públicamente repudiados hermanos Weinstein. A ellos se les achaca los constantes retrasos desde que el rodaje se iniciara hace cuatro años. Por todo ello están aquellos que creen que el transformado montaje definitivo responde a un acto de posesión infernal.
Parafraseando a Jorge Grau y su “No profanar el sueño de los muertos” (1974), lo que viene a decir la superchería es que no conviene convocar a los espíritus del mal, resucitando viejas pesadillas. Para justificar una secuela tan tardía del original “Terror en Amityville” (1979), se utiliza como pretexto una supuesta profecía bíbilica según la cual los sucesos terroríficos reaparecen cada cuarenta años. Y coincide, porque si esta película se empezó a rodar en 2014 con tan mala pata, algo habrá tenido que ver lo del 40 aniversario del asesinato de la familia italoamericana DeFeo en el 112 de Ocean Avenue de Long Island (Nueva York).
Dentro de la ficción el renovado pacto maligno lo establece la desesperada madre interpretada por Jennifer Jason Leigh, que quiere insuflar vida en el hijo sumido en un profundo estado de coma, aunque tenga que vender su alma a la casa del horror.

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