Mikel INSAUSTI
CRÍTICA «Mia y el león blanco»

Los animales salvajes no son mascotas infantiles

De sobra conocida es la trayectoría ecologista de Jacques Perrir, quien dejó su brillante carrera como actor para convertirse en productor de películas sobre la defensa de la naturaleza. Y si se ha venido mostrando más proclive al género documental, con “Mia et le lion blanc” (2018) incursiona en la ficción, dentro de la tradición de clásicos inolvidables del cine familiar rodados en África, siendo con el que más conecta con “Nacida libre” (1966). Pero esta realización del documentalista Gilles De Maistre, cuya obra revela una preocupación especial por la niñez y los animales en países no desarrollados, aporta la innovación del empleo de las técnicas de filmación experimentadas por Richard Linklater en “Boyhood” (2014), al grabar a la niña protagonista y su convivencia con el cachorro Thor, rebautizado argumentalmente como Charlie, durante tres años de su vida.

El seguimiento de dicho proceso vital era absolutamente necesario para obtener la deseada convivencia entre la actriz infantil Daniah De Villiers y el león albino, porque al comienzo Mia es una niña de 11 años que finalmente se transforma en una adolescente de 14, mientras que su compañero de juegos crece más rápido y llega a ser un ejemplar adulto potencialmente peligroso.

En el plano didáctico la película quiere advertir sobre la mala educación que se observa en las familias cuyos hijos e hijas juegan con animales salvajes como si fueran mascotas infantiles, porque Mia es una pequeña urbanita a la que le cuesta adaptarse a la vida sudafricana en territorio virgen, y solo parece querer integrarse cuando encuentra la compañía de la cría de león.

La película tiene también su vertiente de denuncia, pues la familia de Mia se ocupa de una granja-reserva, que en teoría se dedica a reproducir especies en peligro de extinción, pero que en muchos casos se prestan a la organización de cacerías.