Floren Aoiz
@elomendia
JOPUNTUA

Gestión tóxica: el retorno de la basura escondida

En nuestros tiempos se puede sintetizar un proyecto de país en la estrategia con la que pretende gestionar la basura. Hay quien pretende mantenerla bajo control, reducirla, separarla, reciclarla y tratarla de modo que nuestros deshechos no nos deshagan –y en ese «nos» incluyo el planeta, claro–. Pero hay quien pretende hacer negocio –también– con la basura. En el primer modelo prima una determinada visión de la vida y lo común como algo a preservar. En la segunda la clave está en la pasta y en las relaciones de poder a que va unida. Cuando se impone esta última perspectiva, la basura se oculta, se esconde, aunque antes llenaran balcones y calles con bolsas que simbolizaban el rechazo a la estrategia más seria y solvente que se ha ensayado en estas tierras para su tratamiento. Y es que no debemos olvidar que esta gran estafa al país se encubrió con una operación de acoso y derribo a la fuerza política que realizó la propuesta del puerta a puerta y el tratamiento integral para reducir vertederos e incineradoras.

Hasta las alfombras del oasis tienen un límite de basura a esconder y ya hemos visto que cuando ese nivel se supera, traga vidas y lo contamina todo. Por preservar ciertos negocios, ciertas poltronas y ciertas connivencias entre negocios y poltronas, miles de personas están aspirando toxinas, en una especie de impuesto del capital a la vida. Que nos llamen miserables quienes han sometido a la lógica del dinero hasta el aire que respiramos resulta clarificador. Como lo es que hablen de carroñerismo o simplismo quienes querían hacer una central nuclear en Lemoiz, y, como por suerte no pudieron, no tardaron en encontrar otras formas de hacer negocio destrozando el país.

Lo que se ha vendido como gestión ejemplar es en realidad una política tóxica, en sentido metafórico, pero también en sentido literal: intoxica. El reto es lograr desintoxicarnos, cuanto antes mejor.