Dabid LAZKANOITURBURU
40 AñOS DE REFORMA Y APERTURA EN CHINA

Xi Jinping imprime «sus características chinas» al socialismo de mercado

En 1978, Deng Xiaoping inició un proceso de reforma que ha convertido a China en la –otra– gran potencia. 40 años después, Xi Jinping promete mantener el rumbo pero sin que nadie, al interior y al exterior del país, discuta su liderazgo, cada vez más carismático.

El todopoderoso presidente chino, Xi Jinping, reafirmó que el «Imperio del Centro» seguirá con la línea de reforma y apertura iniciada hace 40 años y que ha aupado al país al rango de segunda potencia mundial, pero advirtió de que «cambiaremos con determinación lo que puede ser reformado pero no cambiaremos, con igual determinación, lo que no puede serlo».

Xi reivindicó que el boom económico de estas últimas cuatro décadas justifica la opción de un «socialismo con características chinas» y reiteró que «la pobreza no es socialismo» China «ha dicho adiós a los problemas que asolaron a su gente durante miles de años, incluidos el hambre, la escasez y la pobreza».

Eso sí, Xi advirtió de que «nadie va a dictar al pueblo chino lo que debe o no debe hacer» y reafirmó la supremacía del Partido Comunista Chino en la dirección del proceso.

Su flamante discurso, que duró una hora y media en el Gran Palacio del Congreso, certificó el férreo liderazgo de Xi, que no pocos comparan con un intento de emular a Mao Zedong, padre de la moderna patria china y »Gran Timonel» de la revolución que lleva su nombre, que triunfó hará 70 años en 2019.

El culto creciente al liderazgo de Xi ha tenido en este aniversario su reverso en el papel totalmente secundario reservado a la figura de Deng Xiaoping, el «Pequeño Timonel» y artífice de las reformas, en la gran exposición conmemorativa en el Museo Nacional de Historia de Pekín.

Amparándose en la milenaria sabiduría popular china y su famoso aserto «gato blanco, gato negro, lo importante es que cace ratones», Deng dio inicio en 1978 al «Gaige Kaifang», o Reforma y Apertura. Rehabilitado en plena resaca tras los estragos de la Revolución Cultural, y abortado el intento de sectores conservadores (La Banda de los Cuatro) de resucitar el maoísmo tras la muerte de Mao, Deng supo anticiparse inteligentemente al que años después, mediados los ochenta, sería el a la postre fracasado proceso de Glasnost y Perestroika (Transparencia y Apertura) de la URSS liderado por Gorbachov y que finalmente no evitó, y posiblemente aceleró, el colapso del «socialismo real» bajo la égida soviética.

La reforma y reapertura ha supuesto un desarrollo sin precedentes (ver columna de cifras) en China. En el reverso, ha supuesto nuevos desafíos como el de la contaminación y la creciente desigualdad en un país que reivindica el igualitarismo como uno de sus axiomas ideológicos oficiales. En fin, el proceso ha aflorado contradicciones que quedan en evidencia incluso a la hora de ponerle nombre.

Socialismo o capitalismo

El régimen, en su sentido ontológico y no a priori peyorativo, prefiere hablar de «socialismo con características chinas» al más paradójico de «socialismo de mercado».

Pero no solo es una cuestión terminológica. Las empresas públicas, herederas de la era maoísta (1949-1976) siguen controlando importantes sectores de la economía del país, incluidos los estratégicos.

Pero más allá del debate académico sobre la naturaleza socioeconómica de la China actual (socialismo regulado por el mercado o capitalismo dirigido por el Partido Comunista), convendría destacar la flexibilidad (no importa el color del gato) como la impronta que marca su reciente evolución. Al propio Xi no le faltaba la razón al aducir que «no hay un libro de texto con reglas de oro para guiar la reforma y el desarrollo de China, un país –recordó– de más de 5.000 años de historia y más de 1.400 millones de habitantes».

Sin embargo, la flexibilidad se convierte en parodia cuando entre el centenar largo de premiados ayer por Xi en agradecimiento a su contribución al progreso del país en estas décadas están varios de los más de 600 multimillonarios chinos y el fundador del Foro de Davos, símbolo e icono del capitalismo mundial más voraz.

Todo ello en un contexto no menos paradójico de irrupción de sectores juveniles adoctrinados formalmente en el socialismo dogmático y en el marxismo leninismo y que están promoviendo desde las universidades intentos de fundar sindicatos de clase más allá del vertical y oficial de la Federación de Sindicatos de China.

No parecen muchos y su apuesta ética y estética por la austeridad frente al consumismo desenfrenado y otros males de la China moderna les aisla de momento de buena parte de la población pero la reciente desaparición de varios de sus portavoces (presumiblemente detenidos por la Policía) por fomentar protestas y huelgas evidencia que Pekín se toma en serio el incipiente «problema».

La caída en desgracia en 2012 del altísimo dirigente y neomaoísta confeso Bo Xilai (purga cadena perpetua desde que Xi llegó a la cúspide del poder), ya confirmó que Pekín no está dispuesta a tolerar disidencia alguna, menos aún maoísta.

Xi Jinping, quien desde 2013 ha acaparado todo el poder acabando con la presidencia colegiada y aspirando a perpetuarse abonando el culto a su personalidad, ha terminado por desmantelar el tímido legado político aperturista de Deng. Tímido porque la represión de las protestas estudiantiles prodemocráticas de Tiananmen de 1989 –hay divergencias sobre el balances de víctimas según las fuentes– ya habían mostrado los límites políticos de su reforma, iniciada diez años antes.

Todo apunta a que Pekín mantendrá, con altibajos, la flexibilidad económica que ha caracterizado a China en los últimos decenios. Pero que, de la mano de Xi, profundizará en el control político autoritario de las crecientes contradicciones que, en el ámbito tanto interno como internacional, genera esa reforma y apertura.

Parafraseando a Deng, el lema de la China de Xi sería no solo cazar ratones sino evitar a toda costa que estos se desmadren,.

 

Cónclave del PCCh en plena guerra comercial de Trump

Los líderes chinos dieron comienzo ayer a la Conferencia Central de Trabajo Económico de China, encuentro anual al que asisten destacados miembros del Partido Comunista (PCCh) y altos funcionarios para analizar la coyuntura económica, marcada este año por la guerra comercial con EEUU o la desaceleración. En cuanto a los objetivos de crecimiento, parece bastante probable que el Ejecutivo rebaje de nuevo sus previsiones –el de 2018 es del 6,5 %– hasta una cifra en torno al 6 % para 2019.

En este sentido, se espera que la Conferencia se enfrente a los problemas económicos internacionales con medidas para estabilizar el crecimiento y prevenir los riesgos, con una profundización de las reformas estructurales.

El PCCh busca apuntalar el desempeño económico, dañado por el conflicto comercial con Washington, manteniendo el desarrollo de la economía doméstica y el consumo interno como gran prioridad ya desde los últimos años.

Este tipo de reuniones se celebran habitualmente a puerta cerrada durante dos días y el secretismo es total.GARA

EN CIFRAS

 

x 41

El PIB se ha multiplicado por 41, pasando de 305.000 millones de dólares en 1980 a 12.725.000 millones en 2017. Con tasas de crecimiento medio del 10%

740

millones de chinos han salido de la indigencia.

622

multimillonarios en el mundo son chinos, por encima incluso de EEUU.

x 90

El consumo de productos se ha multiplicado por 90, pasando de un volumen de 49.000 millones de dólares en 1980 a 4.412.000 millones en 2016.

1%-50%

En 1980. el 1% de los más ricos tenían el 6,4% de la riqueza. Hoy controlan el 13,9%. El 50% más pobre tenía hace 40 años el 26,7% de la riqueza. Hoy solo el 14,8%.