Oihane LARRETXEA

TERE, ITZIAR, DELIA Y BITTORI, ESPIONAJE CON NOMBRE DE MUJER

La bilbaina Tere Verdes, las donostiarras Delia Lauroba e Itziar Mugika, y la elizondotarra Bittori Etxeberria fueron la base de la Red Álava para el espionaje y el tráfico de información entre 1937 y 1940. Su historia, sigilosa pero que supera la mejor de las películas, es recuperada ahora con una exposición itinerante y un documental de Baleuko.

Nadie podría sospechar de ellas, por eso resultó tan eficaz la red de espionaje y correspondencia entre las cárceles y el exilio que entre los años 1937 y 1940 sostuvieron y alimentaron Tere Verdes, Bittori Etxeberria, Itziar Mugika y Delia Lauroba. Cuatro mujeres discretas, tres de ellas militantes nacionalistas y, por supuesto, católicas practicantes. Sigilosas y con una cautela extrema, casi asusta la valentía que corría por sus venas. Recién comenzada la Guerra del 36 y en los primeros años del franquismo. La muerte, la represión, los mayores horrores. Aquello era más que jugar con fuego. En caso de ser descubiertas, aquello se pagaba con la vida.

La red fue bautizada como Red Álava por el apellido de su máximo dirigente, Luis Álava Sautu (Murgia, 1890), ejecutado en un paredón el 6 de mayo de 1943, y el papel de estas mujeres vascas fue crucial. Una exposición itinerante que ha recalado en la Casa de Cultura de Aiete de Donostia hasta el próximo 26 de setiembre narra esta apasionante y desconocida historia cuyos nombres se escriben en femenino.

La semilla de la red fecunda en 1937, poco después de la toma de Bizkaia por parte de los franquistas y la rendición del ejército vasco en la vecina Santoña, explica el doctor en Historia Contemporánea y comisario de la muestra Josu Chueca. Es allí donde 25.000 gudaris y milicianos «quedan atrapados» y «miles son fusilados sin juicio». Todo nace de la solidaridad, de la necesidad de ayudar a los gudaris presos llevándoles comida, ropa y medicamentos. «Con el Gobierno Vasco ya en el exilio, y otra parte presa en la cárcel, la situación es de una incomunicación total. Desapareció la estructura operativa», explica en la charla impartida con motivo de la muestra.

Y de ayudar a cubrir las necesidades más básicas que había en las celdas, pasan a intercambiar información valiosísima. De dentro hacia fuera y viceversa. También ayudan a decenas y decenas de personas en su huida hacia el Estado francés por la muga de Nafarroa. Y en este manojo de operaciones, Baztan resulta el lugar estratégico. París será el destino de todas las informaciones y documentación.

José María Lasarte, abogado y político del PNV, llama a acudir a Baiona a Bittori Etxeberria, una mujer muy conocida en Elizondo y cuyo nombre de guerra era Pepita Etxano. Euskaltzale convencida, fue secretaria del partido jeltzale y presidenta de Emakume Abertzale Batza. A ella le encargan ir a Santander. Por todos los medios tiene que tratar de hacerse con el documento original del llamado Pacto de Santoña y hacerlo llegar a París, donde los dirigentes del PNV aguardan noticias. Desconocían los términos del tratado y necesitaban saberlo.

En esas gestiones contacta Bittori con Itziar Mugika, donostiarra y soltera… pero con uno de sus hermanos en la cárcel de Santoña; la excusa perfecta para lograr entrar para una visita. Participó en la red bajo el seudónimo de Shalus Lasalde. Ella hace el contacto con Delia Lauroba, conocida en la red como María Elortegi, también donostiarra. Su acceso a la cárcel cántabra era fácil de excusar porque allí tenía preso a su marido, Joxe Azurmendi. Su ejecución, algo después, no la detuvo en sus deseos de ayudar al resto; más bien todo lo contrario.

La bilbaina Tere Verdes, bautizada como Timotea Ariz en las operaciones, entra en escena ante la necesidad de la red de contactar con los presos recluidos en la prisión de Larrinaga, en la capital vizcaina. Ya estaba «el cuarteto de la cuatro vascas», como las llegaron a llamar, en marcha.

Falsificando documentación

En un fantástico documental realizado por la productora Baleuko, que lleva por título “Red Álava”, se recogen las voces de tres de sus protagonistas, para entonces Tere Verdes había fallecido enferma. Se han recuperado fragmentos de las entrevistas que, en 1978, les realizó el periodista Eugenio Ibarzabal. «Tenemos la satisfacción de haber servido a Euskadi y cumplido plenamente con nuestras conciencias», reconocía la propia Bittori en una de estas grabaciones.

No les temblaba el pulso, pese a que las operaciones eran cada vez más complejas y las informaciones más comprometidas. El documento del Pacto de Santoña lo sacó Delia y viajó luego en el «kolko» de Bittori, en su pecho, protegido entre la ropa y su piel. Sabiendo que se lo jugaba todo. Llegó a París, a la sede que entonces en Gobierno Vasco tenía en el número 11 de la Avenue Marceau (en la actualidad, por cierto, sede del Instituto Cervantes). «Nunca olvidaré las caras de quienes lo leyeron», reconocería años después la propia Etxeberria en la citada entrevista. El documental está repleto de anécdotas, pasajes y detalles. De vivencias en primera persona que emocionan y logran transmitir el peligro y las emociones que pasaron. Tienen un papel importante también sus familiares, a quienes en su día contaron parte de lo que fueron… e hicieron.

Una cestería de Azpeitia fabricó una especial con doble fondo: ahí meterían, con mayor disimulo, el correo, cada vez más comprometido. La red, que contaría con unas 25-30 personas, intensificó las tareas, y logró paralizar ejecuciones al lograr falsificar documentación y cambiar algunas penas de muerte gracias a la colaboración de personal que trabaja en las cárceles. La información sobre juicios, traslados, fusilamientos, así como torturas y condenas era ya diaria. Se estima que llegaron a transportar hasta 1.200 documentos. Una fotografía con unos 200 sacerdotes presos tomada en un patio carcelario llegó a publicarse en medios de Europa. Aquello supuso un escándalo difícil de explicar.

«Las cárceles franquistas no solo eran reclutamiento, eran, en muchas ocasiones, la antesala de la muerte». Las ejecuciones en el paredón del cementerio de Derio eran más que habituales. El historiador advierte de la importancia de que Europa conociera lo que estaba ocurriendo en suelo español. «Los miembros de la red hicieron un trabajo asombroso. En aquella época, y con aquellos medios, «¡hubo correos que llegaron a su destino en 15 horas!», exclama, desde Burgos a Baiona, pasando por Elizondo.

La gestapo y 19 penas de muerte

El comienzo de la Segunda Guerra Mundial marca el inicio del fin de la Red. Los nazis invaden París y entran con todo en la sede del Gobierno Vasco, que ya había tomado posiciones en favor de los aliados. «Es junio del 40, y la Gestapo se incauta de mucha información en el número 11 de la Avenue Marceau. Por supuesto, entre la documentación se halla toda la información relativa a la Red Álava», narra.

En diciembre de ese año comienzan las detenciones, de modo que en enero de 1941 la Red queda ya totalmente deshecha. Tenían en sus manos la lista con los nombres y apellidos de las personas que la integraban, y aunque no correspondieran a sus identidades reales, atando cabos acabaron identificando a la mayoría.

«A los detenidos se los llevan primero a la prisión de Ondarreta, en Donostia, y desde allí a Madrid. A los hombres los trasladan a la ubicada en la calle Porlier; a ellas a la de las Ventas».

El juicio contra 21 personas comienza en julio de 1941, con un tribunal militar al frente, claro. Acusados de adherirse a la rebelión y de espionaje, la contundente sentencia llega solo un día después, el 4 de julio de ese año: 19 condenas a muerte y una absolución. Ramón Revuelta apela con éxito la resolución y, un año más tarde, tras el segundo juicio, mandan ejecutar a una sola persona: Luis Álava, que muere al filo del amanecer con un rosario en la mano. Era el 6 de mayo de 1943.

El resto fue quedando en libertad a partir del 45, según explica Chueca; ellas regresan a Euskal Herria en 1947.

La desclasificación de informes y otros documentos que callan en archivos oficiales del Estado español hace ahora dos años ha permitido ahondar en la historia y recabar más detalles y verdades que han estado secuestradas. Entre ellas, el nombre de cuatro mujeres valientes que no pestañearon para «jugárselo al todo o nada».