Iñaki ZARATIEGI
IRUÑEA
Entrevue
VALENTÍN LADRERO
PERIODISTA Y ENSAYISTA

«La canción abre conciencias, provoca sentimiento comunitario, fortalece el combate»

«Músicas contra el poder» es el título de un amplio ensayo sobre la relación entre la canción popular y la política en el siglo XX, escrito por el especialista madrileño Valentín Ladrero. El autor debatió sobre el tema en Iruñea y propone un profundo buceo en el complejo equilibrio entre la rebeldía innata de las canciones sociales y sus estéticas y la capacidad del sistema para reapropiársela.

Iba para periodista o sociólogo y la música se cruzó en su vida. Valentín Ladrero Pardo (Madrid, 1963) trabajó quince años en la industria discográfica y acabó «sintiendo cierto cansancio porque la mayoría de las veces se hablaba de todo menos de música» y, sin dejar ese mundo, cambió de espacio para escribir y hacer radio. Ha participado en varios libros  [“Hasta el final. 20 años de Punk en España” (2001), “Desde el otro lado” (2006), y “¿Ahora qué? Impactos y resistencia social contra la embestida ultra liberal” (2012)] y publicó en 2016 su extenso ensayo “Músicas contra el poder. Canción popular y política en el siglo XX” (editorial La oveja roja). Va por la tercera edición y este mes lo ha debatido en el espacio Katakrak de Iruñea, en la tercera edición de las jornadas Atlantiko Beltza.

Existen innumerables estudios sobre música popular, ¿qué aporta el suyo?

Lo que puede aportar es que refleja una historia de relaciones entre las músicas de distinto pelaje y el poder, durante todo un siglo. Creo que no había un libro que lo hubiera hecho con esa amplitud, contando con tantos escenarios distintos durante todo el siglo XX.

¿Es la música popular el fenómeno cultural occidental de mayor envergadura del siglo XX?

No sería tan categórico. Siempre ha sido un vehículo artístico muy interesante para expresar una forma de ver la vida. El siglo XX creó el cine, arte más complejo, pero la música popular llevaba siglos transportando modos e ideas sobre el mundo. El siglo XX creó protocolos de mercado que hicieron masivo su acceso, factor decisivo para convertirla en fenómeno cultural de envergadura.

¿Todas las canciones son políticas?

Sí y no. Como otros lenguajes artísticos, la música de cualquier estilo contiene elementos que de manera inconsciente acaban siendo políticos aunque no se detecten superficialmente. Fortaleciendo la cultura dominante o desafiándola. El libro habla de las músicas que acabaron siendo contrahegemónicas en relación a los principios acordados por las fuerzas dominantes. Músicas que se construyeron en ecosistemas en conflicto con el poder, la mayor de las veces de forma consciente.

Leadbelly fue el primer autor negro que registró una canción protesta en 1939. ¿El blues fue la primera música de protesta con resonancia universal y el rock, soul o rap su eco posterior?

El contexto histórico del blues es paradigmático: racismo, pobreza, inestabilidad emocional, aislamiento, sentimiento de comunidad… Forjó profundos atributos para ser esa primera música de protesta, si exceptuamos cantos e himnos obreros desde el último cuarto del siglo XIX en torno al comunismo, anarquismo y socialismo que se estaban tejiendo. Una parte del rock, soul o rap ha continuado esa tradición, cada uno en grados distintos.

Hay muchas canciones que han acompañado, y algunas hasta protagonizado, cambios sociales.

La canción no derriba gobiernos ni cambia sistemas. Pero puede abrir conciencias, responder y hacer entendibles las causas del conflicto, provocar sentimiento comunitario, fortalecer el combate. El folk norteamericano lo hizo con los granjeros y mineros, las canciones partisanas animaron a la resistencia, el reggae jamaicano jugó al partidismo en una sociedad dividida, el punk británico visibilizó el enorme enfado de los jóvenes desempleados y el hastío de las políticas de sus gobiernos o el rock vasco tejió redes de compromiso y denuncia. Ejemplos esclarecedores son el papel de la música contra el apartheid o la canción “Grândola, vila morena” en la Revolución de los Claveles en Portugal.

La música sigue teniendo presencia masiva y su sentido está siempre en disputa: al servicio de la industria o de los intereses de la mayoría. ¿Cómo está hoy ese pulso?

Con la red todo ha cambiado, hay demasiada información y todo vale, desde el reggaetón misógino a artistas que confrontan directamente con el poder. El Estado tiene menos control, pero mantiene recursos para someter a los insumisos que no colaboran. La fragmentación en células antisistema es buena noticia, pero lo trágico es que no tienen suficiente empuje para forzar cambios profundos.

En el conflicto venezolano la música ha sido protagonista con festivales en plena frontera. ¿Músicas de un poder contra otro?

Así es, pero no es nada nuevo. La utilización de la música para convocar deseos y medirse con el enemigo político es un ejercicio que legitima la manipulación soñando con que es un arma eficaz por sí sola. Pero faltan argumentos y credibilidad. Es patético ver a un puñado de artistas, forrados de dinero, haciendo arengas políticas.

Luis Pastor cantó «Qué fue de los cantautores». ¿Cuál es hoy la realidad del cantautor?

Siempre los creí necesarios, a pesar del linchamiento mediático y profesional. Como en todos los lados, los hay buenos y malos, tozudos y consentidores. Silvio Rodríguez o Mikel Laboa no son negociables. Pastor tuvo mucho ingenio para escribir esa canción. La palabra es su armamento y eso no ha cambiado para ellos.

¿Cuánto de paja y grano tuvo el punk?

Me interesaron sus comienzos: la rabia contenida, la locuacidad irreverente, la claridad rotunda con sus latigazos de furia. Y sobre todo, las consecuencias que generó, tejiendo redes, fanzines y autogestión. Unas experiencias llenas de valentía y energía política. El resto es paja mediática, onanismo y un catálogo en las revistas de tendencias.

En Londres venden souvenirs de los Clash junto a los de la reina. ¿El poder político-económico se apropia de las músicas y estéticas creadas para combatirlo?

Casi siempre, el rock contracultural fue un ejemplo claro: los publicistas de Madison Avenue lo hicieron suyo. Está ligado a la voracidad del capitalismo, que es capaz de apropiarse de las revoluciones, del deseo y las expectativas de cambio. Pero sigue habiendo fugas más costosas de administrar por los mercaderes de la cultura, aunque hay que bucear profundo para detectarlas.

¿El llamado rock radical vasco fue el más reivindicativo y además eficaz en su praxis?

Fue un ejemplo palmario de eficacia, una parte esencial de la cultura vasca que hay que reivindicar. Su influencia fue inmensa para todos. No hay muchos ejemplos así. Su capacidad para convertirse en un movimiento social de acción y reacción partiendo de la música fue su atributo más original. Y ahí está toda esa documentación (libros, documentales, tesis…) para demostrarlo.

Era en cierta medida una repuesta a la «movida» madrileña. ¿Fue un momento creativo manipulado por el poder?

Eran contextos políticos y sociales diferentes. El RRV se involucró en el conflicto y la movida sirvió de justificación cultural a las expectativas del “felipismo”. El primero produjo una conciencia de clase y de pueblo, cimentando nuevas formas y creando una cultura popular más rica. El segundo se instaló en el escaparate y el discurso de la modernidad, habilitando espacios cómodos para el poder. Pero en ambas escenas hubo predicadores y conversos.

El rap político dominó por un corto tiempo en los años 80-90, principalmente en USA. ¿Sigue siendo un medio concienciado, «la nueva canción protesta»?

Es uno de los mejores termómetros para medir la situación social de las últimas décadas. Es un periódico callejero lleno de intersecciones, de cruces y de talento, capaz de readaptar el lenguaje para narrar lo que está pasando. No es “canción protesta” al uso porque hay latigazos de negatividad, mensajes perversos entre líneas y empoderamientos que crecen en paralelo al capitalismo. Pero sí, hay un rap político, desde los 80, que desde ideas como raza y clase reclama más justicia social.

Ha habido bombazos como el reggae (Marley), punk (The Clash), el pop latinizado (Manu Chao), el rock endurecido (Rise Against The Machine, Negu Gorriak)… ¿Se hace hoy música polítizada con tanta fuerza social?

Sí, pero han vuelto a los márgenes del sistema, a los sumideros donde se cuecen las cosas más interesantes. La fuerza social es mucho menor por su progresiva atomización. El mainstream ofrece de vez en cuando algunas perlas, pero escasas y mediatizadas por el valor del mercado. Músicos como Marley, Manu Chao o The Clash, que tenían un refrendo masivo, son ahora menos posibles. Pero artistas como Calle 13 parece que han logrado situarse en el mainstream a empujones, dando una lección de rebeldía sin dar demasiadas cosas a cambio.

¿Tiene sentido buscarle rebeldía a un género tan reaccionario en general en fondo y forma como el reggaetón-trap?

Siempre tiene sentido. Se trata de bucear y encontrar los elementos que simpaticen con la rebeldía. El reggaetón está emigrando, en algunos casos, a territorios menos reaccionarios, más comprometidos políticamente y eso es una buena noticia en un estilo tan popular. El trap, sin embargo, ha llegado a las revistas de tendencias y eso llenará algunos bolsillos, pero a la larga le costará caro.

Desde la revolución bebop del jazz a los «raves» tecno de los 80 o los sonideros latinos, ¿existe música de resistencia sin mensaje oral?

Por supuesto. El mensaje que brilla en las palabras es un hecho inherente a la tradición de la música popular, pero el tiempo y los profundos cambios estilísticos las han convertido en un hecho circunstancial. Las canciones y los músicos ya no son solo lo que dicen sino lo que hacen, lo que generan políticamente a su alrededor, que a veces es más creíble, más sólido. Se esfuerzan en generar acciones no en anunciar proclamas.

Ha dicho que mujeres como Nina Simone y Violeta Parra han sido parte importante de las razones que le llevaron a escribir el libro. ¿Cuánto de discriminada o protagonista está hoy la mujer en la música popular?

El heteropatriarcado ha hecho mucho daño, también en la música popular. Tras el oropel o la popularidad musical de muchas mujeres hubo historias terribles, discriminación por raza y sexo, violencia y sumisión que algunas han denunciado. La situación ha mejorado, pero no es aceptable en ningún caso. La presencia femenina en los grandes festivales es irrisoria. Hay muchas más de las que conocemos y escuchamos y eso sucede por los protocolos de la industria que provocan invisibilidad frente a los hombres. No hablo de cuotas sino de talento, sensibilidad, oportunidades. Pero algunos de los últimos fenómenos musicales son mujeres. No sé si eso deparara cambios. Ojalá.