Ramón SOLA
Barcelona
Entrevue
ROSA LLUCH
HIJA DE ERNEST LLUCH, MUERTO EN ATENTADO DE ETA EN 2000

«Con la declaración del daño causado ETA fue mucho más allá de lo que yo pensaba»

A Rosa Lluch no le convence ser presentada como «hija de»; recalca que además de víctima ella es también profesora de universidad, mujer, madre, catalana... y todo ello perfila una voz diferente a las que han copado micrófonos muchos años.

Le pregunto primero por su evolución personal. Hasta 2008 usted no dio entrevistas, pero ahora sí lo hace, participa en charlas, ha estado en la Ponencia del Parlamento Vasco... ¿Cómo y por qué se produce ese paso del duelo a la implicación, casi al activismo?

Bueno, yo tenía entonces mi vida: una tesis doctoral, una plaza en la Universidad, situarme profesionalmente... Hasta que ví que era necesario que empezaran a escucharse otras voces. Eso lo vi yo y también se me hizo saber. Pero no he hecho tantas cosas...

¿Ayuda esta implicación a cerrar la herida?

Más que a cerrar la herida, ayuda a sentirte bien. Yo tengo la herida cerrada, pero percibo que hay gente a la que le viene bien oír otro discurso que no sea el mayoritario. Y si a la gente le viene bien, a mí me hace bien. Recientemente hemos estado en un encuentro con otras víctimas en el Ayuntamiento de Barcelona y un par de personas me han venido a pedir que diga estas cosas. Yo tengo la suerte de tener un micrófono delante.

Existe incluso un foro de whatsapp entre víctimas diferentes, ¿cómo es eso?

Son cosas de Robert Manrique [víctima de Hipercor], que me mete en muchos líos. Debemos ser unos 50 y muchos son víctimas de los atentados de este verano pasado, de 2017. Hay gente de Hipercor, que está ya como de vuelta, cansada, y otros como los de las Ramblas que están empezando ahora a sufrirlo todo. Es un grupo fantástico. La gente se va ayudando. Yo hasta ahora había conocido muy pocas víctimas del terrorismo, muy pocas.

¿Y esas voces son realmente diferentes? Porque siempre aflora una visión estandarizada de las víctimas...

Es que ha habido un interés de los poderes del Estado y los medios de comunicación en que así fuera... Pero cuando rascas un poco, hay muchísimos discursos. La mayoría de nosotros no pensábamos igual antes del atentado terrorista, y el atentado te iguala en que nos hace a todos víctimas, pero no te hace pensar igual. Quizás también tenemos que hacer autocrítica, porque a quienes pensábamos distinto no nos ha interesado hablar, o hemos tenido otras necesidades...

¿Qué sintió hace ahora un mes, cuando conoció la autodisolución de ETA?

Me hizo ilusión y me gustó, pero la sensación de tranquilidad, paz, esperanza, fue en Aiete. Aunque esta declaración de ETA me ha sorprendido mucho...

¿La del reconocimiento del daño? ¿En qué sentido?

Llegué a la Facultad, abrí un diario digital y la vi. Eran las 8 de la mañana, estaba yo sola en el despacho, y por eso la leí sin escuchar lo que otros decían sobre esa declaración. Y pensé ‘buah, estos tíos han ido mucho más allá de lo que yo pensaba’. Han reconocido muchas más cosas de las que yo pensaba que iban a reconocer. Me llenó de satisfacción. Luego, a las horas empecé a oír que si había diferente categorización de las víctimas... Para mí fue un gran paso, no definitivo si se quiere, pero un gran paso. Falta recorrido y también falta paciencia.

En esa declaración ETA asumía expresamente que lo que dijera no iba a «mitigar el dolor» de las víctimas. Pero ¿en su caso sí le reconfortó?

Es que estas cosas son superpersonales... Yo no necesito el perdón en mi caso, pero sí me ha venido muy bien saber que ellos creen que matar a mi padre fue un error. O que empiecen a decir ciertas cosas, aunque sea con la boca pequeña, porque entiendo que también tienen su público y no podemos esperar que pasen en un día de ser terroristas a decir que la violencia estaba mal. Eso tiene que ser un proceso lento. Pero sí, me parece positivo.

El atentado contra Ernest Lluch fue en un momento político muy concreto, a la salida de Lizarra-Garazi, tras un proceso de negociación incipiente con el Gobierno Aznar... ¿Se piensa mucho en que con más esfuerzo esa muerte pudo evitarse?

Sí, yo creo que se pudo haber evitado. Fuera una tregua-trampa o no, yo creo que el Gobierno y ETA perdieron allí una oportunidad y que eso nos perjudicó a todos; a quienes tuvimos que sufrir el terrorismo de ETA, pero también a ellos y a sus familiares. Claro que sí, te queda el resquemor de pensar que había habido una tregua y decidieron volver a empezar con los asesinatos.

En aquella manifestación posterior quedó en la memoria de todos el mensaje de Gemma Nierga sobre la necesidad de dialogar. Pero sin embargo, el final de ETA no ha venido por la vía del diálogo...

Pues yo no lo sé. Alguien nos lo tendrá que contar...

Quiero decir sin diálogo Gobierno-ETA...

Entiendo que no ha existido en los últimos tiempos, pero creo también que ha habido algunos puentes ahí que nunca se han roto y otros que se han intentado construir. Quiero pensar que ha habido algo, no quiero pensar que hemos tenido unos gobiernos tan irresponsables que no hayan tendido esos puentes. En cualquier caso, sí creo que ha sido básicamente un proceso interno de la izquierda abertzale. En realidad, en el fin de ETA influyen muchos factores: las Fuerzas de Seguridad del Estado –que han cumplido un papel fundamental, a veces traspasando alguna línea roja que no deberían pero en general quitando oxígeno a quienes defendían la violencia–; la labor de la sociedad española, vasca o catalana; la madurez europea –porque hoy es muy difícil aceptar que haya un grupo terrorista–... y, finalmente, hay una autocrítica muy importante por parte de ETA. Hay un trabajo ahí muy importante y que supongo que es muy duro.

Siempre que he podido, he intentado enterarme de lo que se ve en el otro bando. Y hay un libro de Iñaki Rekarte, cuyo título lo dice todo: ‘‘Lo difícil es perdonarse a uno mismo’’. Lo difícil es eso, aceptar que yo maté, que yo secuestré, que yo torturé... Es un proceso lento. Y vamos bien, aunque en algunos momentos me da la sensación de que hay prisa. El entorno de ETA tiene prisa porque ya ha dado sus pasos, y el otro lado tiene prisa por dar esto por zanjado y que no pase nada. Pero yo soy historiadora, trabajo con la Edad Media, veo ahí procesos de 200 años, y creo que los tiempos históricos no se pueden acelerar.

Pero entonces, ¿no hacen falta acciones políticas?

Por supuesto que sí, hacen falta. ¡Es que es una irresponsabilidad que una organización terrorista quiera dejar las armas y haya un gobierno que no se las coja! Eso es una obviedad. Hacen falta gestos políticos, sin duda. Lo que no sé es si estamos preparados para ello.

Ahora hay cambio en La Moncloa, ¿alberga esperanza de esas acciones? Por ejemplo, de una política carcelaria diferente...

Me parecería bien, pero creo que este gobierno tiene muchos flancos abiertos y no sé si para ellos será algo prioritario. Sé que en Euskadi sí es algo prioritario, pero en el resto del Estado nos queda muy lejos. Y otro problema: ¿qué es esto de la dispersión? No lo sabemos, la gente no sabe.

Quizás esta pregunta sea delicada para usted, pero ¿se interesa, se informa, conoce la situación de los tres presos condenados por la muerte de su padre?

El que lo mató está en Almería, o eso es lo último que supe. Creo que otro estaba en Sevilla. Y la mujer, ahora no lo sé.

Se lo concreto: ellos dos están en Almería y Huelva, y ella en Pontevedra. ¿Lo ve con indiferencia, dado el motivo por el que les condenaron, o le parece justo o injusto?

A mí, donde estén las personas que mataron a mi padre no me afecta, no me supone nada. Creo que tienen que estar en la cárcel hasta que cumplan su condena, pero no veo ninguna necesidad de que estén a centenares de kilómetros de su casa, y así estamos castigando a unos familiares y amigos que no tienen por qué pagar el delito que cometieron ellos. Yo soy partidaria de que se acerque a los presos al País Vasco.

Su padre venía mucho a Euskal Herria, ¿sigue viniendo usted? ¿Qué se encuentra?

Estuve el año pasado en Vitoria, en verano en Baztan... Lo primero que veo es que está todo más limpio, no hay pintadas, no hay dianas... La gente está más tranquila. Como en cualquier otra sociedad, aunque desde la nuestra, la catalana, ahora suene raro decirlo...

Aprovecho el salto. Sin llegar ni mucho menos a los niveles de Euskal Herria, pero en Catalunya hemos visto violencia política: los porrazos del 1 de Octubre, los encarcelamientos... Como víctima de ella y como catalana, ¿cómo lo vive y lo valora?

A mí lo que me ha molestado muchísimo es que se equipare a los CDR (Comités de Defensa de la República) con terrorismo. El terrorismo es una cosa mucho más seria. Estamos banalizando el sufrimiento de mucha gente. La sociedad catalana no es violenta, y con esto no quiero decir que los vascos lo sean, pero Catalunya no está acostumbrada a dirimir sus conflictos polític os con violencia. La Policía estuvo absolutamente desafortunada aquel día, pero la gran virtud de esta sociedad es que que la gente no contestó. Quiero pensar que los policías quedaron desubicados porque no entendían que la gente no respondiera. No sé, es que yo nunca, nunca he entendido la violencia. Vuelvo a lo de los CDR: ¡es que el grupo de watshapp echaba humo con esa noticia! Ahí estamos gente que piensa distinto, pero todos coincidíamos en que llamar terrorismo a eso no se puede permitir.

Miremos al futuro. ¿Es optimista sobre la resolución del conflicto vasco y del catalán? ¿Cree que la tendencia es esa?

Soy optimista siempre y también en esto. Creo que los vamos a resolver, aunque no sé cómo, por eso no soy política. Lo que veo de momento en Euskal Herria es que vivís mejor, sin agresividad, sin que uno te mire con odio y otro no te salude... Hay que vivir.