Koldo LANDALUZE
DONOSTIA
Entrevue
KANDIDO URANGA
ACTOR

«Nunca me ha motivado quién dirige, sino qué es lo que quiere contar»

Nacido en Zumaia en 1955, Kandido Uranga es uno de los intérpretes referenciales de la filmografía vasca. Recientemente ha participado en la película de Benito Zambrano «Intemperie». En breve lo veremos en «Hil Kanpaiak», de Imanol Rayo y trabajará a las órdenes de Enrique Urbizu.

Cada vez que me encuentro con Kandido Uranga desconozco si toparé con la fiereza lobuna de su mirada o con esa risa cómplice que a ratos también tiende a inquietar en cuanto estalla en carcajada. Su presencia, cincelada en pura roca, nos descubre a un actor que hubiera hecho carrera en las películas de John Ford y esto lo digo –a título personal y sin riesgo a exagerar– porque, al igual que los personajes de la filmografía fordiana, Kandido Uranga pertenece a esa raza de actores que parecen nacidos de las mismas entrañas de la tierra. Su filmografía es puro testimonio del cine vasco, pero también incluye esa faceta de trotamundos, del actor siempre curioso y dispuesto a jugar en producciones muy alejadas de su trinchera, Zumaia.

 

¿Qué experiencia le ha legado su participación en la película «Intemperie»?

La mayor ilusión fue que me llamara Benito Zambrano y con esto también te quiero decir que no soy alguien que acepte un proyecto dependiendo de quién está detrás de la cámara. Pero, una película del calibre de “Solas” me descubrió a uno de los cineastas más interesantes de aquel momento junto con Juan José Campanella. Es el cine que más me llena. Me sentí muy ilusionado. A ello habría que sumar que yo no me imaginaba a un vasco en una historia como la que plantea Zambrano y eso despertó mi interés y curiosidad. En realidad, no se sabe dónde transcurre porque nunca se dice el lugar, pero sí se supone que se desarrolla en el Sur... Andalucía, Extremadura. Sus personajes son recios, solitarios, parecen tallados bajo un sol abrasador... muy acordes a la tierra que han mamado. Cuando hice las pruebas llevaba varias líneas preparadas de una escena y cuando la terminé Benito me dijo “vamos a hacerla otra vez pero intenta que la ‘S’ suene a ‘Z’”. Yo le dije “vale, de acuerdo” pero no le hice ni caso y repetí el texto como la primera vez. Me mira y me dice, “pero Kandido, lo has vuelto a hacer” y yo le respondí “Ez que me ziento payazo”. Benito empezó a reirse y me dijo que no pasaba nada, que estaba muy bien. Luego te pones a pensar que el protagonista es un actor gallego y te dices “por qué no jugar desde el respeto”. No quería forzar el acento porque sonaba artificial pero ya en el rodaje y conversando con el equipo, ya me solté... “Al poco podía hablá un poco má en andalú” –la última frase la recita tal y como lo hace su personaje, con voz profunda, cavernosa–. Pero tampoco hice un esfuerzo muy especial a la hora de aplicar a mi personaje un acento muy concreto.

 

Western, temática social, personajes marcados por la vida y las circunstancias que nacen y eclosionan en un entorno agreste...

Zambrano tenía muy claro lo que quería filmar y el tono de western es muy evidente. El paisaje es clave dentro de la historia porque marca la pauta, es uno de los grandes personajes de la película. El calor, la aridez, el desierto... el tiempo tampoco aparece definido pero podría tratarse de la posguerra, los años 40-50. Son tiempos que en esa zona están marcados por una pobreza muy extrema. Es el tiempo gobernado por los grandes latifundistas y quienes perdieron la guerra son robados por los que ya tenían mucho. Mi personaje es alguien que seguramente ha recorrido mucho y que, de alguna manera, quiere pasar sus últimos años en este entorno porque está cansado de vagar. Ha llevado una vida marcada por la violencia, es un mercenario acostumbrado al riesgo y apegado a un código de supervivencia muy primitivo.

 

En contraposición a su personaje tenemos al que da vida Luis Tosar.

Sí. Mira, esto es curioso, porque los personajes no tienen nombre y se dirigen entre sí como “El pastor”, “El viejo”, “El niño”.... Mi personaje está cansado, ya está de vuelta de muchas cosas, y asqueado de una vida violenta que le lleva a plantearse la necesidad de morder la mano que le da de comer. Pero es muy pragmático. Por el contrario, el que encarna Luis Tosar tiene unos principios éticos y unos valores muy sólidos. Es solitario, rudo... pero nunca traiciona sus principios. Es capaz de afrontar una situación aunque ello le lleve a la muerte. Se ha visto involucrado en una guerra que no le incumbe, pero en cuanto tropieza con el niño sale a relucir su personal código de conducta y lo llevará hasta sus últimas consecuencias.

 

¿Y cómo resulta un cara a cara con Luis Tosar?

Es un actor muy humilde y cercano pero también es un actor que impone, su presencia siempre se nota. Es una persona que vale muy mucho la pena y que dista de ser ese tipo de intérprete excesivamente apegado a su prestigio. Como actor es tremendamente generoso. Cuando te enfrentas a un actor de estas características todo resulta muy fácil y se establece de inmediato una buena comunicación que se traduce, de manera muy positiva, en el resultado de la escena. Comparto una escena muy importante con él y la estudió muy en profundidad. Después compartía sus impresiones conmigo. Es un profesional que se involucra mucho en los proyectos en los que participa.

 

La película, repleta de simbolismos y arquetipos. ¿Es una visión de Zambrano en torno a los tiempos actuales?

Sí, sin lugar a dudas. “El pastor” utiliza en sus diálogos frases que pueden ser ubicadas fuera de contexto pero Luis Tosar las defiende muy bien, las transmite con gran acierto a pesar de que puedan resultar muy lapidarias. Dentro del entramado se asoman ciertas cuestiones relativas al odio que todavía impera. “El pastor” lo único que quiere es que “El niño” no crezca mamando el odio. El pequeño ha sufrido muchísimo en su todavía corta existencia. Entre ambos no se establece una relación paterno-filial, sino una relación de amistad plena y sincera. A veces, el mensaje dicho por un amigo cala mucho más que el de un padre y Zambrano ha acertado en este sentido.

 

A pesar de estar directamente relacionado con la cinematografía vasca, nunca ha eludido el reto de afrontar proyectos provenientes de otras culturas. Todavía recuerdo la gran impresión que le causó la producción mexicana «El sueño del caimán».

Es que aquella fue una experiencia impresionante a todos los niveles. Fue cine guerrillero en estado puro. Bajábamos de la furgoneta y nos poníamos a trabajar en mitad de la calle, sin pedir permisos.. En realidad nunca estás en disposición de elegir los papeles que desearías, aunque debo decir que, en este sentido, me siento bastante satisfecho con las películas en las que he participado y en los proyectos que caen en mis manos. Mira, llega un momento en el que te encuentras ante la propia tesitura vital. El año pasado trabajé mucho y este año también, pero a un ritmo un poco más pausado y meditado. Hace poco me ofrecieron una obra de teatro, una producción muy importante pero la he rechazado. Me obligaba a estar tres meses en Madrid y después realizar una gira a nivel estatal y, si te soy sincero, he preferido apostar por otras cosas que no me obligan a permanecer tanto tiempo fuera de casa. Ahora mismo soy mucho más feliz disfrutando del hogar o compartiendo conversaciones con los amigos, leyendo o paseando por el pueblo. Por supuesto que trabajo de esto, pero ahora me puedo permitir estas pequeñas grandes secuencias que me dedicó a mi mismo y a los míos. Estoy aprendiendo a disfrutar de la rutina, esa rutina que siempre tememos. Hace quince años o algo así, tuve una especie de crisis interior muy profunda. Me encontraba en mitad de la nada y sin saber qué rumbo tomar. Con el paso del tiempo, la perspectiva te ofrece otra visión de las cosas y en mi caso prima aprovechar al máximo la mecánica cotidiana. No obstante, y aquí está lo positivo de la cuestión, también me enriquezco a nivel profesional con los proyectos en los que estoy participando.

 

Su carrera transcurre paralela al llamado cine vasco. Lo ha visto surgir y crecer en la actualidad con una hornada de cineastas jóvenes muy interesantes.

En ese sentido soy una persona muy afortunada. He compartido todo tipo de experiencias con autores de diferentes generaciones y para mí es, además de un honor, algo muy interesante que los jóvenes cineastas acudan a tí y te digan que quieren que participes en una película. Nunca me he movido por los nombres de los directores o de quienes participaban en la producción. No me importa que tengan un gran dominio técnico porque tan solo me motiva el entusiasmo que demuestran y, sobre todo, la historia que quieren contar. Lo más esencial.

 

En relación a esto último, está a punto de participar en un proyecto de un cineasta con el que todavía no había trabajado, Enrique Urbizu.

Así es, me marcho en breve porque Urbizu está a punto de iniciar el rodaje de su nueva serie que, a modo de primicia, te informo que lleva por título “Hombres perdidos” –inicialmente se iba a titular “Bandoleros”–. Fue muy bonito el primer encuentro porque me llevaron a las naves donde tienen las oficinas de la producción en Madrid y salió Urbizu y me dijo “Por fin Kandido, ya tenía ganas de trabajar contigo”. No tuve que hacer pruebas de ningún tipo, Urbizu me quería para ese papel en concreto y yo acepté porque es un personaje breve pero muy bonito.