Irati Jimenez
Escritora
JOPUNTUA

Embriaguez y victoria

No es el alcohol. La mayoría de puritanos permiten su consumo, siempre que se haga con culpabilidad, moderación o ambas cosas. El verdadero enemigo a batir es la embriaguez, ese estado del cuerpo en el que se alteran los sentidos y algo profundo cede en nosotros al torrente de la emoción, esa corriente humana que tantas veces negamos y que tan mal sabemos escuchar.

El temor a la toxicidad narcótica revela, a menudo, un miedo atávico a abrir la puerta de una humanidad que no sabemos gestionar.

Nos han educado para creer que albergamos tantos sentimientos y pensamientos malos o equivocados, que vivimos con el pánico a llevar dentro de nosotros mismos infiernos terribles que se liberarían irremediablemente si algo nos embriagara de verdad.

Porque la embriaguez hace eso. Nos libera para que descendamos hasta el delirio o nos elevemos con él. Su poder es innegable, lo atestiguan todas esas fuerzas policiales que quieren detenerlo y la cantidad de fiscales que buscan destruirlo. Sus apologías son muy escasas, aunque suelen resultar memorables.

Baudelaire, por ejemplo, inauguró la poesía moderna entregándose al experimento artístico con una técnica formidable que acompañó de una entrega intoxicada al proceso de la escritura literaria. Lo mismo ocurre con las grandes revoluciones.

Cuando se estudia la historia resulta evidente que se construyeron y se lideraron por convicción, pero en última instancia necesitaron de esa embriagada borrachera colectiva que sienten los pueblos cuando se convencen de que pueden ser libres.

Estos días, viendo como la vieja Iruñea se entrega a sus abismos alcohólicos, solo puedo pensar que de esta embriaguez nacerán victorias memorables; que están naciendo ya, de hecho, en esta ciudad entregada a sí misma que me hace creer siempre en su mejor posibilidad.