Alberto PRADILLA Ciudad de México
CARAVANA DE MIGRANTES CENTROAMERICANOS A EEUU

TIJUANA: AL OTRO LADO DEL MURO SE ENCUENTRA ESTADOS UNIDOS

CIENTOS DE HONDUREñOS, GUATEMALTECOS Y SALVADOREñOS LLEGAN A TIJUANA, CIUDAD FRONTERIZA CON EEUU. HAN CUMPLIDO CON BUENA PARTE DE SU TRAYECTO. AHORA QUEDA LO MÁS DIFÍCIL: LOGRAR CRUZAR. ES PREVISIBLE QUE MUCHOS SE QUEDEN ATASCADOS EN ESTA LOCALIDAD, COMO YA LO HICIERAN MILES DE HAITIANOS EN 2016.

El éxodo centroamericano ha alcanzado su punto crítico: Tijuana. Desde hace tres días, grupos de hondureños, salvadoreños y guatemaltecos llegan a la localidad fronteriza con Estados Unidos. Lo han logrado. Han conseguido su primer objetivo, que era alcanzar el vecino del norte. Pero ahora queda lo más difícil. Sortear policías, militares, patrulleros y un sistema diseñado para expulsar a gente como ellos. El presidente Donald Trump llegó a la Casa Blanca explotando el discurso xenófobo y la frase «díganle a Trump que nos permita entrar» ha sido una constante durante toda la caravana. Como si fuese tan fácil.

Consciente de todas estas complicaciones está Eyer Mauricio Arana Mancia, de 34 años, originario de San Pedro Sula, en Honduras. Viene acompañado de su hijo Ezequiel, de 5. Huyen, dice, porque las pandillas (no detalla cuál) le extorsionaban. Quiere cruzar por el puente comercial, no por el de peatones. Se pregunta si la Policía mexicana le detendrá antes que la estadounidense. Pues claro. Claro que le detendrá. Está ahí para eso, para detenerle y no permitir que llegue al otro lado. Él tiene un plan, asegura, pero no está tan claro que funcione.

«Yo no puedo volver a mi país, a mí me matan», dice Arana Mancia. Esta es otra frase recurrente. Pero las autoridades norteamericanas no se conmueven por las amenazas que esta larga marcha de los marginados tenga en sus países de origen. Aquí se produce el choque entre el deseo y la realidad. Los caminantes rechazaron la opción de pedir asilo en México. Obvio, porque querían encerrarlos en Oaxaca y Chiapas, los dos estados más pobres del país.

Ahora, en el norte industrial, la cosa cambia. Tijuana es un cuello de botella. Los centroamericanos que ahora piden turno para exponer su caso en Estados Unidos tienen por delante a 2.000 mexicanos que piden refugio por la violencia en Michoacán y Guerrero, castigados por la violencia del narcotráfico. Después, será el turno de guatemaltecos, hondureños y salvadoreños.

El proceso es el siguiente: primero se hace una entrevista en la que se valora si la historia, como la de Arana Mancia, es creíble o no. Si se acepta, el solicitante pasa a un centro de detención hasta que un juez determine su caso. Las familias son separadas. Eso es lo que le ocurre a los que tienen suerte. Los que no logran pasar esta primera charla son deportados sin la posibilidad de que los entreviste un magistrado.

Va a ser decepcionante

Desde Ciudad de México han aparecido abogados norteamericanos y mexicanos que explican el proceso de pedir asilo en el norte. Pero no llegan a todo. Además, los afectados no siempre quieren escuchar. Muchos se refugian en la fe, en el esfuerzo, en lo que se dejaron por el camino, y creen que Trump se ablandará y les permitirá entrar. Va a ser decepcionante Tijuana.

Algunos ya se han resignado y preparan planes alternativos. Como Kevin, de Tegucigalpa, que viene con su mujer y su hijo de 3 años. Dice que primero va a dejar que los más adelantados prueben suerte, que él no quiere que les separen y que lo más probable es que busque empleo en el mismo Tijuana. Así ocurrió, hace dos años, con miles de haitianos que llegaron a la frontera de Estados Unidos y terminaron por fundar Little Haití.

Otros, los que saben que lo del asilo no va con ellos, ya han contratado los servicios de un coyote, un tipo que conoce la ruta y que les cruza de forma irregular. Se paga entre 4.000 y 10.000 dólares. El coyote permite tres intentos. Si te agarra Migración en tres ocasiones y eres tres veces deportado, te quedas sin «sueño americano» y con una terrible deuda, generalmente ante un pariente que sí que logró cruzar.

La caravana está completamente dividida desde hace varios días. Al salir de Guadalajara, dio un acelerón que le ha llevado hasta Tijuana. Fue involuntario, más producto del rechazo de los estados que los migrantes tenían que atravesar. Jalisco prestó autobuses y los llevó al exterior de su capital, Guadalajara. Nayarit, que hace tres semanas sufrió un huracán, dijo que no les permitiría entrar, pero habilitó transporte hasta Sinaloa. En Sinaloa, un sacerdote aseguró haber organizado autobuses para llevar a todos los migrantes hasta Sonora.

Y ahí, a pesar de que el Gobierno federal niega haber colaborado con esta conexión de más de 2.000 kilómetros, aparecieron nuevos autobuses que trasladan a los centroamericanos entre Tijuana y Mexicali. Gran paradoja: los que menos querían recibir a los migrantes son los que más les han ayudado a cumplir su objetivo.

La llegada a Tijuana no estuvo exenta de tensiones. Hay grupos que rechazan la presencia de los centroamericanos, se han producido roces y el domingo está prevista una marcha xenófoba contra la caravana. Es extraño que esto se produzca cuando Tijuana es un territorio fronterizo, acostumbrado a convivir con la migración. Muchos mexicanos también marcharon a Estados Unidos. La ley del más fuerte tiene estas cosas.

Es previsible que Tijuana se convierta en el cuello de botella diseñado para hacer desistir a la larga marcha centroamericana.