Raimundo Fitero
DE REOJO

Mudanzas

Causa estupor ver a un muchacho valenciano que pesa trescientos ochenta y cinco kilos ser transportado desde el hospital que le daba el alta de manera incongruente a su residencia en un camión de mudanzas. Deben ser las imágenes más patéticas de las últimas semanas. Iba en una cama medicalizada, pero se dieron cuenta que no podía entrar en su domicilio habitual y fue devuelto, en el mismo transporte, al hospital de gestión privada que se quería sacar el problema de encima de una manera que pienso roza el código penal. 

Hay varios programas televisivos, yo acudo muchos días a uno en un canal de mi plataforma de pago en donde se nos ofrece el camino de ciudadanos norteamericanos que han llegado a ese peso mórbido y emprenden con muchos esfuerzos una rehabilitación en sus costumbres, una pérdida de peso que acostumbra a empezar por una cirugía que en muchas ocasiones se nos muestra en el reportaje. Es un producto televisivo, de acuerdo, pero lo veo porque todavía me cuesta entender cómo es posible dejarse llevar de tal manera hasta alcanzar esas situaciones en donde queda claro que ese cuerpo creciente acaba con la vida de un ser humano que se siente disminuido. 

Queda claro que todo parte de una ingesta excesiva de alimentos no saludables, que hay un impulso para comer y comer casi como un acto de agresión física y mental, que hay un resorte sicológico para entrar en esa alarmante condición. En esos programas se vende una solución privada, pero en ningún caso, hemos visto a nadie ser transportado en un camión de mudanzas cerrado. Varias alternativas de movilidad, todas mucho más humanitarias. La obesidad mórbida crece. Es una pandemia no atendida de la manera adecuada, por eso Teo, el muchacho valenciano, se encontró que no había siquiera cama para aguantar su peso.