Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «El regreso de Mary Poppins»

La niñera mágica y el farolero bailón

Desde que Rob Marshall hizo su ópera prima “Chicago” (2002) no había vuelto a realizar ningún otro musical tan bueno como “Mary Poppins Returns”. En aquel entonces fue recibido como el nuevo Bob Fosse, pero la comparación le vino grande y ya no volvió a dar con coreografías tan brillantes. Hasta ahora, porque los números de baile que presenta su último trabajo son antológicos, sobresaliendo el de los faroleros, que saltan y ejecutan acrobacias imposibles con sus escaleras y bicicletas. La espectacularidad es tal que ya se traduce en una de las cuatro nominaciones para los Globos de Oro, la de mejor música original para la partitura de Marc Shaiman y los textos de las canciones de Scott Wittman. Seguramente repetirá en los Óscar, así como en los premios Annie, a los que opta merecidamente en cinco categorías. Quienes sí se merecen estatuillas especiales son Dick Van Dyke, que a sus 93 años se marca un zapateado de claqué sobre un escritorio, y Angela Lansbury, que canta como los ángeles en la versión en inglés con la misma edad que su compañero de reparto.

Falta la octogenaria Julie Andrews, que renunció a participar en esta tan tardía continuación para no hacer sombra a la estelar Emily Blunt, reconociendo públicamente en un gesto que le honra que la nueva Mary Poppins es mucho más que una simple sustituta. En efecto, el personaje creado por la australiana P.L. Travers revive en su segunda aparición cinematográfica con toda su magia, que al fin y al cabo es la magia de Disney que nunca se extingue.

El mayor reto al que se enfrentaba la compañía del tío Walt era conservar el encanto de los efectos ópticos de la película de 1964, a sabiendas de la dificultad que entraña combinar animación e imagen real. Secuencias como la de la inmersión en la sopera o la del vuelo con los globos de la feria de primavera maravillan con su avanzada fantasía digital.