Koldo LANDALUZE
CRÍTICA «Aguas oscuras»

La sonrisa pútrida del teflón asoma en un paisaje espectral

No comparto los comentarios que tildan a Todd Haynes de haber sido un «autor plegado a un proyecto comercial» a la hora de abordar “Aguas oscuras”. Al contrario, creo que Haynes ha sido un profesional capaz de sacrificar su muy reconocible estilo autoral en beneficio de una historia que no requería de alardes técnicos tendentes a subrayar un drama que, ya de por sí, lo es. Para ello el firmante de obras tan aclamadas como “Lejos del cielo” ha optado por un estilo que engaña por su apariencia austera en la composición de sus planos pero que, en realidad, fortalecen la atmósfera enfermiza que envuelve todo el conjunto. El tono calmado con el que Haynes mueve la cámara –a años luz de los histrionismos judiciales– le permite captar con precisión los diferentes episodios que nutren la cruzada personal que llevó a cabo un abogado contra el todopoderoso emporio agroquímico estadounidense DuPont. La excelente fotografía de Edward Lachman dota al contexto visual del filme una oportuna atmósfera enfermiza mediante tonos apagados que convierten la granja de la familia Tennant en un páramo donde antes pastaban vacas y en el que ahora agonizan criaturas pustulentas que enloquecen en su dolorosa agonía. Animales y humanos cohabitan un espacio sentenciado, allí donde otrora John Denver cantó su célebre “Take Me Home, Country Roads”. “Aguas oscuras” logra su propósito de incomodar al espectador, de colocarle ante una situación sobrecogedora en la que, nuevamente, se pone de manifiesto la crueldad e impunidad con la que el capitalismo mueve sus hilos. Es, ante todo, un filme crudo y directo que revela su dolor a través de un sobresaliente reparto que tiene su epicentro dramático en un Mark Ruffalo cuyo propio deterioro interior se manifiesta con mayor evidencia a medida que avanza un proceso judicial que se intuye interminable.