Mikel Zubimendi
TSAFENDAS, EL HOMBRE QUE MATÓ AL ARQUITECTO DEL APARTHEID

EL MAGNICIDIO DE SUDÁFRICA NO FUE OBRA DE UN LOCO

Tras 52 años de encubrimiento para eludir la responsabilidad del Estado en la muerte del cerebro del apartheid y presentar al autor como un enfermo mental sin motivación política, una investigación ha desmontado esa mentira. Dimitri Tsafendas era un activista que cumplió con «su deber» y tuvo la «conciencia limpia».

Dimitri Tsafendas es posiblemente el hombre que más cambió el curso de la historia de la Sudáfrica de la posguerra. Y sin embargo, si se busca en los índices de los libros sudafricanos la «T» resulta casi imposible encontrar a «Tsafendas, Dimitri». Su nombre fue virtualmente borrado de la historia del país. Solo se le presenta como una persona demente, que oía voces internas y veía sombras amenazantes, cuyas acciones fueron dictadas por un parásito intestinal gigante que vivía en su interior.

El mundo, incluida África, creyó la mentira racista al considerar a Tsafendas como un simple lunático, totalmente apolítico, que apuñaló mortalmente al primer ministro y arquitecto del apartheid, Hendrik Verwoerd, el 6 de setiembre de 1966. El encubrimiento de la verdad por parte de las autoridades sudafricanas del apartheid llegó a niveles desesperados. Todo valió para ocultar las profundas motivaciones políticas que llevaron a Tsafendas a matar a Verwoerd.

Convertida la mentira de Estado en mitología del apartheid, esta duró 52 años. «El gusano le empujó a hacerlo» se convirtió en un refrán repetido en todos los rincones, desde las escuelas hasta los pozos de agua. El relato oficial decretó que Tsafendas fue un esquizofrénico que creía estar poseído por una tenia –gusano parasitario que se transmite a través del cerdo– que vivía en sus intestinos y controlaba sus acciones. Fue declarado no apto para ser juzgado y pasó a la historia como un loco, un ujier parlamentario que no estaba en sus cabales.

En este caso tampoco el conocimiento de la verdad evitó el tráfico de la mentira. Sabían desde el principio que Tsafendas no estaba loco, que estaba totalmente sano y era consciente, que mató a Verwoerd por razones políticas, empujado por un sentido de justicia social, por profundas convicciones antiimperialistas y antifascistas.

Desmontar la mentira histórica

Harris Dousemetzis, profesor de la Universidad de Durham (Inglaterra), tras haber investigado durante casi 10 años la historia de Tsafendas, ha revelado recientemente esa verdad. O mejor dicho, ha desmontado una de las mayores mentiras históricas de las autoridades sudafricanas. En su exhaustivo trabajo que ha tomado la forma de un libro, ofrece por primera vez una biografía completa de este hombre extraordinario. Y demuestra que Tsafendas fue una persona politizada desde muy joven, detenida en numerosas ocasiones por su activismo político. En Mozambique, país que le vio nacer, la Policía secreta portuguesa ya lo tenía fichado para los 20 años.

Dousemetzis ha conseguido, a la vista de sus averiguaciones, que la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Sudáfrica reexamine el «caso de Tsafendas», que prestigiosos abogados y activistas de derechos humanos hayan hecho un llamamiento a rehabilitar su nombre en los currículos escolares y en otras instituciones. Un portavoz del Ministerio de Justicia ha declarado estos días que estudian la petición y que pronto tomarán una decisión al respecto.

Se trata, por tanto, de una relectura crítica del pasado reciente de un país que mantuvo a Tsafendas hasta el último día de sus 33 años de cautiverio como un enfermo mental. Hablamos del autor de un magnicidio, un tiranicidio, que sacudió al mundo y especialmente a África. De la persona que mató al arquitecto del apartheid. No mató a cualquiera, sino a la persona más culpable del sistema de segregación racial que pudo matar, creyendo que así mataría al propio sistema. Verwoerd, exdirector del periódico supremacista afrikáner “Die Transvaler”, puso en pie el corpus legislativo de la segregación. Separó en distintos territorios a la población blanca frente a los mestizos, asiáticos y negros. Creó las reservas para negros conocidas como los Bantustanes. Su política racial produjo grandes derramamientos de sangre, como el de Shaperville en marzo de 1960, que generó una oleada de protestas en todo el mundo, incluida la condena de la ONU.

La primera opción de Tsafendas consistía en secuestrarlo para pedir un intercambio por presos políticos, pero le fue imposible hacerlo solo. En la sesión parlamentaria del 6 de setiembre de 1966, recién sentado en su escaño Verwoerd tras haber saludado a sus correligionarios, Tsafendas se le acercó con dos cuchillos escondidos bajo su uniforme de ordenanza y le asestó cuatro certeras puñaladas en el pulmón y el corazón. Había mojado los filos en una solución anticorrosiva, pensando que así envenenaría la sangre de Verwoerd y le causaría un mayor daño. Trasladado de urgencia al hospital, allí solo pudieron certificar su muerte.

Errante con causa

Hijo de un marino griego anarquista y de una empleada de hogar mestiza, de la que no supo que era su madre hasta su juventud, Dimitri Tsafendas creció creyendo que era hijo de la mujer con la que su padre se casó tras su nacimiento. Su padre, medio en bromas, le advirtió que podía ser cualquier cosa en la vida menos fascista y monárquico, que podía tener la profesión que quisiera, menos la de soldado profesional o policía. De lo contrario, le dijo que renegaría de él.

Vivió en Maputo, entonces llamada Lourenço Marques. Enfrentarse a los dictados del yugo colonial portugués y a las manifestaciones visibles de su poder siempre dominó su pensamiento. Soñó con dinamitar las oficinas centrales del poder colonial, se alineó con los rebeldes mozambiqueños y ya mostraba su intención de liberar la Sudáfrica dominada por los colonos blancos. Practicando con explosivos tuvo un accidente en casa en el que casi hizo volar a toda su familia. Tras ese suceso, la relación con su madrastra se convirtió en insoportable.

Carismático, aunque enigmático, metódico, frío y nada irracional, Tsafendas peregrinó por el mundo tras la ruptura con su madrastra y tener prohibida la entrada en Mozambique por ser simpatizante de la independencia y en Sudáfrica por ser un rojo empedernido de raza mixta. Lector voraz, con una inteligencia superior que le llevó a hablar ocho idiomas, entre ellos el checo, el turco, el italiano y el dialecto bávaro, pasó de EEUU a Alemania y de Turquía a Portugal. En el camino se enroló en la marina mercante y en el ejército antifascista griego y participó en manifestaciones contra el apartheid, vestido con túnica y capirote del Ku Klux Klan y levantando un cartel en el que se leía «Dr. Verwoerd».

Durante este peregrinaje aprendió a usar el truco de la tenia, a fingir ser un enfermo mental para conseguir comida y alojamiento en sitios como Hamburgo y Londres y, sobre todo, le sirvió como excusa para librarse del servicio militar obligatorio portugués.

En 1963, Portugal amnistió a Tsafendas y le permitió volver a Mozambique. Allí sobornó a un agente de aduanas y pudo entrar en Sudáfrica. La suerte se puso de su parte una mañana que daba de comer a las gaviotas cuando un hombre, que resultó ser un ujier del Parlamento fuera de servicio, se sentó a su lado. Entonces decidió que ese trabajo le daría un acceso directo a Verwoerd. No tardó mucho tiempo en realizar la solicitud y en presentarse a la entrevista con traje nuevo y afeitado. Para cuando consiguió el trabajo ya planeaba meticulosamente la muerte del primer ministro.

Sin honores de la nueva Sudáfrica

Tras el magnicidio, pasó 33 años preso, 29 de ellos en el corredor de la muerte, en una celda contigua a donde se realizaban los ahorcamientos que escuchaba rutinariamente. No lo pudieron ejecutar para mantener la narrativa del «loco apolítico», pero se resarcieron manteniéndolo en un infierno, convirtiéndolo en un «juguete para sádicos».

Su juicio, presentado como el juicio del siglo, se celebró 40 días después del magnicidio. Fue rápido y fulminante. En solo tres días, el juez dictaminó que Tsafendas «estaba loco y no era apto para ser juzgado» y declaró que «no puedo juzgar a una persona que no tiene los ingredientes de una mente racional, de la misma manera que no puedo juzgar a un perro».

Nunca habló de la tenia ante la Policía. La narrativa de la locura y el gusano parasitario le libró de la ejecución. Pero también permitió al Estado del apartheid presentarlo como un «lunático apolítico», eludir sus responsabilidades y mantener que su proyecto seguía siendo un proyecto de Dios, incluso aunque uno de sus «hijos elegidos» hubiera sido matado a puñaladas.

Dimitri Tsafendas murió de neumonía a los 81 años. Solo diez personas, mayoritariamente de la comunidad ortodoxa griega, acudieron a su discreto funeral. Nadie del Congreso Nacional Africano se dignó en asistir, aunque Tsafendas dio un golpe, si no mortal, sí muy significativo al apartheid.

Nunca recibió honores de la nueva y democrática Sudáfrica. Durante su cautiverio, siempre repitió: «Hice mi deber, lo correcto, mi conciencia está limpia». Dimitri Tsafendas, héroe y mártir de la causa de la libertad del pueblo sudafricano.